Jueves, 28 de marzo de 2024
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El poder del servicio
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El poder del servicio

Actualizado 07/12/2022 08:17
Juan Antonio Mateos Pérez

Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo

EDUARDO GALEANO

La medida de una vida bien empleada no es su duración, sino su donación

PETER MARSHALL

Cada día, en todo el mundo, millones de personas se involucran en temas que les importan, colaboran como voluntarios en comunidades, organizaciones, empresas y solos. Desde estas páginas nos sumamos al Día Internacional de los Voluntarios que se celebró el lunes 5 de diciembre, recordar que despliegan solidaridad hacia los más necesitados. Ante las desigualdades de nuestro mundo, cada día se hace más necesario “actuar juntos” para encontrar soluciones ante los inmensos desafíos de nuestro mundo y poder crear una sociedad más igualitaria e inclusiva.

El voluntariado es clave para la transformación social, ambiental y económica. Es capaz de cambiar las mentalidades, actitudes y comportamientos de las personas. Estas se convierten en agentes del cambio y asociados en igualdad de condiciones en el logro del progreso local, nacional e internacional hacia el desarrollo humano sostenible y la paz mundial. Allí donde hay un voluntario, hay humanidad y esperanza, son más que buena gente que hacen cosas por los demás. Son un puente de convivencia entre personas y colectivos diversos, por eso son patrimonio de la humanidad.

Los voluntarios no son de una creencia, ni de un partido, ni de una organización solidaria. Pero muchos de ellos llegan al voluntariado desde la fe. Desde el cuidado y el compromiso por los más necesitados, sin palabras, se dedican a difundir el Evangelio de la misericordia. La vida de todo cristiano es el seguimiento de Jesús, este deberá realizarse desde el amor y la misericordia, que se concreta en amor al prójimo. La misericordia necesita implicarse de forma personal, quiere concretar su amor en este enfermo, a ese encarcelado, a ese inmigrante, a ese hambriento, o a este concreto desposeído de sus derechos.

El término voluntario o “apostolado” se puede aplicar en la Iglesia a muchos servicios: catequistas, ministros extraordinarios de la comunión, visitadores de enfermos, grupos de liturgia, voluntarios en Cáritas, Manos Unidas, voluntarios de prisiones, miembros que colaboran con la economía, con la administración, colaboradores en la pastoral, etc. Todos estos grupos sienten una llamada a vivir su fe como misión de servicio a la comunidad y a la persona cercana, concreta, necesitada. La mayoría de ellos se entregan y viven su tarea desde la alegría, como forma de salir de sí, como signo de generosidad. Así lo recordaba Pablo a los Corintios, Dios ama al que da con alegría (2Cor 9, 6-7).

Dentro del apostolado de la Iglesia, destacamos el voluntariado social, que no es aquel que busca ocupar el tiempo libre (a veces pasa), o de sentirse más útil a los demás, es el que siente una llamada ante el grito del prójimo. Desde Cáritas, Manos Unidas, Acción Verapaz, Entreculturas, Comedor de los pobres, Ranquines, o en la comunidad parroquial, etc., el voluntario siente la llamada de un Dios de la misericordia. Un Dios de los pobres, con entrañas de misericordia, que llama para ponerse al servicio de la pobreza, la marginación, la exclusión social, la soledad, el sufrimiento, la justicia, la fraternidad o la solidaridad. La solidaridad es siempre un reconocimiento mutuo, muchos voluntarios reconocen haber recibido más de lo que han dado. Por eso el voluntariado es un encuentro, un productor de humanización, donde los receptores de la ayuda muchas veces suelen convertirse en sujetos que ayudan.

La parábola del Buen Samaritano nos recuerda que no podemos pasar de largo o mirar para otro lado ante el prójimo tirado en la cuneta. Hay muchas situaciones en el mundo que piden misericordia: el hambre, las enfermedades, las personas explotadas, las personas sin hogar, la soledad de jóvenes y mayores. La misericordia de Dios no es una idea bonita, sino una acción concreta. Es involucrarse ahí donde existe el mal, donde hay enfermedad, donde hay hambre, donde hay tantas explotaciones humanas. En los tiempos oportunos de Dios, en los Kairós de nuestra existencia. Es necesario vivir con los ojos abiertos

Abrir los ojos del corazón es desear ardientemente que el mundo cambie, ya que el amor de Jesús no es un amor explicado, se manifiesta en la cotidianidad de la existencia, en una forma concreta de vivir y de ser. Estar con los ojos abiertos es no caer en la indiferencia, no dejar que nuestro corazón se endurezca y activar la esperanza. Es atreverse a vivir de forma diferente y lúcida, estar atentos al sufrimiento de tantos y desear el bien a todos. Vivir con los ojos abiertos es intentar activar en nosotros una forma de vivir más allá de nuestras comodidades y rutinas, para que podamos dar algo de lo que tenemos y de lo que somos. Nuestra sociedad necesita mucha misericordia y ternura, mujeres y hombres que, al contemplar el mundo, se les conmuevan las entrañas ante el sufrimiento, miseria y exclusión de tantos.

En el mundo, al igual que en la Iglesia hay una gran cantidad de personas auténticas que están dando lo mejor de sí mismos para aliviar el sufrimiento y sacar a los más necesitados de una situación desesperada. Desde la proximidad y lo cotidiano hay hombres y mujeres que apuestan por el cuidado, como vocación y como destino, y al hacerlo están en contacto con las fuentes de la vida. Muchos de ellos, misioneros, voluntarios, incluso han llegado a dar la vida por la causa de los necesitados, han sido capaces de mirar el mundo y al prójimo con “ojos abiertos”, con ojos de misericordia.

Todos ellos, han querido buscan anteponer el bien común al bien particular, conjugar la tarea asistencial y cercana al necesitado con visión lúcida de las determinaciones estructurales, con aquello que provoca la miseria y la pobreza y, reivindicar un cambio social que hagan menos necesarias las intervenciones asistenciales. Lo común no se logra por reducción de las diferencias, sino por convergencia entre ellas. Las necesidades y las tragedias de este mundo, no se pueden conocer de oídas, a través de los medios, es necesario tocarlas, penetrar en la realidad del mundo con ojos abiertos, con una mirada desde el corazón y renovada conciencia política.

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