Viernes, 19 de abril de 2024
Volver Salamanca RTV al Día
No tenemos cura
X

No tenemos cura

Actualizado 24/10/2022 00:08
Francisco López Celador

En lo que va de siglo, la Iglesia española ha perdido más de un tercio de aspirantes al sacerdocio. En el siglo pasado se ordenaban mil sacerdotes al año y en la actualidad no llegan a una centena. Desde que estamos en democracia, España ha pasado de 36 a 47 millones de habitantes, de los cuales algo más del 70 % se declaran católicos. En el mismo periodo, los sacerdotes, de 25.000 en 1975 a 16.000 en 2022. Pues bien, a pesar de estas reflexiones previas, no quiero referirme a los sacerdotes -que llamamos curas porque etimológicamente el vocablo viene del latín curatio – sino a los españoles, que somos los que no tenemos cura, pero empleando esta vez el vocablo en su acepción psico sanitaria.

Decir que no tenemos cura equivale a declarar que llevamos mucho tiempo tropezando en las mismas piedras; que somos incapaces de reconocer nuestros propios errores. Se nos podía aplicar la frase atribuida a Einstein: “No existe actitud más emblemática de la neurosis que hacer lo mismo de siempre y esperar un resultado diferente”

Toda nuestra historia es una sucesión de vaivenes de determinadas situaciones a las diametralmente opuestas. La etnia de los primeros pobladores de la Península Ibérica -la finis terrae de Europa- se ha visto adulterada por sucesivas invasiones llegadas por mar o a través de los Pirineos, para dar lugar a una raza surgida de la unión con todos nuestros vecinos, pero distinta a cada una de ellas. Una raza que fue capaz de llevar a cabo proezas propias de un verdadero imperio, junto a desavenencias de pueblo decadente. Hasta la misma configuración geográfica de nuestras regiones presenta características tan dispares que han influido en el carácter de sus pobladores. Después de adquirir nuestra cultura de los primeros pueblos europeos, hemos continuado la lucha contra quienes llegan, no para enseñarnos algo sino para quedarse con todo.

De ser aquel imperio donde nunca se ponía el sol, somos, por nuestros propios méritos, una pobre nación europea cuya importancia no concuerda con su extensión ni con su número de habitantes. Regidos con sistemas de gobierno de todos los colores, hemos llegado hasta nuestros días. Cuando por fin nos vimos libres, como no estábamos acostumbrados a la tranquilidad , comenzamos nuestros enfrentamientos internos. Nos costó más de un siglo ponernos de acuerdo para alcanzar el sistema de gobierno menos malo y, cuando pasó muy poco tiempo, volvimos a las pugnas internas, unas veces con discusiones y amenazas, y otras, por desgracia, con muertos de por medio.

Y aquí viene la relación de este comentario con su título. Decíamos que para un número superior de habitantes, España tiene menos curas que en 1975. Si la comparación la establecemos con los políticos, encontraremos otro de nuestros contrastes. Debemos reconocer que nuestros recursos no son para tirar cohetes. Somos un país más bien pobre. Para hacer posible el consenso de 1978, se creó la España de las autonomías, cuando alguna de ellas ni se lo había planteado. En resumen, tenemos que mantener a demasiados “curas políticos”, que muchas veces no tienen cometido, o duplican las funciones de la Administración Central.

En un intento de satisfacer todas las aspiraciones locales, se llegaron a constituir diecisiete Autonomías – siete uniprovinciales-, al mismo tiempo que provincias con personalidad menos acentuada quedaron apeadas de la nueva Autonomía vecina. A pesar de definirse como un estado no federal, existen autonomías con más competencias que algunos que sí lo son.

La Administración Central y las Autonomías constituyen los vasos comunicantes que debían dar forma a nuestra “gobernanza”. Establecer dos niveles debería ser el procedimiento para complementar funciones, no para duplicarlas. Ya es imposible rebobinar nuestra historia hasta los albores de la Transición. Mejor que nada, sería comenzar ajustando nuestras cuentas que recomponer el desaguisado. Si la España de 1978, optó mayoritariamente por la reforma y no por la ruptura, da la sensación que algunos de los herederos de aquel consenso están decididos a invertir los términos. Aparte del peligro que tienen las malas compañías dedicadas a chalanear con la unidad de España, nuestro problema más urgente es la economía.

Para hacer bueno el nefasto gobierno de Zapatero, y para poder satisfacer a sus socios de gobierno, a Sánchez no le ha temblado el pulso a la hora de aumentar el número de ministerios y el de asesores nombrados a dedo. Si no teníamos suficiente con diecisiete gobiernos autonómicos, debemos sufragar los gastos de todo el despliegue monclovita. Su hoja de ruta pasa por adaptar las mentes de los españoles a esa ideología de nuevo cuño, que nada tiene que ver con la senda emprendida tras la Transición, pero mucho que ver con un progresismo irrevocable que pretende volver a infectar las heridas que ya teníamos cicatrizadas. No conforme con presionar a la justicia, intenta ridiculizar a los españoles que defienden a España; maltrata a los católicos; desatiende a la Corona, una veces por inhibición y otras por intento de suplantación; fomenta una versión interesada de nuestra historia pretendiendo socavar la reconciliación, y todo ello sazonado con un estilo especial para no decir nunca la verdad.

Cuando los acontecimientos se encargan de sembrar dificultades en la recuperación de las naciones, los dirigentes responsables toman la medidas necesarias, en un intento de invertir la situación. Aquí, nos ha tocado el encargado de hacer realidad el título de este comentario: los españoles estamos condenados a volver a tropezar.

En esta gran parroquia llamada España, estamos pasando una crisis de fe. De fe en nuestros políticos, que son los sacerdotes encargados de pastorear civilmente esta nación con una religión, que comienza por predicar con el ejemplo y continúa atendiendo a todos los feligreses, sin distinción de raza, lengua, religión o credo político. En la Iglesia de Roma, las Órdenes Religiosas colaboran con el Clero Secular. Aunque empleen métodos distintos, buscan el mismo fin: salvar a la humanidad. Si quieren tener cura, los políticos españoles, a la hora de salvar nuestro bienestar, deberían colaborar, en lugar de entorpecer. Todos los que no lo hagan, nos sobran.

La empresa Diario de Salamanca S.L, No nos hacemos responsables de ninguna de las informaciones, opiniones y conceptos que se emitan o publiquen, por los columnistas que en su sección de opinión realizan su intervención, así como de la imagen que los mismos envían.

Serán única y exclusivamente responsable el columnista que haga uso de nuestros servicios y enlaces.

La publicación por SALAMANCARTVALDIA de los artículos de opinión no implica la existencia de relación alguna entre nuestra empresa y columnista, como tampoco la aceptación y aprobación por nuestra parte de los contenidos, siendo su el interviniente el único responsable de los mismos.

En este sentido, si tiene conocimiento efectivo de la ilicitud de las opiniones o imágenes utilizadas por alguno de ellos, agradeceremos que nos lo comunique inmediatamente para que procedamos a deshabilitar el enlace de acceso a la misma.