¿Hacia dónde vamos?, ¿Que distancia existe actualmente entre el hombre y la máquina? ¿Estamos cerca de hacer un hombre-máquina? Ó por el contrario ¿Estamos más próximos a construir una máquina humana?
Todavía no nos hemos librado del Black Friday, marca la campaña de inicio de las compras de navidad, llega Cyber Monday. Si el primero se pensó originalmente para las tiendas tradicionales, el segundo para persuadir a los consumidores a comprar en internet, fomentando la compra online desde el ordenador, tablet o el móvil.
Las técnicas de marketing y estos nuevos sistemas de ventas que se han introducido en nuestras vidas, están convirtiendo las compras en una forma de adicción a golpe de un clic. Posiblemente la mitad de los usuarios aprovechan estos días para sus compras de navidad y reyes. Como consecuencias se centran la mayor parte de los recursos al marketing previo a esos dos días. Muchos de los comercios promocionan ofertas especiales en el mes de noviembre a través del email, tiendas online, folletos electrónicos, etc., con diseños atractivos y descripciones llamativas.
Esta nueva realidad no hubiera sido posible sin lo que se ha venido en llamar la cuarta revolución industrial. La historia nos enseña que todo cambio tecnológico profundo mueve todos los cimientos de la sociedad, provocando cambios profundos en toda su estructura: económica, social, política y cultural. Del vapor y el ferrocarril a inicios del siglo XIX, hemos pasado a la nanotecnología, drones, impresión 3D, realidad virtual, la robótica y la hiperconectividad. Si por un lado todos estos avances parecen positivos para la sociedad, también tenemos que ser conscientes que están provocando profundos cambios en la economía y en el trabajo humano.
Pero todo esto, que ya nos sorprende, será poca cosa cuando los ordenadores alcancen un nivel de computación cercana al cerebro humano, con la capacidad de mejorarse a sí mismos, en un futuro no muy lejano. De todo esto surge la pregunta, si todo nos llevará a un consumismo todavía más salvaje y brutal, más miseria en los arrabales del mundo, más paro y desarraigo, o bien, podrá ayudarnos a ser más humanos y desplegar todas nuestras potencialidades. No tengo la respuesta, pero no soy muy optimista.
Como ya hemos pasado por varias revoluciones industriales, la historia nos enseña, que, con cada cambio, se produce la destrucción de empleo a gran escala. Esta destrucción preparará un nuevo tejido industrial, que claramente tendrá que ver con las nuevas tecnologías. Una nueva reconversión industrial será imparable, desapareciendo todo tipo de trabajo rutinario. Pero aquellos trabajos fundamentados en habilidades humanas tendrán un despliegue importante, sobre todo los que tienen que ver con las tecnologías y la robótica.
Buena parte de los taxistas, camioneros, recepcionistas, cajeras de supermercado, venta en comercios, rutinas administrativas, analistas financieros, abogados y periodistas serán fácilmente prescindibles ante el avance de la robótica y la inteligencia artificial. Muchos serán sustituidos por drones y robots. Su aplicación será rápida y transversal, tanto en el hogar, en los servicios, en el transporte, en la sanidad, en las finanzas, en el ocio y en la industria militar y de seguridad.
Pronto pasaremos de una economía de la creatividad a otra de los algoritmos. Hoy en día tres de cada cuatro consumidores, utilizan internet para investigar productos y servicios modificando el proceso de compra. Los gobiernos y empresas ya están entendiendo que el consumo es el mayor estimulante para generar nuevos modelos de crecimiento económico. En nuestro mundo de big data, el vendedor indaga en la actividad online de los consumidores, en su historial de compras, generando ofertas personalizadas y predecibles.
Pronto llegará, ya se habla mucho, del internet de las cosas. Es mucho más que automatizar. Conectar a personas ya se ha realizado, pero si conectamos objetos el universo se amplía y se facilita la vida. Detrás de la esquina está internet del todo, donde los que entrarán en la red no seremos nosotros, lo harán nuestros robots, el software inteligente que se relacionará con ese mundo líquido y cambiante, que lo llegará a interpretar mejor que nadie. Lo que hoy llamamos internet, será todo en nuestras sociedades, el mundo se está automatizando sin el permiso de nadie. Nuestras ciudades, nuestras ropas, nuestros vehículos estarán dotados de diminutos sensores que harán del mundo un lugar cada vez más interconectado.
Todo esto nos plantea una nueva manera de enfocar la educación de cara a ese futuro que prácticamente está aquí. Los diseñadores de los sistemas educativos, deben dejar al lado las reformas políticas y se deben centrar en educar en un futuro cercano a personas críticas, libres y formadas. Más importante que la política es la honestidad en una realidad que se avecina que será exigente en numerosos campos profesionales. Todos sabemos que la formación y el estudio son esenciales para garantizarse un futuro laboral.
Con esto no estamos diciendo que se estudie tecnología o informática, sino aquellos saberes que ayuden a tener una visión ética y crítica de nuestra realidad. El objetivo supone universalizar la igualdad, el sentido crítico, el trabajo en equipo, la creatividad, la argumentación, y la empatía emocional con la alteridad. La escuela no se puede cambiar desde arriba fomentando un papeleo interminable en el profesorado, sino desde abajo, motivando a aprender con equidad para que todos desarrollen su pleno potencial y todas sus inquietudes. Poder leer poesía, conocer las entretelas de la historia, comprender el pensamiento humano, serán fundamentales en un futuro no muy lejano. El gran reto en un mundo automático es el grado de conocimiento ético que somos capaces de trasladar a la sociedad y al software de las futuras máquinas.
Nuestro cerebro no es una máquina perfecta en la gestión de datos, gestiona mejor memorizar experiencias. Se nos da bien hacer cosas de manera repetitiva y predecible, pero las máquinas lo realizan mejor. Pero una máquina se le da muy mal improvisar, que tome una decisión frente a algo impredecible e irrepetible. Los seres humanos somos capaces de hacer varias cosas a la vez y mezclarlas, lo mejor surge de la combinación de saberes. El ser humano se hace preguntas continuamente, está siempre aprendiendo cosas de forma intuitiva, constantemente está probando a hacer cosas nuevas. Esta manera de pensar, lateral, panorámica, distinta, se han generado avances impresionantes, algo que no pueden hacer las máquinas.
Si queremos una evolución del ser humano que pueda ir más allá de su propia naturaleza, sin caer en la hybris del doctor Frankenstein, debemos poner al homo tecnológico, un paso por detrás del homo ethicus, para que el ser humano pueda asumir la superioridad de su creación. Las novedades siempre nos confunden y las fronteras nos asustan. Ser persona no es solo cuando te reconoces a ti mismo, sino cuando te reconoces en los demás, al atribuirles, como a ti mismo, autonomía, racionalidad y conciencia. Hoy las máquinas están lejos de ser replicantes, de ser personas, los robots del futuro inmediato, esos a los que vamos a irnos acostumbrando la próxima década, se parecerán más a un cajero automático que a Sophia. En un futuro tecnológico, la clase económica, las élites filosóficas y la ética serán fundamentales.
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