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Difuntos
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Difuntos

Actualizado 04/11/2022 15:00
Juan Robles

Además del día dos, el mes de noviembre entero está dedicado a encomendar a Dios a todos los difuntos, a pedir que sean liberados de las penas del purgatorio y trasladados a las dependencias del cielo. Es la doctrina cristiana relativa a la atención de los muertos.

Tradicionalmente, entre nosotros, hablar de los muertos y de la misma muerte, es un tabú que evita referirse a los difuntos. Es una práctica bien diferente de la que llevan a cabo los ciudadanos de Méjico, que convierten en fiesta el recuerdo y la veneración de los difuntos. Después, estas prácticas populares se han ido transformando en el desmadre de las celebraciones ajenas de halloween.

La muerte es algo insoslayable. Y la vida adquiere sentido en función de la muerte. Después de la muerte temporal, no sabemos lo que hay. Sólo se puede tener alguna seguridad desde la perspectiva religiosa, y más concretamente desde la perspectiva cristiana.

San Pablo dice que, si hemos muerto con Cristo, resucitaremos y viviremos con Él. Él quiso vivir y morir como nosotros. Y nos da la posibilidad de vivir con Él. La muerte no es el final. Así lo recoge la hermosa canción de Gabarain: “Tú nos dijiste que la muerte / no es el final del camino / que, aunque morimos no somos / carne de un ciego destino”.

La seguridad de que vamos a ser acogidos por Dios después de la muerte nos ayuda a superar todos los miedos. Por eso la muerte se acompaña con oraciones y prácticas de diferentes tradiciones:

En el libro Segundo de los Macabeos, perteneciente al antiguo testamento, está escrito: «Mandó Juan Macabeo ofrecer sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de sus pecados» (2 Mac. 12, 46). En los primeros días de la Cristiandad se escribían los nombres de los que habían fallecido en los díptica, que es un conjunto formado por dos tablas plegables, con forma de libro, en las que la Iglesia primitiva acostumbraba a anotar en dos listas pareadas los nombres de los vivos y los muertos por los que se aplicaba la eucaristía.

En el siglo VI, los benedictinos tenían la costumbre de orar por los difuntos al día siguiente de Pentecostés. En el siglo V, había una celebración parecida el sábado anterior al día 60 antes del Domingo de Pascua (domingo segundo de los tres que se contaban entonces antes de la primera semana de Cuaresma) o antes de Pentecostés.

En Alemania, cerca del año 980, según el testimonio del cronista medieval Viduquindo de Corvey, había una ceremonia consagrada a la oración por los difuntos el día 1 de noviembre, fecha que prevaleció en la Iglesia romana. Probablemente a causa de los movimientos milenaristas, que corrían alrededor del año 1000, la conmemoración de los Fieles Difuntos, el día 2 de noviembre, se popularizó y extendió por la Cristiandad occidental, especialmente en 998, por idea de San Odilón de Cluny, hasta ser finalmente aceptada en el siglo XVI como fecha en la que la Iglesia celebraría esta fiesta.

Para la Iglesia católica se trata de una conmemoración, un recuerdo, que la Iglesia hace en favor de todos los que han muerto en este mundo pero aún no pueden gozar de la presencia de Dios. Este día, los creyentes ofrecen sus oraciones (llamadas sufragios), así como sacrificios, y la misa en favor de los difuntos

Aunque la iglesia siempre ha orado por los difuntos, fue a partir del 2 de noviembre del año 998 cuando se creó un día especial para ellos. Esto fue instituido por el monje benedictino San Odilón de Cluny. Su idea fue adoptada por Roma en el siglo XVI y de ahí se difundió al mundo entero.

Entre los cristianos orientales hay varios días dedicados a la oración por los difuntos, y muchos de ellos caen en sábado, durante el tiempo de la Cuaresma o Pascua. En el rito de la Iglesia Ortodoxa Griega, esta fiesta se celebra en la Víspera de Pentecostés, mientras que la Iglesia Armena celebra la «Pascua de los difuntos» al día siguiente de la Pascua de Resurrección.

En la Iglesia Serbia hay una Conmemoración de los difuntos, celebrada el sábado siguiente a la fiesta de la Concepción de san Juan Bautista (23 de septiembre).

En la Iglesia anglicana y otras hay una celebración que se realiza el 2 de noviembre complementando el Día de Todos los Santos (1 de noviembre), cuyo objetivo es orar por aquellos que han acabado su vida terrenal y, especialmente, por aquellos que se encuentran aún en estado de purificación.

Durante la Reforma protestante, la celebración de los Fieles Difuntos fue fusionada con la de Todos los Santos por la Iglesia Anglicana, aunque fue renovada por ciertas Iglesias conectadas con el Movimiento de Oxford en el siglo XIX.

Entre algunos protestantes no anglicanos la tradición ha sido mantenida tenazmente. A pesar de que Lutero abolió esta celebración en Sajonia, y de las penas eclesiásticas luteranas, sobrevive esta celebración en la Europa protestante.

En las iglesias evangélicas de Alemania y Suiza se conmemora a los difuntos en el llamado Domingo de los difuntos o Domingo de la eternidad, que se celebra el último domingo antes de Adviento y es, por tanto, el último del año eclesiástico.

Los difuntos agradecen que oremos por ellos, y nosotros contaremos también con su beneficiosa mediación cuando nos llegue la hora de encontrarnos con ellos.

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