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Héctor Abad Faciolince: “Tengo tan mala memoria que creo que mi infancia es completamente inventada a mi manera”
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POR CHARO RUANO

Héctor Abad Faciolince: “Tengo tan mala memoria que creo que mi infancia es completamente inventada a mi manera”

Actualizado 10/11/2022 15:25
Charo Ruano

Este escritor es amable y educadísimo, al que se le nota mucho, en su literatura y seguramente en la vida, esa infancia entre mujeres

Dice Héctor Abad Faciolince que lleva bien ser sobre todas las cosas el autor de El olvido que seremos…pero que aspira a ser escritor de muchos libros, por lo menos de nueve novelas añade… Pero si fuera un escritor de un único libro, bueno, no importa, ya lo tengo.

Hector Abad Faciolince es un hombre amable y educadísimo, al que se le nota mucho, en su literatura y seguramente en la vida, esa infancia entre mujeres, esa infancia que él dice no recordar, aunque no las ha contado paso a paso…esa infancia que en este caso y a pesar de los pesares, si fue un paraíso habitado.

.- Siempre que termino un libro suyo tengo la impresión de que se ha vaciado, de que lo ha dado todo, como si otro libro no fuera posible

Un poco tiene razón… Yo quedo exhausto. Tan cansado que pienso: creo que esta es mi última novela; no voy a escribir más, ya no tengo fuerzas. Pero además del cansancio, tengo también una pequeña superstición, la de las nueve sinfonías. La de que uno acomete en su vida nueve esfuerzos grandes. Y esta es apenas mi séptima novela. Si se cumple ese pronóstico, ese agüero, y como yo escribo una novela más o menos cada seis años, puedo decir que me quedan dos novelas más y, si tengo suerte, doce años de vida. En todo caso es muy cierto que en este momento sería incapaz de emprender otra novela. Para descansar, traduzco, me hundo en un libro ajeno, y ahora estoy traduciendo una novela muy buena de una escritora norteamericana, Rebecca Goldstein.

.- En este se ha dejado medio corazón

No lo quise, ni lo busqué, pero así fue, quedé con el corazón remendado. Me hundí tan honda y personalmente en mi personaje, en Luis Córdoba, el que espera un trasplante de corazón, que me enfermé yo también del mismo órgano y, aunque no me lo trasplantaron entero, sí me pusieron una válvula de vaca, un pequeño trasplante, de apenas una parte. Creo que hay que escribir así: metiéndose hasta lo más íntimo de nuestros personajes. De milagro no me convertí al catolicismo y no me hice cura por un tiempo, al menos mientras escribía.

.- Un corazón ajeno para comenzar una nueva vida…Si enfermedad desbarata la existencia y lo acerca a la muerte, Córdoba, con su optimismo inquebrantable y su apego a la vida, ve en la po­sibilidad de un trasplante la oportunidad para un nuevo comienzo.

Creo que la medicina contemporánea nos ofrece esas resurrecciones. Si yo hubiera nacido en el siglo XVI, creo que ya me habría muerto unas tres veces: de neumonía, de cálculos biliares y del corazón. Esta novela, además, la escribí en plena pandemia, durante lo más duro del encierro, el miedo y el confinamiento, cuando todos temíamos a un virus que nos podía matar. Por eso me salió muy natural escribir sobre alguien que puede morir, pero que sin embargo se plantea la posibilidad de vivir distinto, si pasa la prueba y resucita. Cuando nos enfrentamos a esas pruebas radicales en la vida, nos replanteamos muchas cosas, pensamos en qué es lo fundamental, qué queremos mantener y qué queremos cambiar. Luis Córdoba, mi protagonista, está en esa encrucijada, en esas crisis de la edad madura y de la posibilidad de morir o de sobrevivir.

.- Construida con maestría, la novela se abre como un dispositivo de cajas chinas en el que Joaquín nos ofrece el relato que Aurelio compone a partir de sus conversaciones con Córdoba y en este juego de voces las distinciones entre lo ima­ginado y lo acontecido pronto dejan de importar

De algún modo para mí era importante que el narrador, o los narradores, se fueran diluyendo en una voz que no importa mucho de quién es. Una voz que sabe y cuenta, que recuerda o imagina, que se traslada al pasado y trata de adivinar el futuro, al mismo tiempo que vive intensamente el presente, al menos el presente de la novela. Hay una serie de amigos que quieren reconstruir la vida de Luis Córdoba, el personaje central, y de este modo son muchas las voces que lo cuentan, con el cariño de la amistad, con la presencia viva de un recuerdo que se atesora durante muchos años. También, como usted dice, se mezcla lo que realmente le sucedió a la persona real, Luis Alberto Álvarez, con lo que no puedo saber si le ocurrió o no, y por eso el libro no es biografía sino novela, y por eso también en la novela el hombre tiene otro nombre, Luis Córdoba. A veces ni yo mismo sé qué parte ocurrió efectivamente, y qué partes las inventé yo o las inventaron (o recordaron mal) los amigos que me las contaron.

