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Rosa María Lorenzo, custodia de la memoria
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La humildad de un oficio olvidado

Rosa María Lorenzo, custodia de la memoria

Actualizado 05/11/2022 10:10
Charo Alonso

La etnógrafa salmantina muestra por vez primera en Villares de la Reina su colección de piezas de hojalata

El legado de la vida que pasa no le pesa a la etnógrafa e historiadora Rosa María Lorenzo. Su vida ha estado –y continúa– dedicada a la investigación del patrimonio histórico-etnográfico salmantino, los trabajos, los días y las fiestas de un pasado que recorre, rigor amoroso, a lo largo de su generosa trayectoria. Se inició como docente en el Centro de Cultura Tradicional de la Diputación de Salamanca, actualmente es miembro numerario y vicepresidenta del Centro de Estudios Salmantinos y funcionaria en el Archivo de la Diputación de Salamanca. Su libro sobre ‘Los alfares salmantinos entre los siglos XVI al XX, en la ciudad y la provincia’ constituye una obra de referencia obligada para los estudios de cerámica en España y en el año 2013 el Ministerio de Economía y Competitividad le concedió el Premio Nacional de Investigación histórica y etnográfica como reconocimiento a su trayectoria investigadora. Vasija que contiene nuestro legado, Rosa Lorenzo ha escrito y publicado sobre infinidad de temas y su tarea en la recopilación oral y en archivos, recogiendo el patrimonio etnográfico salmantino, ha ido más allá, ejerciendo esa tarea callada y minuciosa que compagina las labores de la etnografía y la historia para conjurar el olvido con el bordado de su talento y dedicación. Belleza de lo que no se pierde entre los legajos y las voces de un eco de barro con brillo de hojalata, humildad de lo eterno, Rosa María Lorenzo.

Charo Alonso: Esta es la exposición de un oficio perdido, Rosa.

Rosa María Lorenzo: Es un ejemplo de artesanía tradicional salmantina, hoy desaparecida, pero que aún pude conocer, estudiar y divulgar en los últimos años del siglo XX. Por ello, deseo agradecer al Ayuntamiento de los Villares de la Reina, que a través de su Concejalía de Cultura, haya organizado esta exposición y con ello su contribución al conocimiento del patrimonio histórico-etnográfico y cultural de la provincia de Salamanca.

Ch.A.: ¿Cómo te acercaste a esta actividad?

R.M.L.: A finales de los años 80 entrevisté a los últimos hojalateros de Ciudad Rodrigo para la publicación de un libro sobre los oficios del metal, titulado ‘Hojalateros, cencerreros y romaneros’. Allí aún se mantenía abierto un taller donde trabajaba el maestro hojalatero Teodosio Martín Donoso, de 90 años y sus hijos, quienes daban vida a múltiples objetos necesarios en la vida diaria hasta los años 60 del siglo pasado. Recuerdo que cuando fui a llevarles mi libro ya editado, con fotografías de Amable Diego, y a agradecerles su ayuda, ellos me regalaron una candilera, donde habían grabado mis iniciales que siempre he conservado con entrañable recuerdo. Desde entonces mantuve un sincero afecto con ellos que se prolongó –hasta su fallecimiento– con uno de los hijos Miguel Martín Acicolla quien, animado por la publicación de un libro sobre su oficio, continuó realizando antiguos objetos de hojalata. De esa manera fui completando mi colección de la hojalatería en Ciudad Rodrigo durante varios años.

Ch.A.: Qué hermosa historia, Rosa, ¿qué entendemos por “hojalata”?

R.M.L.: La hojalata es una lámina de hierro cubierta de estaño. Se obtenía de reducir el hierro a su mínimo espesor, decapándolo con ácidos y aplicándole después una capa de sebo, para añadirle finalmente una cubierta de estaño. Este proceso se conocía desde el Renacimiento, pero se generalizó su uso a partir del siglo XVIII. En hojalata se han elaborado, durante siglos, una gran variedad de utensilios necesarios para cubrir las necesidades de la vida diaria y para la conservación de alimentos. En la elaboración de recipientes destinados a contener agua, como bañeras o barreñones, para evitar la oxidación de la hojalata, se sustituía esta por la hoja de cinc.

Ch.A.: Has concebido esta exposición con las fases de la vida.

R.M.L.: Sí, y por ello el discurso expositivo muestra los objetos de hojalata en la vida cotidiana. El ciclo vital que representa el nacimiento con los primeros sonajeros y las piezas realizadas en pequeño tamaño o juguetes que acompañaban la infancia: La juventud, con el estuche donde el soldado portaba la licencia de la mili, en su regreso al hogar; el matrimonio, con la farola de novia y todos aquellos enseres que componían el ajuar que la recién casada aportaba al matrimonio y la muerte, con el farol de cementerio, que alumbraba sobre la tumba el Día de los Santos. Se incluyen objetos domésticos, de uso en la agricultura, la ganadería, el comercio o la gastronomía, entre otros. Y finaliza con una pequeña muestra de objetos metalografiados cuya producción industrial condujo a la extinción de la hojalatería artesanal.

