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Adaptación de la fábula de Esopo. El zorro Lolo
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Adaptación de la fábula de Esopo. El zorro Lolo

Actualizado 25/10/2022 08:06
Isaura Díaz Figueiredo

Lolo es un zorro pelirrojo que vive en el bosque. Es joven y goza de muy buena salud, así que se pasa las horas corriendo por la hierba, husmeando entre las zarzamoras, escarbando dentro de las toperas, y descubriendo misteriosos escondrijos. ¡Nunca permanecía quieto más de un segundo!

A lo largo del día jugaba mucho, pero por la noche… ¡por la noche su actividad era todavía más desenfrenada! Y es que mientras la mayoría de los animales roncaban plácidamente dentro de sus madrigueras, el incansable zorrito aprovechaba para encaramarse a los árboles y saltar de rama en rama como un equilibrista de circo. Tanto practicó que llegó a ser capaz de subirse a un pino y lanzarse a otro situado a varios metros de distancia con la precisión de un mono. Increíble, ¿verdad?

Durante meses disfrutó de lo lindo haciendo estas locas piruetas nocturnas, pero llegó un momento en que se aburrió y decidió intentar una proeza realmente arriesgada: escalar una altísima montaña por la parte más rocosa. Se trataba de un reto peligroso para alguien de su especie, pero lejos de acobardarse sacó pecho y se lanzó a la aventura.

Una noche, justo cuando la luna estaba más alta, el valiente y atlético animal comenzó a subir la ladera cubierta de piedras.

Logró su objetivo en apenas tres horas, por lo que llegó con tiempo de sobra para ver despuntar el día. Las cabras, hasta ese momento eran los únicos seres capaces de realizar semejante hazaña. Se quedaron patitiesas cuando advirtieron que un pequeño zorro naranja alcanzaba la cumbre en tiempo record.

– ¡Lo he conseguido!… ¡Casi puedo tocar las nubes!… ¡Yujuuuuu!

Lo primero que hizo al llegar a la cima fue celebrarlo dando botes y gritando de alegría. ¡Se sentía tan orgulloso de sí mismo!… Después hizo un esfuerzo por tranquilizarse, y cuando consiguió bajar las pulsaciones de su corazón y respirar con cierta normalidad, se sentó a disfrutar de la salida del sol.

– Qué aire tan puro se respira aquí… ¡y qué amanecer tan impresionante!

Con el mundo a sus pies se creyó el rey de la montaña.

– Ya que subir me resultó fácil, a partir de ahora vendré a menudo. ¡Las vistas son increíbles!

Tras una buena dosis de contemplar tanta belleza, resolvió que había llegado la hora de regresar a su hogar.

– ¡Bajar –se dijo- va a ser pan comido!… ¡Vamos allá!

Pegó un salto para levantarse y fue entonces cuando algo terrible sucedió: resbaló y empezó a caer montaña abajo dando más botes que una pelota de goma en el patio de un colegio.

– ¡Socorro, que alguien me ayude!

Rodó y rodó durante un par de minutos que le resultaron interminables, al tiempo que gritaba:

– ¡Ay, ay, me voy a estrellar!… ¡Socorro!… ¡Auxilio!

Cuando estaba a punto de llegar al final y darse un fuerte golpe, pasó junto a un arbolito cubierto de flores blancas. ¡Era su única oportunidad de salvación! Demostrando buenos reflejos estiró las patas delanteras y se agarró a él desesperadamente. En ese mismo instante, sintió un dolor intenso en los dedos.

– ¡Ay, ay, ay, ay! ¡¿Pero qué demonios…?! ¡Ay!

El arbusto era un espino que, como todos los espinos, tenía las ramas cubiertas de afiladísimas púas que se clavaron sin piedad en las patas del zorro.

– ¡Oh, no, esto es horrible, creo que me voy a desmayar!… ¡Maldita planta!

Al escuchar estas palabras, el espino se mostró muy ofendido.

– Perdona que te lo diga, amigo, pero no sé de qué te quejas. Te sujetaste a mí porque te dio la gana. ¡Nadie te obligó!

Con los ojos bañados en lágrimas, el zorro se lamentó:

– ¡¿Cómo no me voy a quejar?! Solicité tu ayuda porque estaba a punto de matarme ¿y de esta forma me tratas?… ¡Eres un ser verdaderamente cruel! Mira, me has herido a traición y ahora tengo las patas bañadas en sangre y… ¡llenas de agujeros!

El orgulloso espino, le replicó:

– ¡Por supuesto que te he pinchado!… ¿Sabes por qué? ¡Pues porque soy un espino! Hago daño a todo el que se me acerca y, tú no eres una excepción.

El maltrecho Lolo puso cara de no entender muy bien la situación, así que la planta volvió a dejar muy clara su manera de ser, su manera de vivir la vida, su manera de sentir.

– Creo que estoy siendo muy sincero contigo: yo soy como ves y no voy a cambiar, así que lo mejor que puedes hacer es alejarte de mí para siempre. ¡Ah!, y un consejito: la próxima vez que necesites que alguien te eche una mano, recuerda elegir mejor al amigo que te pueda ayudar.

El zorro se quedó en silencio y se puso a reflexionar sobre las palabras que acababa de escuchar. Finalmente, y a pesar de la frustración, la pena y el dolor que estaba sintiendo, fue capaz de comprender lo que el espino le quería decir.

Moraleja: A lo largo de la vida conocemos a infinidad de personas. La mayoría suelen ser amigables, honestas, sensibles… En definitiva, seres humanos que se esfuerzan por hacer del mundo un lugar mejor. Pero también es cierto que a veces nos topamos con otras que solo piensan en sí mismas, hacen daño sin pensar en las consecuencias, y son incapaces de abrir su corazón para ponerse en el lugar del otro.

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