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Consumir o consumirse
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Consumir o consumirse

Actualizado 23/11/2022 07:54
Juan Antonio Mateos Pérez

Estamos en la era del consumo porque el consumo está en la médula de nuestras sociedades. En ese consumo “vivimos, nos movemos y somos”.

ADELA CORTINA

Estamos en plena cultura del envase. El contrato de matrimonio importa más que el amor, el funeral más que el muerto, la ropa más que el cuerpo y la misa más que Dios.

EDUARDO GALEANO

En la era de las comunicaciones y la tecnología, en un mundo cada vez más globalizado, el hambre y la pobreza deberían ser una reliquia del pasado. Nos prometieron que la ciencia y la técnica en su progreso continuado, llevarían a la humanidad a la felicidad. Pero ese progreso se ha sustituido por el carrito de la compra y el consumo desenfrenado, que parecen ser los nuevos índices de racionalidad y de la buena vida (Bauman). Debemos de añadir que hay una gran distancia entre ver y saber (Kapu?ci?ski), un fuerte abismo que bloquea la capacidad de comprender y abrir el corazón a cualquier realidad de sufrimiento.

En nuestra sociedad neoliberal, el dinero se ha convertido en el gran ídolo, pero para subsistir necesita cada vez más víctimas, deshumanizando a todos aquellos que le rinden culto. El acaparamiento, el consumismo, la posesión, escalar puestos en el estatus social, el individualismo, la competitividad, van asociados al dinero. Nos ha hecho esclavos del sistema, consumimos sin control y todo es consumible. Vivimos un exhibicionismo consumista que necesita vivir nuevas experiencias afectivas y sensoriales, afectado por la enfermedad del cansancio, perdiendo libertad y capacidad de decidir.

Hablar de una sociedad consumista, no es lo mismo que hablar de una sociedad donde todo el mundo consume. El consumo es necesario para sobrevivir. Hablamos de consumismo cuando se consume no bienes necesarios para la vida, sino bienes superfluos, estableciendo el éxito y la felicidad en ese consumo. Vivimos en la era del consumo ya que éste está metido en la médula de nuestra sociedad, con lo que podemos decir que en él “vivimos, nos movemos y somos”.

Para cumplir el estándar de normalidad y ser reconocido como miembro de esta sociedad, es necesario responder a esa demanda del mercado consumista. Los que no tienen ingresos para el consumo, carecen de tarjetas de crédito y perspectivas de compra, no cumplen la normalidad social de ser consumidores activos y eficientes. En esta sociedad los más pobres, son un lastre una molestia, no tienen nada que ofrecer a cambio de los desembolsos de los contribuyentes. Los pobres contemporáneos no hacen causa común, con lo que son descartados y, se tienen que lamer las heridas en soledad, en el mejor de los casos en compañía de su familia, si es que aún no se disolvió (Bauman).

Con el advenimiento de la modernidad líquida, la sociedad de productores es transformada en una sociedad de consumidores, y la característica más prominente es su capacidad de transformar a los consumidores en productos consumibles (Z. Bauman). El que no consume no existe, ya que el individuo tiene una promesa de felicidad. Pero en realidad le deja insatisfecho permanentemente, ya que cada promesa consumista es engañosa o si queremos, en palabras de Bauman, es una esperanza de plenitud frustrada. Es necesario que la búsqueda de la satisfacción por parte del consumidor no cese y que sea un engranaje siempre en movimiento, y, así asegurar el circuito comercial: de la fábrica al comercio y al consumidor, en una continua frustración de deseos.

El consumismo, está provocando una carencia de valores, incomunicación, imposibilidad de realizar un proyecto vital y tantas otras frustraciones, que impiden a las personas crecer y desarrollarse sanamente. El individuo está indefenso, cómo saber qué consumir para que no se dañe así mismo, a la sociedad y al medio ambiente. Siguiendo las directrices que ha propuesto Adela Cortina, se necesita una dimensión institucional, ya que el consumidor necesita que le asesoren sobre la naturaleza de los productos, calidad, relación calidad – precio, la consecuencia que tiene el consumo de determinados productos para la sociedad y para el medio, etc. Las asociaciones de consumidores pueden no solamente reivindicar los derechos del consumidor, sino que pueden abogar por un consumo que sea justo y liberador

Estoy escribiendo estas líneas cuando el Black Friday está dando el pistoletazo de salida a un consumo desaforado, que se prolongará hasta las compras navideñas. Marcas y firmas ofrecen unos precios de “ganga”, esperando captar la atención de consumidores ávidos de comprar, aunque sea de manera online. Los descuentos y las ventas llenan los grandes espacios comerciales como una fiebre compulsiva. Estamos asistiendo no solo a nuevas formas de consumir, también nuevos modos de organizar las actividades económicas. La empresa antes orientada al producto, es reemplazada en la actualidad, por la empresa orientada al mercado y al consumidor.

La búsqueda del sentido de la vida, siempre deberá estar acompañada del cuestionamiento continuo, de la pregunta pertinente, llenando nuestra despensa existencial con actitudes vitales que nos acerquen a una vida en plenitud, superando esa “felicidad paradójica” que produce el consumo. Nuestro mundo nihilista, no ha conseguido eliminar la pregunta ni el asombro. La felicidad está enraizada en el hondón del ser, en la propia persona, que la libera y la ensancha, la transforma y la encamina hacia la solidaridad, hacia la justicia, la paz y el sentido.

A las puertas del Adviento, sabemos que la felicidad no se compra ni se consume, no busquemos mercados del alma para calmar nuestra conciencia, también producen la melancolía de la satisfacción. No podemos seguir alimentando el consumismo como “filosofía de vida”, ya que provoca una serie de necesidades artificiales que nos están vaciando el espíritu. Está visión consumista está provocando una carencia de valores, incomunicación, imposibilidad de realizar un proyecto vital y tantas otras frustraciones, que impiden a las personas crecer y desarrollarse sanamente.

Es necesario volver a descubrir lo esencial de la vida, esa entraña vital que nos haga más profundos y solidarios, más felices. En estos tiempos de crisis, la lucidez es el secreto para no quedar atrapados en la vulgaridad del consumo, la rutina y el aburrimiento. Es necesario dejarnos sorprender por lo inaudito, el misterio de la vida y la epifanía del pensamiento fruto del silencio profundo y de la reflexión serena y equilibrada sobre los acontecimientos que nos rodean. Para Viktor Frankl, vivir es “encontrar poco a poco el sentido de la vida”. Y para ello, necesitamos descubrir ese gran argumento que se llama “amor”. Un amor que nos adentra en el misterio de la existencia, en las profundidades de la plenitud, en ese lugar donde la luz brilla y la sonrisa permanece para siempre, ya que se deleita con el contacto humano, en la dignidad hacia los demás, en el cuidado de la creación, en la solidaridad, en la generosidad y la gratuidad, como una caricia vivificante.

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