Un niño de cinco años se arrojó por el balcón de un quinto piso para matarse. Pasaba por allí, en ese momento, un hombre que venía de dar un paseo, y pudo cogerlo en sus brazos sin graves daños para ninguno de los dos. Ese hombre se llamaba precisamente Salvador.
Hace unos días, vi un programa de televisión, en el que presentaban unos héroes, salvadores de su familia o del género humano. Las personas, excepcionales, que vi en la pequeña pantalla fueron: Francisco José, enfermo de cáncer terminal, con unas enormes ganas de vivir que transmitía a sus padres. Wendy, que con ocho años expuso la vida para salvar a sus hermanos del fuego, ahora es bombero honorario. Claudia, joven parapléjica, que quiere ser consejera juvenil para ayudar a otros jóvenes.
Todos conocemos a héroes de carne y hueso, que con sus vidas iluminan y alientan nuestro caminar. Viven cerca de nosotros y también más lejos de lo que puede abarcar nuestra fantasía.
Conozco a muchas personas a las que pondría la medalla más bonita: por vivir y, sobre todo, por comunicar vida. No hacen grandes cosas, pero a base de oración y coraje son luz, aliento, fuerza en el vivir diario.
Me he encontrado con muchas personas que no sólo enseñan a amar, sino que aman de verdad. Aman cuando hablan, perdonan, corrigen, actúan, son verdaderamente un regalo de Dios, poseen la chispa del Creador. Tienen ese poder maravilloso de transmitir amor, vida. Se dedican a enderezar “lo que ya se dobla”, devuelven la fuerza al cansado. Alivian flaquezas, alegran tristezas, reparten lo que han recibido: pan, comunión, amistad, paz.
Todos podemos parecernos a estos pequeños o grandes héroes que conocemos. Nosotros también podemos sembrar paz, amor. Podemos empezar por pequeñas cosas: no reñir en casa, mediar en un conflicto, perdonar una ofensa, evitar una palabra hiriente, regalar una sonrisa. Quizás no podamos acabar con todo el mal, pero unidos a otros seres humanos de buena voluntad, podremos mejorar el ambiente. Siendo más justos, podremos achicar la injusticia. Siendo más solidarios, podremos no sólo abrir nuestras almas, sino también nuestros bolsillos. Mi trabajo, decía la Madre Teresa, es como una gotita en el mar; ella no hace mucho, pero si falta, le faltará algo al mar.
Dios quiere seguir contando con nosotros, nos necesita. Dios se sirve de los seres humanos para curar, aliviar, consolar, “salvar”. “Cada criatura, al nacer, trae el mensaje de que Dios todavía no pierde la esperanza en los seres humanos” (Tagore).
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