Era la priora del Monasterio de la Anunciación de Alba de Tormes durante la visita de Juan Pablo II
Las Madres Carmelitas Descalzas de Alba de Tormes han comunicado el fallecimiento de su hermana María Mercedes del Sagrado Corazón a los 95 años de edad. Sus restos mortales descansarán desde hoy en el Monasterio de la Anunciación de Alba de Tomes, lugar en el que hizo su profesión en el año 1955. Las Carmelitas Descalzas de Alba de Tormes dan gracias a Dios por la vida y vocación de su hermana.
Nació nuestra Hermana María Mercedes del Sagrado Corazón en Soto (Trevías) -Asturias- el 22 de mayo de 1927. Era la tercera de siete hermanas. Su padre, ante la falta de trabajo, había emigrado a América siendo menor de edad y después de pasar unos cuantos años en Cuba, antes de casarse, se había instalado definitivamente en su pueblo donde, con sus ahorros, terminó de levantar una gran casa en la que ella vivió una infancia tan feliz que siempre la recordó con muchísimo cariño.
En la escuela, en la catequesis, en el coro, como en todo lo que hacía fue muy aplicada y sobresalía en todo. Quería muchísimo a su larga familia, pero con su padre tenía un vínculo especial, que por otra parte era mutuo. Pronto su padre cayó enfermó y al constatar que su enfermedad era incurable puso en manos de su querida Manolita la tarea de ocuparse de su numerosa familia. Al morir este montó un pequeño taller de punto que daba trabajo a las hermanas y, como tenía unas manos primorosas y hacía extraordinariamente bien cualquier trabajo que acometiese, en seguida se hizo con una buena clientela y empezó a levantar la economía familiar que había quedado muy mermada con la guerra.
Aunque de muy joven tuvo una relación seria, pronto sintió la llamada del Señor, mas, las circunstancias, le hicieron ir demorando su ingreso en el convento hasta que dejó encarrilada la economía familiar y funcionando con normalidad el taller para que su madre y hermanas pudieran hacer frente al futuro con menos agobio del que en esos momentos padecía toda la sociedad española. Cuando la situación se lo permitió, pidió la entrada en nuestro Monasterio y con su decisión habitual, al amanecer el día 24 de junio de 1954, con el máximo secreto posible, y sin despedirse de su madre para que no se lo impidiese, puso rumbo a Alba de Tormes.
Y en este Monasterio de la Anunciación tomó el hábito del Carmen, profesó y permaneció el resto de su vida sin volver a pisar nunca su tierra asturiana que siempre llevó en el corazón. Al principio le costó mucho el contraste con la aridez de Castilla, pero había hecho tal donación de su vida al Señor que nunca aceptó volver a ver esas montañas de las que tenía una profunda nostalgia.
Desde el primer momento las hermanas pudieron percibir su talla humana y religiosa. Una hna. que le quería cambiar el nombre de Manuela indicó a la M. Priora que la postulante quería llamarse Ma Mercedes, como su madre, pero que no se atrevía a decirlo. No era verdad, más hna. Mercedes se calló, y sólo muchos años después, nos lo confesó. En el noviciado, la M. Maestra tenía un curioso método de formación. Siempre que Hna. Mercedes pedía alguna cosa que necesitaba, le traía lo contrario de lo que pedía. Ella se dio cuenta y para que le diesen lo que necesitaba, pedía lo contrario. Pero su honradez no le permitía esta actitud engañosa y pronto le contó a la M. Maestra lo que ocurría.
Fue siempre una religiosa ejemplar y de gran valor para la comunidad. Ejerció prácticamente todos los oficios conventuales en los que siempre destacó por su exquisita perfección, su caridad con las enfermas y su gran orden. Siendo priora –le coincidió la visita de SS. Juan Pablo II- acometió el arreglo del tejado de la Iglesia, bastantes reformas en el monasterio y una buena tanda de restauraciones de cuadros del mismo que estaban muy necesitados de una intervención urgente.
Se puede decir que mientras estuvo en el convento fue la modista insustituible de frailes y monjas. Sus hábitos eran tan perfectos que llamaban siempre la atención. Pero donde realmente dejó su vida fue en la sacristía. Hizo multitud de albas, de casullas, de estolas; arregló todo aquello que lo precisase y siempre con su sello característico: la excelencia en cuanto tocaba.
Como el Señor le concedió una vida tan larga, los últimos años fuimos percibiendo un progresivo deterioro, comenzó a dejar de coser, aunque no dejaba de caminar. Últimamente tuvo varias caídas que al final le postraron en cama con lo que su salud se fue complicando.
Ha pasado así varios meses, tranquila y sin quejarse, ni pedir nada. Para nosotras era un misterio inexplicable verle padecer tanto sin una queja. Y en el mismo silencio que había vivido estos últimos meses, cuando el día iba ya de caída, vino el Señor resucitado y la introdujo en su Reino. Era el día 6 de Noviembre, domingo. Acabábamos de concluir el rezo de Vísperas.