.- Los temas tan queridos por usted, familia, paternidad, infancia, casa como refugio donde nada malo puede pasarnos

Sí, yo creo que la casa es siempre muy importante en todos mis libros, o el sitio en el que viven y conviven las personas. También podría ser un hotel, un seminario, una residencia de sacerdotes. Pero en este caso es una casa, o mejor, dos casas. Una casa de solo hombres, una pura familia atípica, y otra casa en la que hay dos mujeres sin marido y tres niños sin padre, adonde llega a vivir un hombre célibe que lleva 35 años sin convivir con una familia de verdad, que nunca ha ejercido la paternidad, y en un momento muy importante de su vida debe hacerlo. Ese contacto con los niños, con las dos mujeres jóvenes, inteligentes, una de ella muy culta y la otra muy alegre y vital, rompen de algún modo los esquemas y las expectativas de vida del Gordo. Sí, son temas que me atraen. Sé que la familia puede ser un lugar de infamia, de castración, de abuso; pero también sé que puede ser, y muchas veces es, todo lo contrario.

.- Y además la amistad y el matrimonio como cárcel o como libertad

También, sin duda. El matrimonio es así de paradójico: muchísima gente lo abandona hastiada, o abandonada, o herida, o estremecida por una tragedia, pero pese a todo, muchas de estas personas quieren volver a entrar. Y muchas otras, que no han entrado nunca, lo quieren también probar. Quizá sea una imposición cultural, pero no creo, porque se da prácticamente en todas las culturas, en mayor o menor medida. Tenemos una necesidad de ayuda, de compañía, de contacto, de división del trabajo, de sexo, de protección, etc. Solo en sociedades muy ricas, muy prósperas, hay mucha gente sola que se basta a sí misma, pero eso es un lujo escaso. Casi todos necesitamos de otros, bien sea de familiares o de amigos, sobre todo cuando tenemos que sobrellevar la enfermedad, la pobreza, la crisis vital, la soledad extrema. Vivir no es fácil, pero vivir siempre solos casi siempre es más duro aún. Y lo dice alguien que ama la soledad y que pasa la mayor parte de su vida en silencio y sin nadie alrededor.

.-Una obra que habla del cine, la literatura o la música como bálsamos y lenguajes donde buscar la belleza y la plenitud. Repleta de citas literarias, y referencias cinemato­gráficas y operísticas

En la pandemia me di cuenta de que contar con recursos culturales, mucho más que con recursos económicos, con recursos culturales (y médicos, la medicina es una parte muy importante de la cultura) una crisis de este tipo es mucho más fácil de sobrellevar. Los que tuvieran herramientas baratas de la cultura como tocar un instrumento, disfrutar con música compleja, con películas, con libros, con ganas de aprender algo que habíamos postergado, con cultura culinaria también, o con el auxilio de la amistad y el amor de la gente cercana, pudimos sobrellevar esa crisis con menos angustia y con menos neurosis.

.- En la que adivinamos esa infancia privilegiada que yo creo que es el jardín que más fieramente cultiva

De esto no estoy tan seguro. Yo tengo tan mala memoria que creo que mi infancia es completamente inventada. Pero inventada a mi manera, como quiero que haya sido, como pienso que pudo haber sido, pero si soy del todo sincero, la he olvidado casi toda. Bueno, ese mismo olvido me indica que no fue traumática. Que fue una infancia llena de mujeres alegres, de cariño, de protección y amabilidad. No recuerdo grandes traumas; tal vez el único trauma es que a veces me parecía muy largo el tiempo, y me aburría. Pero es bueno aburrirse: cuando uno se aburre, busca alguna solución para dejar de estar aburrido, y aprende cosas nuevas.

.- Nos enamoramos de todos los personajes, nos enamorados de ese gordo que anhela ser feliz hasta su último aliento, de esas mujeres tan distintas y tan necesarias, de esos amigos leales hasta el final

Ese es un gran piropo. Yo sí quisiera que los personajes tuvieran esa capacidad de atracción. Me gustan las novelas en las que me digo que hubiera querido conocer a sus protagonistas. De algún modo uno los conoce, íntimamente, con sus fallas y defectos, con sus debilidades y contradicciones, pero también los entiende y los perdona. Y si es un lector, una lectora generosa, también los quiere, se entrega a ellos, los admite dentro de sí, los abraza, los vuelve suyos.

