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Las otras vidas
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Las otras vidas

Actualizado 03/11/2022 08:22
Álvaro Maguiño

Una de las creencias populares que más me gustan es la de “los niños son como una esponja”. Todo lo que se acerca a ellos es absorbido, con sus palabras e instrucciones exactas. Un diario que habla del exterior.

Yo he heredado de mí mismo, del que aún no tenía miopía, el gusto por la lectura. Lo recogí y guardé como materia propia, no dignificante ni atractiva, más bien de manera residual y terminal. De todo lo que quedaba, eso es lo que tomé. Y el hábito se fue diluyendo sin dolor como pasa con la mayor parte de las cosas, sin avisar, pero sin desaparecer del todo.

El secreto de la lectura para mí reside en dos viviendas. Una, la particular, que no es otra que el mismo lector, el que quiere recibir el mensaje. Otra, la pública, que es un entorno posibilitador, o siguiendo con la metáfora, un entorno habitable. El hábito debería consolidarse sin problemas si el entorno lo propicia. Este verano, al tener lo que denominamos popularmente “tiempo libre”, volví a recuperar la costumbre de pasarme por la biblioteca, ya con más idea de lo que respiraba en las estanterías, esta vez acompañado. Y es que ese refuerzo que el gusto ahogaba lo encontré en la compañía, es decir, en el entorno. Y lo que había estado intermitentemente hibernando, se desperezó unos pequeños meses, pestañeó un par de veces, cogió libros como quien se alimenta en una desesperada situación y volvió a sumirse en su letargo personalizado. Sin embargo, ahora sí existía la segunda vivienda, el lugar donde habitar.

En este tiempo, los libros que han pasado por mis manos han debido de vivir dos vidas mínimamente. Aparte de leer, otra de mis aficiones es inspeccionar las fechas ajenas de devolución. Mientras que algunos gozaban de angosta juventud, los otros acumulaban décadas. Pocas personas se topaban con ellos, nadie los recomendaba, por lo que el papelillo se mantenía prácticamente inmaculado. Otros, como noté en un espécimen de Persuasión de Jane Austen, habían recuperado su popularidad. Habían vuelto a la vida. Los libros se llevan de sus lectores más partes de los que las personas se llevan. Se comprueba en pequeñas marcas a lápiz, que dan importancia a una frase que otros ignorarían. Lo bonito está en hallar el grisáceo y suave lineado, el que no entorpece ni emborrona, en una parte que tú también marcarías si el libro fuese propio, es un verdadero descubrimiento de vida. Se trataría de entablar una “metaconversación a distancia” con alguien que ha pensado como tú, que no conocerás y del que solo te ha quedado una pseudoconexión. De ello debería tratar la vida. De conectar.

Ahora que parezco tener una costumbre más o menos perfilada, la de acumular libros que actualmente son míos, pero podrían no serlo y migrarán a otra estantería cuando les plazca, observo con más detenimiento las ausencias de una presencia que debió de estar antes que yo.

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