Ch.A.: Un oficio olvidado.

R.M.L.: Que hoy ha quedado en el recuerdo pero que en el pasado conoció una gran demanda. Era un oficio que a su vez se dividía en otros, porque el hojalatero además de poseer un amplio conocimiento de la hojalatería, tenía que dominar la geometría y el dibujo para realizar las plantillas o patrones y ejercer de cristalero y fontanero. Y a lo anterior también añadía tareas de lañador, con la reparación de aquellos objetos que se deterioraban con el uso.

Ch.A.: Oyéndote no solo recordamos los objetos, sino las palabras… Todo se ha perdido.

R.M.L.: Las palabras van unidas a objetos, procesos de trabajo, formas de vida, creencias… Si se pierde su uso, esa palabra deja de pronunciarse y desaparece. Un método que emplearon, en las primeras décadas del siglo XX, algunos etnógrafos alemanes y las investigadoras de la Hispanic Society de Nueva York, fue el conocido como “las palabras y las cosas”. Realizaban la recopilación oral en distintas provincias de España, entre ellas en Salamanca, y las palabras que pronunciaban los informantes les conducían “a las cosas”, a un conocimiento etnográfico del lugar y de los objetos donde realizaban sus estudios y trabajos de investigación etnográfica. Por ello, en los trabajos de investigación etnográfica es importante recoger las palabras que utilizan los informantes, porque no quedarán en el olvido.

Carmen Borrego: ¿Cuándo empezaste a recopilar, Rosa?

R.M.L.: Empecé cuando estudiaba Filología Inglesa en la Universidad de Salamanca y llegué como alumna al Centro de Cultura Tradicional de la Diputación de Salamanca, cuyo director era el reconocido etnógrafo Ángel Carril. Pronto empecé a formar parte del equipo docente mientras estudiaba Historia. Tenía 24 años cuando comencé a realizar diversas investigaciones etnográficas en la provincia de Salamanca y a trabajar en los distintos y múltiples proyectos que puso en marcha Ángel Carril, hasta su fallecimiento en el año 2002.

C.B.: Fue una época magnífica y todo gracias a Ángel Carril.

R.M.L.: Si, nunca le agradeceremos bastante los salmantinos el nivel al que elevó la etnografía en Salamanca y al Centro de Cultura Tradicional, con todos los que trabajábamos en él, que lo situó como referente a nivel nacional. Era un hombre polifacético, muy creativo, de hecho, muchos de los proyectos que él creó se han continuado realizando. Yo me considero afortunada por haber compartido veinte años de trabajo y amistad con la persona que me enseñó a mirar con otros ojos y supo despertar en mí, más que un trabajo, una vocación por la investigación histórico-etnográfica y a estudiarla con la rigurosidad que requiere.

Ch.A: ¿Nos interesa conocer el pasado, Rosa? ¿Les interesa a las gentes que vienen de fuera, por ejemplo, y no tienen memoria de todo esto?

R.M.L.: Por supuesto, porque lo que no se conoce no existe y no se valora. Es importante conocer el pasado para avanzar en el futuro, pero para ello hay que investigar con rigurosidad. El método etnográfico, que se fundamenta en la entrevista a los informantes, en la mayoría de estudios se puede y se debe completar con la aplicación del método histórico realizando la consulta de todo tipo de documentación. Contrastar los datos de la recopilación oral con la documentación de archivo evita que la tradición sea una historia inventada, se amplía el conocimiento de nuestro patrimonio histórico-etnográfico y en ocasiones se comprueba que este comparte rasgos comunes con otras provincias, países y culturas. La afirmación de que un hecho etnográfico es único o de una determinada zona o localidad, pocas veces se cumple.

C.B.: ¿Y tu colección de cerámica? ¡Qué trabajo tan impresionante tu libro sobre los alfares!

R.M.L.: Mi colección de alfarería, con varios centenares de piezas procedentes de antiguos alfares salmantinos, se halla depositada en el Museo Etnográfico de Castilla y León (Zamora) desde hace varios años porque no la podía acoger ningún museo de Salamanca por falta de espacio. Fue el resultado de un estudio que realicé sobre la Cerámica Salmantina entre los siglos XVI al XX en la ciudad y la provincia, al que dediqué 7 años de mi vida. Se formó, como la colección de hojalata, porque fui comprando piezas durante esos años, en alfares y anticuarios para fotografiar y que sirvieran como ilustraciones para el libro. Fue una investigación donde combiné el método etnográfico con el histórico y arqueológico y de este modo se pudo confirmar la existencia de más de una treintena localidades con alfares en la provincia, y por primera vez los alfares de la ciudad, que elaboraron loza blanca estannífera desde la Edad Media hasta el año 1910 y cuyos restos permanecieron enterrados en el antiguo Barrio de los Olleros, junto a la actual Iglesia de San Juan de Sahagún.

