Una muestra del toreo bueno le ha bastado a Morante para poner tanto al escalafón como a las plazas boca abajo
Una muestra del toreo bueno le ha bastado a Morante para poner tanto al escalafón como a las plazas boca abajo. Las ha puesto boca abajo, y así las ha dejado por el momento al concluir la temporada, en la que ha podido pasearse hasta cien veces, cosa inusual en este torero, pero que al parecer le parecía cierto reto el sentir esa vorágine de ir raudo de uno/a a otro pueblo o ciudad de la Iberia taurina. En Ubrique termino la maratón y así han quedado las plazas- boca abajo-, hasta que llegue alguien capaz de ponerlas, -boca arriba- desde el alborear de la próxima temporada.
Difícil será, porque la mayor parte del escalafón – salvo excepciones que las hay-, no esta por la labor de practicar el toreo bueno, si acaso practican de nuevo el toreo perfílero de cite en el trascuerno, adobado de derechazos y naturales fuera de cacho, con el pico, y siempre que el toro, sea el “tonto de baba” que aguante no menos de cincuenta muletazos, de aquella manera, y gracias.
Dicen, que dijo, el genial sentencioso Rafael el Gallo, que había dos clases de toreros: los buenos y los malos. Es posible que hace casi un siglo fuera así, pero hoy añadiría que también los regulares-. El Gallo – ese inspirador de Morante- quizá sea el padre y la madre más transcendente que el toreo ha mamado en toda la historia. Así de rotundo, pero es verdad, que llevamos alguna década en que abundan las medianías.
El torero desplegado por Morante – lastima que haya tardado veinticinco años- en entrar en la leyenda y haber escrito ya, una página en la tauromaquia, ha servido de recordatorio a quienes lo tenían olvidado; y para otros la revelación de que jamás lo habían visto. A medida que Morante ha ido desarrollando lecciones magistrales en muchas de las plazas, ha sido un asombro, una vibración, una fiesta. – El toreo es hacia atrás le oí decir en una ocasión- Atrás en la historia, atrás en los referentes, atrás en personajes y en tauromaquia. Un toreo de hoy no desmerece en absoluto de un torero de entonces, siempre que este mantenga, los valores elementales, y básicos de lo que siempre fue el arte de lidiar toros bravos. Escuela es lo que necesitan la joven torería.
Don Juan Antonio Morante demostró la verdad axiomática del teorema mediante someros apuntes, toreando con ajuste y desplegando una añeja tauromaquia instrumentada en su versión y actualizada desde la naturalidad.
El toreo era el arte de dominar al toro, hasta que Morante lo convirtió en sinfonía. En las últimas temporadas, no se recuerda aún cuando el toreo alcanzo tal grandeza. Las verónicas cargando la suerte, la media verónica citando de frente, han sido preludio, de derechazos reunidos, trincherillas, naturales lentos, remates y de pecho obligados, pasándolo por ahí, como su nombre indica. Sí, el toreo ya inventado en las suertes clásicas, pero la interpretación genial del artista, surgían de los propios cánones de la tauromaquia. Un toreo hondo, series interminables, trayéndoselo toreado rematando detrás de la cadera y, sobre todo: sintiéndolo, daba lo mismo esa u otra técnica, la resultante fue la explosión estética imposible de medir.
No soy amigo de lisonjas, de exaltaciones, de cursilería, ni zalameras reseñas. Pero cuando el toreo es bien distinto, y mantengo, que nada tiene que ver con la moda de ir pegando pases por ahí, a la ventolera de lo que salga. Que, el torero es ante todo mando, ligazón y ajuste. Y si además le pone como este del que les hablo, entrega y alegría... La cosa esta bien clara. O no.