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Anticipadamente
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Anticipadamente

Actualizado 25/11/2022 15:12
Concha Torres

En el día en que escribo estas líneas, acaban de plantar en la otra plaza mayor de mi vida, (bastante menos maltratada que la que me vio nacer) un enorme abeto de veinte metros que para cuando estas mismas líneas se publiquen ya estará lleno de luces, adornado y junto a un pesebre tamaño natural donde colocan hasta ovejas de verdad. Este árbol, que llega puntualmente cada año en noviembre, es motivo de desplazamiento al centro de buena parte de la población que no pasa por esa plaza de manera compulsiva, como sí hacemos los salmantinos con la nuestra, que todos nuestros caminos nos llevan a ella y que ahora resulta que todos los columnistas de todos los diarios digitales se acuerdan de que existe. Una nota al margen: en esta ciudad, a menor población y menos trenes, mayor abundancia de diarios digitales y no menos abundancia de columnistas bisoños que, escribiendo con frases de tres palabras y algunas incluso sin sujeto, de repente se acuerdan de la plaza mayor. Cierro nota al margen.

¿Es muy pronto para plantar este árbol? a mí me lo parece. Pero también me dice mi buena memoria que cada año me parece muy pronto; conclusión: como persona de edad provecta que soy, me repito más que la morcilla; y aunque yo crea que en estas latitudes la Navidad se adelanta un mes, resulta que en Salamanca, a uno de noviembre la mitad de las luces de la ciudad ya estaban colgadas y supongo que ahora ya encendidas. La Navidad no llega cada año más pronto, queridos lectores, somos nosotros los que vemos el tiempo pasar cada vez más deprisa, y hasta aquí las malas noticias; porque la buena es que, a pesar de todo lo que haya podido pasarnos en los trescientos sesenta y cinco días anteriores, el veinticuatro de diciembre volverá a ser Navidad. Y digo yo buena noticia, porque a mí me tranquiliza que el calendario siga sus ritmos y nosotros vayamos detrás arrancando hojas como mansos corderitos, aunque entiendo que haya quien se rebele contra el calendario tenaz que, cada año trae una navidad no deseada, temida e incluso repudiada. A mí la Navidad, con su anticipo correspondiente, me trae cierta paz de espíritu incluso en los años en los que ha pintado mal.

Y como soy buena alumna de estas gentes nórdicas con las que convivo, voy a anticiparme todo lo que pueda en mi visita al majestuoso abeto que desde lo alto de sus veinte metros me está pidiendo a gritos, desde ya, que vaya a verlo. Lo de la anticipación se aprende y se practica, como la empatía, el comedimiento y la serenidad, aunque para estas tres últimas hay que esperar a que la edad ayude. ¿Que si los del norte se anticipan más que los del sur? Miren ustedes, los de por aquí, a día de hoy te dan cita para cenar en su casa un 4 de marzo, pongamos, y están seguros de que esa cena se va a celebrar. Sobre si este tipo de costumbres se llama anticipación, prevención o planificación se admiten interpretaciones, a ellos les funciona en su vida cotidiana y los que vivimos entre ellos somos más felices si aprendemos a adaptarnos. Cuando te invitan a cenar a una casa belga con cuatro meses de adelanto, hasta puedes pretender ser Pavarotti en sus horas de gloria y pretextar que tu agenda está llena, que se lo creen, porque sus agendas funcionan con ese adelanto.

En este territorio que habito, anticiparse es ley de vida; aunque bien pensado, la anticipación es una cosa muy comercial que se practica a destajo y que nos hace pensar en las vacaciones de verano cuando aún no ha llegado la semana santa, en navidad cuando es verano, y en cuándo caerá la final de la Champions o la Eurovisión, dos acontecimientos atroces que gobiernan muchos calendarios. También la anticipación tiene su cara B porque de tanto anticiparlo todo, los años se hacen meses y los meses días; los días ya no tienen veinticuatro horas y así, anticipo tras anticipo, el tiempo se acorta y gracias a que nadie se muere la víspera, no anticipamos la fecha de nuestro propio funeral, que solo faltaba.

Dejemos que las horas vuelvan a tener sesenta minutos con todos sus segundos, los días todas sus horas y los meses todos sus días, y como no es posible pisar el freno del tiempo, dejemos que la Navidad se nos vaya acercando poco a poco, con todas sus luces y sus árboles anticipados, con todo su cortejo de buenos y malos ratos, con la presencia de los que nos quedan y aquellos que, como decía Neruda, habitan en la casa grande de la ausencia.

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