Ch.A.: Rosa, volviendo al trabajo de campo, ¿no te daba miedo ir a preguntar a la gente, por esas carreteras, sin saber quién iba a abrirte la puerta en los pueblos más aislados?

R.M.L.: No, creo que si te acercas con respeto y educación, no debes tener problemas. Yo nunca los he tenido y debo destacar la generosidad que he encontrado en los informantes quienes han compartido conmigo sus recuerdos de una forma de vida que ha desaparecido. Ellos son sabios de la supervivencia y generosos. Por ello yo siempre he mostrado mi gratitud y afecto hacia ellos.

Ch.A.: ¿No has sentido nunca la prisa por investigar pensando “que se me mueren los informantes”?

R.M.L.: Si, siempre porque lo que permanece en su memoria, lo que han vivido, pocas veces queda escrito o custodiado en un archivo. Yo tuve la suerte de realizar estos trabajos hace unos años, hoy sería imposible. Por lo tanto, claro que hay prisa por la recopilación oral y mucha paciencia después en la investigación de todo tipo de documentos a la que hay que dedicar un tiempo sin medida.

Ch.A.: Eres historiadora, sabes que a veces la etnografía es como una rama menor pero tú lo unías todo, el trabajo de campo, el método histórico y el arqueológico, como en tu investigación de los alfares.

R.M.L.: La etnografía, por su vinculación al término folklore, tan denostado en otros tiempos y por considerarla una historia, relativamente reciente, no ha tenido la consideración que merece. Se considera que abarca unos cien años, pero generalmente presenta hechos que remiten a etapas históricas anteriores.

C.B.: Rosa es muy minuciosa, no se le escapa nada, así ha sido siempre… ¿Qué quieres seguir haciendo ahora?

R.M.L.: Quiero seguir investigando, como lo he hecho hasta ahora y disfrutar con lo que hago.

Ch.A.: Hablamos de campo y pueblos, pero ¿cómo fue tu trabajo en la Hispanic Society de Nueva York?

R.M.L.: Fui en dos ocasiones, organicé mis viajes para completar un estudio sobre Ruth Mathilda Anderson y Frances Spalding, dos fotógrafas que en las primeras décadas del siglo XX realizaron fotografías en la ciudad y provincia de Salamanca. Luego publiqué en el 2006 ‘Vidal González Arenal, pintor entre dos siglos 1859-1925’, sobre un artista que trabajé allí y que expusimos en las Salas de la Diputación y Caja Duero.

Ch.A.M.: ¿Quién era González Arenal?

R.M.L.: Fue un pintor de Vitigudino, desconocido hasta entonces, de fama internacional. Estuvo becado por la Diputación de Salamanca para ampliar sus estudios en Madrid y en la Academia de Bellas Artes de Roma. En la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1895 en Madrid, donde Sorolla obtiene la primera medalla, gana la segunda por un cuadro que custodia el Museo de Salamanca en depósito: ‘La deposición de Cristo’. Pintó en distintas localidades de la provincia, recogiendo en sus cuadros las costumbres tradicionales en los primeros años del siglo XX, como en La Alberca, unos años antes de la llegada de Sorolla allí. Y vendía parte de su obra en el extranjero, principalmente en Estados Unidos.

Ch.A.: ¡Qué historia más bonita y qué descubrimiento! ¿Crees que vamos a guardar bien todo este legado que descubrís?

R.M.L.: Deberíamos, pero la sociedad evoluciona y cambia, como siempre ha sucedido.

Ch.A.: Pero hay un repunte de la artesanía, un deseo de lo hecho a mano, de reivindicar las tradiciones, por ejemplo, en el mundo de la moda

R.M.L.: Es verdad que se vuelve a apreciar la obra hecha a mano, la confección a medida. Es un tema que he vivido y vivo muy de cerca en mi familia, una de mis bisabuelas fue modista al igual que mi madre y en la actualidad su nieta continua la tradición familiar en el mundo del diseño y el patronaje. La incorporación de las tradiciones salmantinas a la moda, seguramente ofrecería resultados sorprendentes y bastante satisfactorios. Pero antes debería ir precedida de la necesaria investigación, en cuanto a técnicas, materiales o motivos.