- Imposible no adivinarle en Joaquín Restrepo

Yo intento ser todos los que hay ahí. Trato de meterme muy dentro de ellos y de ser fiel a ellos, leal con ellos. Con hombres y mujeres, con curas y ateos, con gays y heterosexuales, con jóvenes y viejos. Lo bueno de escribir es que uno es uno, no puede dejar de serlo, pero también se sale de sí mismo y entiende cómo sería si fuera alguien muy distinto. Reencarna, se trasplanta a otras vidas, le pone la propia mente y el propio corazón a otros. Joaquín Restrepo tiene algo que reconozco mucho en mí: a veces me caigo bien y a veces me caigo muy mal.

.- En este momento que se habla tanto de autoficción qué lugar ocupa su libro

No me preocupo mucho por insertarme en ninguna categoría o taxonomía. Ese es un tema para profesores, y yo he sido muy mal profesor. En cada libro mío intento contar una historia muy distinta a la anterior. Sin embargo, siempre estoy ahí, con todo lo que he sido, todo lo que he leído, averiguado, viajado, vivido, pensado, preguntado. Todo tiene que pasarse por el tamiz del yo, que es el único que uno conoce verdaderamente; pero también salirse de ese yo, y no ser ideológico, y no obligar a pensar como yo pienso a los que piensan muy distinto. A los que viven y sienten muy distinto. En eso me favorece que tengo muy poco carácter, muy poca personalidad, e incluso una cultura y una ideología bastante débiles. Me amoldo fácilmente a cualquier otro, me adapto bien a las formas ajenas que se apartan de la forma que creo tener.

.- Y no le dio miedo ponerse con un libro que tiene a dos curas como protagonistas, un corazón enfermo, dos mujeres solas, la apuesta era alta

“El corazón, si pudiera pensar, se pararía”, dice uno de los epígrafes del libro, de Fernando Pessoa. Yo cuando escribo soy la persona más inconsciente del mundo. No sé nunca si lo que estoy haciendo está de moda o no. Es después, al terminar, cuando me doy cuenta de que la apuesta es complicada: ni el corazón ni los curas están muy de moda; si salen es para denigrarlos. Pero de verdad que no hago esos cálculos, y como pienso muy poco, no me paralizo. Cuando estoy escribiendo lo mejor que me puede pasar es no pensar nada; simplemente escribo y me dejo llevar por la historia del libro. Si yo como escritor pudiera pensar, me pararía. De hecho, cada vez que he pensado en la mitad de una novela, la he tenido que abandonar. Consigo llegar hasta el final porque no pienso en nada que esté fuera de la historia. Lo que está fuera de la historia no nos puede importar. Si pensamos en eso, en efecto, da miedo, y el miedo paraliza.

.-Siempre en sus libros: Literatura, testi­monio y recuerdo se entrelazan aquí también la memoria, hasta confundir vivencias e imaginación

Esos elementos los barajo de un modo también bastante inconsciente y muy irresponsable. Esa es la libertad y la maravilla de la novela, que no tiene fronteras, que es un género mixto y promiscuo. Cuando uno está escribiendo una novela todo se vuelve novela: la poesía, el ensayo, el testimonio, la política, el recuerdo, el olvido, lo que se recuerda mal. La mala memoria puede ser increíblemente creativa: como no recuerdo bien, tengo que inventar e ir rellenando con imaginación todo lo que he olvidado. Es una gran ventaja: no tengo que serle fiel a nada ni a nadie, ni siquiera a mí mismo.

.- Y como lleva ser siempre sobre todas las cosas ser el autor de El olvido que seremos

Lo llevo bien. Hay escritores de muchos libros y escritores de un solo libro. Yo aspiro a ser un escritor de muchos libros. Como ya le dije, por lo menos de nueve novelas. Pero si fuera un escritor de un único libro, bueno, no importa, ya lo tengo. Si consigo algo más, será una añadidura.

Héctor Abad Faciolince nació en Medellín (Colombia), en 1958. Estudió Lenguas y Literaturas Modernas en la Universidad de Turín (Italia). Además de ensayos, traducciones y críticas literarias, ha publicado, entre otros, los siguientes libros: Asuntos de un hidalgo disoluto (Alfaguara, 1994), Tratado de culinaria para mujeres tristes (Alfaguara, 1997), Fragmentos de amor furtivo (Alfaguara, 1998), Angosta (2003; Alfaguara, 2020), El olvido que seremos (2006; Alfaguara, 2017), La Oculta (Alfaguara, 2015) y Lo que fue presente (Alfaguara, 2019). Con su tercera novela, Basura (2000; Debolsillo, 2017), obtuvo en España el I Premio Casa de América de Narrativa Innovadora. Ha publicado también un libro de poemas, Testamento involuntario (2011); uno de ensayos, Las formas de la pereza (Aguilar, 2007), y otro de narrativa, Traiciones de la memoria (Alfaguara, 2009). De sus libros hay traducciones a más de quince idiomas.

Charo Ruano