No hay logro humano, que de verdad lo sea, que pueda estar sustentado sobre el sufrimiento, la explotación y la muerte de otros seres humanos. ¿Por qué no somos capaces de cuestionarnos que el bienestar del primer mundo, si está asentado sobre el malestar de los demás mundos que hay en la tierra, no es tal bienestar, sino otra cosa?
Estos días, nos llegan por correo electrónico mensajes de organizaciones no gubernamentales y de asociaciones por los derechos humanos, en los que aluden a lo mismo: a cómo el mundial de fútbol de Catar se asienta sobre no pocos miles de muertos.
En uno de tales mensajes, podemos leer: “Se estima que más de 6500 personas han muerto desde que a Catar se le asignó la organización del Mundial 2022. Cientos de miles continúan trabajando de sol a sol por tan solo un dólar la hora, como auténticos esclavos de nuestros días.”
¿Cómo no hacer nuestras estas palabras? ¿Cómo nos vamos a quedar hechizados ante una belleza de estadios de fútbol, levantados sobre tanta muerte, sobre tanto esclavismo?
Y continúa el texto del mensaje que recibimos: “La FIFA tiene beneficios de miles de millones de dólares, pero se niega a indemnizar a los trabajadores o a sus familiares.” Ay, tenemos la deshumanización habitando entre nosotros, y nos da igual. Nos sentaremos en nuestros confortables sofás ante el televisor, para ver a las selecciones de fútbol de nuestros países, y nos dará igual.
Como una imagen, en este caso, vale más que mil palabra; el mensaje que recibimos viene acompañado por la fotografía de la cabeza, algo inclinada, de un hombrecillo escuálido y no occidental, con cara de sufrimiento, que se enjuga con su mano derecha y un paño con alguna policromía, su rostro sudoroso.
¡‘Ecce homo’! ¡He aquí el hombre!, ante nosotros, tan indiferentes a tanto sufrimiento de todos esos miles de seres humanos que han de existir en el malestar, para que lo que llamamos nuestras sociedades del bienestar sean posibles; para que nos sentemos con la cerveza y los cacahuetes a ver, tan panchos, los partidos de fútbol. Ay… ¡‘Ecce homo’! Pero nada nos conmueve ya.
Pese a que, afortunadamente, alguien da alguna respuesta. El artista ruso, residente en Francia, Andrei Molodkin ha creado una obra de arte como respuesta. El trofeo de la copa del mundo de fútbol que se da al equipo campeón, que fuera diseñada en 1971 por el escultor italiano Silvio Gazzaniga, ha sido recreado por el artista ruso y lo ha cubierto con petróleo catarí, en lugar del lustre de oro que lleva en su superficie. Y ha explicado así el simbolismo de su obra: “Es el icono de una victoria vacía. Porque la única victoria que entienden las petrocracias es la de la sangre y el petróleo.” Y ha titulado su obra: “La copa más sucia”.
Y, en un país donde no pocos derechos humanos no se respetan, algunas selecciones europeas van a llevar en las mangas de las camisetas de los jugadores una bandera arco iris enmarcada en un corazón, como implícita denuncia de la falta de respeto hacia los derechos del colectivo LGTBI. Ah, pero las selecciones de España y de Portugal no la llevarán. ¿Por qué?
“La copa más sucia”. El árbitro va a pitar el inicio de este acontecimiento. Y todos, amodorrados, retrepados en nuestros sofás, con la cerveza en la mano, a ver los partidos. Como si nada.
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