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¿País de sordos?
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¿País de sordos?

Actualizado 09/11/2022 07:54
Antonio Matilla

Antiguamente, cuando oías a una persona hablar en voz muy alta, alguien decía: ese está sordo; por eso habla alto. No es mi caso, que me estoy quedando gordo como una tapia, pero sigo sin hablar en voz muy alta, tal vez porque tengo poca voz o porque nunca ha sido mi costumbre, o porque me he feriado unos buenos audífonos.

El otro día estuve con un amigo a comprar un artilugio en un gran Centro Comercial, vertical por más señas y, al terminar, subimos hasta la cafetería, sita en el último piso; buenas vistas, decoración moderna en mármoles y plásticos duros, tal vez demasiado duros porque no absorben nada de sonido, lo que da como resultado, con el local casi lleno de consumidores, que había un guirigay y un ruido de todos los demonios, de forma que apenas se podía hablar a no ser forzando la voz… Mal de muchos, consuelo de sordos.

Hace poco, en un viaje en autobús urbano, que tan bien funciona en Salamanca, al menos en los recorridos que suelo hacer, una chica todavía joven recibió una llamada de teléfono y, a pesar del ruido del motor y del tráfico, todos pudimos enterarnos de la mitad de la conversación, la que salía abruptamente de su boca y llegaba, incluso, a mi oído sordo.

Por no ser hipócrita debo señalar que los curas también suelen hablar con voz potente, imagino que como consecuencia de un largo entrenamiento para hablar en iglesias con mala o nula megafonía, o al aire libre en los campamentos, romerías y peregrinaciones.

No se me ocurre ni pensar que los curas hablamos alto porque creamos que tenemos razón, eso lo dejo para algunas tertulias de televisión y radio en las que, llegado el momento, se ponen todos a la vez a gritar y a discutir, de modo que lo único que un sordo puede oír es que hay uno o una de los contertulios que es quien tiene la voz más potente, pero sin conseguir entender apenas nada de lo que dice. Algo similar ocurre todavía, y ocurría aún más hace unos años, en una cadena televisiva cinco veces especialista en asuntos del corazón, de divorcios, ligues, traiciones y looks aparatosos. Parece que ahora gritan un poco menos. Habrá protestado algún anunciante importante.

Tampoco es la primera vez que va uno hablando tranquilamente por la calle con algún vecino o amigo y de repente nos adelanta un grupo de jóvenes, muy juntos, pero hablando a gritos como si cada uno se encontrara en el borde de un acantilado a doscientos metros de los demás.

En mis viajes por el extranjero no he padecido tanto gritón, salvo cuando alguien ha bebido demasiada cerveza. Vas a un café y puedes mantener una conversación en voz moderada, lo mismo que hacen los de las mesas de al lado. La causa de nuestros gritos podría ser nuestro carácter expansivo y disfrutón, pero me temo que sea más una cuestión de costumbre. Las costumbres se adquieren en la infancia, por imitación y por consejo y corrección paterno maternal; y se mantienen en la adolescencia, para no ser menos que nadie. También podría ser que a los españoles de cualquier edad se nos vaya la fuerza por la boca.

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