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La amansada luz del otoño
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La amansada luz del otoño

Actualizado 02/12/2022 08:20
Mercedes Sánchez

El andar lleva, caprichoso, hacia ningún lugar concreto, en ese antojo infinito de dejarse perder entre la lluvia tenue, tan pulverizada que es casi una niebla, una cortina sedosa que diluye los contornos de los edificios.

Se oyen pisadas presurosas que siguen el tic tac de los segundos; en su compás aparecen desde lejos con su sonido que se intensifica y vuelve, poco a poco, a desaparecer entre la magia del suelo brillante como charol. También se oyen pasos lentos, pesarosos o apesadumbrados, pasos que pesan tanto como el hierro de la vida.

En el deambular surgen árboles enhiestos barnizados por el agua, ofreciendo sus tonos bañados de ocre y amarillo, de albero y rojizo, de verde y marrón, todos los contrastes presentes conviven, y en ellos adivino los colores de las flores que nacerán en primavera salpicando cada rama de la seda rosa de las magnolias, de los amarillos de las madreselvas trepando por las cornisas con sus finas hojas abriéndose como manos al sol, la blancura de la flor del naranjo regando su aroma y compitiendo con el jazmín, la dama de noche, y el verde olor de la hierbabuena.

Ahora huele a musgo, a hoja seca hidratada por la suave caricia de la llovizna, a transición en las estaciones de la vida y de las cosas.

El agua cede su paso a los colores del cielo, que van perdiendo su grisura para volverse azules apagados.

El sol comienza a anunciar su ocaso con hebras de azafrán.

En unos segundos todo se confabula. El cosmos envía su mensaje escrito en las nubes rojizas, esparcidas, estiradas como renglones llenos de granates, de violetas, de amarillentos desvaídos, y el espectáculo es colosal.

Quién dijo que el otoño es triste, quién habló de sus tonalidades mortecinas, quién proclamó que incita a la nostalgia, quién espera que se pase pronto…

Cada mañana la niebla desdibuja los paisajes, las figuras, los bordes de las hojas. Cada atardecer el firmamento viste sus maravillosas tonalidades de terciopelo desplegando imaginación e invitando a la creación de sueños.

Si se cobrara entrada para disfrutar de ese espectáculo, estaría tan solicitado que sería imposible hacerse con un sitio. Pero es gratuito. Sólo tenemos que levantar la mirada para verlo y quedar prendados con su visión. Cada día las formas y los matices son diferentes. Siempre inigualables.

La belleza de las hojas al envejecer es una magistral lección de que todo es efímero, y lo esencial es realmente poco y claro si no nos dejamos perder en la inmensidad de las vanalidades que pretenden imponerse a nuestro devenir diario.

El otoño, con su amansada luz que origina miles de tonalidades que no se aprecian en ninguna otra estación, llena de paz nuestra mirada.

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