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La generación del carámbano
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La generación del carámbano

Actualizado 17/10/2022 08:27
Francisco López Celador

Pertenezco a la generación que comenzó su etapa escolar en un pueblo. Sin baby, con pizarra y pizarrín, enciclopedia de Álvarez, catecismo del P. Astete, cuaderno de rayas, lápiz y, no siempre, goma de borrar. Por supuesto, no conocíamos el bolígrafo ni la pluma estilográfica. Escuela antigua, presidiendo un crucifijo , la mesa del maestro y un par de mapas en la pared. Ese era todo el mobiliario. El patio era la calle. Los niños no conocíamos el fútbol; las niñas, en distinta clase y con distintos juegos, no se mezclaban con los niños. Para tener los pies calientes en la escuela, llevábamos de casa una especie de brasero individual, en una lata del tamaño de una caja de zapatos.

Con este clima continental, los inviernos y los veranos eran extremos en frío y calor. En el ámbito rural, los adultos sabían cómo combatir esos rigores. En invierno, trabajando en el campo o sentados a la lumbre. En verano, secándose el sudor, refrescándose con el botijo o buscando la sombra. Era lo que siempre habían visto en sus mayores. Como los niños no teníamos móvil ni Tablet, y es muy raro ver a un niño parado, fuera de las horas de la escuela estábamos la mayor parte del tiempo jugando en la calle, hiciera frío o calor. Parece que los inviernos de nuestra juventud eran más crudos que los actuales; al menos yo tengo esa impresión. Lo primero que me viene a la mente son los “chupiteles” de los tejados, los “carámbanos” en los charcos y las grandes nevadas. Aún recuerdo algunas nevadas en los años cincuenta que nos impidieron acudir al colegio el primer día. En Salamanca hubo más de un metro de espesar y zonas en las que tardó casi un mes en desaparecer. Ahora caen cuatro copos y se paraliza medio país.

Como las casas de los pueblos -y algunas de la ciudad- solían contar con muros más gruesos que los de las modernas construcciones, eran más frescas en verano. Se podía dormir. La vida en invierno sí que era más incómoda. La lumbre de la cocina y el brasero de la camilla no eran suficientes para calentar la casa y, a la hora de ir a la cama, había que pensárselo dos veces. No obstante, el cuidado de las madres y el ingenio de cada uno eran suficientes para vencer la primera impresión. A base de una buena capa de mantas y bolsas de agua caliente, conseguíamos vencer el frío hasta quedar dormidos.

Unos, porque vimos cómo se reformaban nuestras casas; y otros, porque nos fuimos a estudiar a la capital, pronto nos dimos cuenta de la diferencia. El mayor adelanto era el agua corriente. Eso de dar un grifo y poder lavarte, o ducharte, incluso con agua caliente, ¡eso sí que era un adelanto !. Y no digamos lo de contar con W.C. Por razones obvias, los cuartos de baño supusieron un gran alivio para la mujer rural. Se acabaron los sudores para preservar su intimidad ¡Qué pronto nos acostumbramos a lo bueno y, a la vez, con qué rapidez nos olvidamos de lo dificultoso !

Después de vivir las dos realidades, parece mentira que hayamos podido soportar las incomodidades de antaño. Pues sí que pudimos y aquí estamos, a pesar de no tener TV, ni internet, ni calefacción, ni coche… y con muy pocos dineros para pasar el mes. Las familias que estaban en situaciones más críticas, no tuvieron más remedio que emigrar alguno de sus miembros a los países más industrializados de Europa. A base de grandes sacrificios y una vida casi monacal, pudieron ahorrar lo suficiente para paliar las estrecheces de sus hogares. España fue recuperándose poco a poco hasta alcanzar un aceptable nivel de bienestar.

Llegó la era de la globalización y el consumismo para acabar con la tranquilidad. La división del mundo en bloques, la lucha sorda de intereses, el desigual reparto de recursos en las naciones y la falta de sensibilidad de algunos políticos parece que quisieran empujar a la humanidad a repetir situaciones olvidadas. Entre la inmigración ilegal, la pandemia del covid-19, los altibajos de la economía y, ahora, la guerra en Ucrania, todo hace presagiar una seria crisis que puede convertir el próximo invierno en una situación muy parecida a la de nuestra infancia. El precio que están adquiriendo las materias energéticas puede desembocar en un escenario tan peligroso como para obligarnos a vivir sin alguna de las comodidades que en la actualidad consideramos convencionales. La calefacción, el aire acondicionado, algunos alimentos imprescindibles, las materias primas necesarias para el normal sostenimiento de nuestras industrias -cuya falta originará nuevos aumentos en el desempleo-,los créditos bancarios, etc. pueden verse seriamente afectados.

Pues bien, todas esas posibles carencias son las mismas que nos acompañaron en la posguerra, y fuimos capaces de superarlas. Debemos estar preparados porque, como sucede en otros ámbitos, en España nos esperan mayores sacrificios que en otras naciones de nuestro entorno. Y eso es así por dos razones: una, porque disponen de mayores recursos que nosotros y, la otra, porque también tienen mejores políticos que nosotros.

Hay que agarrar al toro por los cuernos y apretarnos TODOS el cinturón ; y digo todos porque el primero en hacerlo debe ser el Gobierno. De nada vale vale hacerse el sordo cuando los que pagamos impuestos clamamos por la disminución del aparato político del gobierno (varios ministerios y un verdadero ejército de asesores totalmente prescindibles, cuyo coste valdría para solucionar más de una carencia); ni tiene sentido el reguero de subvenciones, por lo reducido de la cuantía y el ilógico reparto de alguna de ellas Esa forma de actuar está muy lejos de solucionar los problemas, y tiene como verdadera finalidad comprar votos con cargo a los fondos estatales. La proximidad de los comicios, junto a los malos auspicios, ya han producido un agujero en los actuales PGE, y lo producirán en los próximos. Fue Felipe González el primero que recordó la famosa frase de los hermanos Marx, en “Una noche en la Ópera”: “Y dos huevos más”. Como ex presidente del gobierno y ex secretario general del PSOE no debe ser sospechoso de alinearse con los “fachas. Se refería a las equivocadas medidas económicas del gobierno. ¿O es que también era un inexperto, como Feijóo? Si a la inagotable inmigración ilegal, la persistencia de la pandemia, los altibajos de la economía y la guerra en Ucrania, debemos añadir la probable escasez de materias energéticas y la mano dadivosa de Sánchez, no cabe duda que el invierno puede resultar muy duro.

Hay consumos que son de utilidad particular y, por consiguiente, en caso de no poder costearlos, se tendría que prescindir de ellos, o reducirlos al máximo. Otros, por el contrario, corresponderán a organismos y establecimientos oficiales -hospitales, colegios, oficinas, etc- y serán los gobiernos quienes regulen su uso. Por último, existen edificios que, aun siendo particulares, pueden estar ocupados por personas que no disponen de los fondos necesarios para costear esos servicios indispensables -por ejemplo, residencias de mayores, o instituciones similares. En esos casos, sí que es lógico que el gobierno asigne algún fondo, aunque no lo recupere en forma de votos. Siempre le quedaría a Sánchez la tranquilidad que esos colectivos nunca le sorprenderían con un abucheo.

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