En mi época de estudiante, la droga más conocida y empleada por quienes estudiaban a “arreones” era la centramina. Se pensaba que fortalecía la memoria y estimulaba la mente. Ahora, por lo que se ve, los equipos encargados de dar forma a las insólitas leyes que salen de los cuarteles generales de La Moncloa y de Francisco Villaespina parecen estar sometidos a un prolongado estrés y, tal vez, se habrán pasado con la centramina. De lo contrario, resulta muy difícil encontrar una justificación a los bodrios que, desde hace tiempo, están inundando los talleres del BOE. No me refiero a la sintaxis –soy el menos indicado-, sí a la aparente improvisación que adorna a esos textos. Digo aparente porque, habiendo constancia de que entre sus redactores hay más de un experto en leyes, una de dos, o las prisas han sido las culpables de una atropellada redacción o, lo más grave, confiando en una presumida supremacía, se tiene el convencimiento de que nadie podrá enmendar la plana.
Una de las obsesiones de esta izquierda progresista sui generis es reescribir la historia de España envolviéndola con un lazo en el que se lea: “Esta es la verdadera democracia”. Después de haber pasado por toda clase de monarquías, más o menos absolutistas, en el siglo XIX surgieron tímidamente los primeros brotes democráticos, quedando definidos los conceptos de razón, igualdad y libertad. La constitución de 1812 fue el primer paso del liberalismo español. Nuestra historia, no obstante, tiene un punto de inflexión en el primer tercio del siglo XX. La llegada de la Segunda República, lejos de ser la solución de los muchos problemas que estrangulaban a España, fue el pistoletazo necesario para resucitar nuestros constantes enfrentamientos cainitas. El anticlericalismo y ateísmo abanderados por Azaña posiblemente respondían a su deseo de emplear la República como palanca para transformar España en una nación a su medida. En un mitin celebrado en Valencia pronunció las siguientes palabras: “...porque si en España hay República, no es porque hayamos conseguido un triunfo electoral el 12 de abril. Si en España hay República es porque antes ha habido revolución (...) la República tiene un origen revolucionario. Y habrá República en España mientras se gobierne con espíritu revolucionario, y la República quedará instaurada definitivamente en España cuando la revolución haya concretado su obra, pero no mientras tanto.”
Para desgracia de todos los españoles, las fuerzas republicanas de izquierdas no trajeron el progreso. Por mucho que se empeñen en ocultarlo, fue un retroceso en toda regla. Fue una vuelta atrás que acabó cediendo el poder a los más revolucionarios. Un aviso a navegantes. Los brotes verdes del nuevo republicanismo made in Spain, no supusieron ni progresismo ni apertura de libertades. En nuestros días, la verdadera historia de la Segunda República ha perdido interés, entre otras razones, porque ya no se estudia la Historia sino una versión intencionadamente mutilada para pintar de color de rosa lo que fue un negro nubarrón, que terminó teñido de rojo. En los cinco años que duró, dio sobradas muestras del desbarajuste que inundó todos los escalones del poder. En 1933 el pueblo español volvió a votar a la derecha y la izquierda no lo aceptó. De hecho, el mismo Azaña llegó a pedir la anulación de esas elecciones. Solución del PSOE: golpe de estado disfrazado. No se podía consentir que gobernara la derecha –disminuía el hambre, aumentaban las libertades y se recuperaba la economía- y se sacó de la manga el Frente Popular. La Segunda República tuvo su verdadera cara en incendios de iglesias, asesinatos de civiles y religiosos por pensar distinto, a otros por algo tan simple como ir a misa, saqueos, ocupación de propiedades particulares y un largo etcétera del que la izquierda no quiere hablar. Es hoy cuando más de uno debería tomar la centramina para recuperar la verdadera historia. Si todas las repúblicas del mundo hubieran sido como aquella Segunda, hoy habría un solo bloque con una sola bandera, de color rojo.
Teniendo a Sánchez dispuesto a aceptar todas las coacciones de vascos y catalanes, no hay que ser un genio para afirmar que la situación se agravará. De momento, habrá que andar con pies de plomo si no queremos ser calificados de anti demócratas, instigadores de la violación, fachas, franquistas, nazis –vocablos que a partir de ahora deberán figurar, subrayados y en negrita, en el Diario de Sesiones-.
La pasada semana comentaba en estas páginas que la democracia desaparecerá en España el día que el Poder Judicial deje de ser independiente. Se ve que la realidad va más rápida de lo deseado porque, en siete días, estamos más cerca de ese atropello. El Presidente Sánchez, en un acto de homenaje a Almudena Grandes –la preclara escritora que “hacía méritos” insinuando el goce de una monja violada por los milicianos-, en un alarde de modestia y moderación, dijo que pasaría a la historia por haber ordenado la exhumación de Franco del Valle de los Caídos. Posiblemente será una de las pocas verdades que ha dicho en su vida. Ahora bien, debía continuar siendo modesto, porque tiene en su haber “méritos” mucho más importantes para ser recordado. El enojo de la familia Franco o la posible consideración de haber cometido una profanación de lugar sagrado, dentro de poco será olvidado por los españoles. Lo que no olvidarán varias generaciones –la verdadera memoria histórica no se borra con el tiempo- son las disposiciones de un socialista con uniforme de dictador que fue capaz de acabar con la democracia de su país por no abandonar el poder.
Sin necesidad de centramina, podemos recordar esos logros que su modestia le impide recordar:
- Será recordado por haber sido el candidato socialista con menor número de escaños en el Congreso.
- Será recordado por no cumplir ninguna de las promesas que hizo el día de su nombramiento.
- Será recordado por gobernar con el apoyo de comunistas, golpistas e independentistas.
- Será recordado por haber falsificado su tesis doctoral y no haber dimitido.
- Será recordado por atentar contra la independencia del Poder Judicial saltándose la Constitución, para poder manejar el TC -que ya le ha condenado dos veces-.
- Será recordado por haber indultado a condenados por dar un golpe de Estado, después de manifestar su intención de reincidir, y por prestar más atención a los terroristas etarras que a sus víctimas.
- Será recordado por haber dejado desarmado el Estado de Derecho ante nuevos intentos de los independentistas.
- Será recordado por haber hipotecado el futuro de varias generaciones con la mayor deuda pública de toda la UE.
- Será recordado por aconsejar a sus ciudadanos un modelo de vida que él no está dispuesto a seguir.
Si Azaña dijo solemnemente “España ha dejado de ser católica”, afirmación que nunca fue cierta, ahora podemos parafrasear a Ortega y Gasset diciendo “Delenda est democratia”, algo que va camino de ser realidad.
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