"Nada es tan peligroso como una idea amplia en cerebros estrechos" (Hipolito Taine)
Una alteración eléctrica, química o traumática del cerebro, una secreción de cierta glándula, modifican radicalmente las manifestaciones de nuestra conducta. Es por tanto que, en esa masa cerebral, puede aparecer una fina y sublime inteligencia, un portento que supera el coeficiente intelectual y ser dedicado a la ciencia, a la investigación o a la música etcétera. O, por el contrario, todo el basto conocimiento, puede llegar a traumatizarse, a colapsar o a mezclarse, con los circuitos del mal. Y el individuo en cuestión se vuelva un malvado Caín, que encuentre en la muerte y el mal, su condición de vivir. “Un laberinto” …
Posiblemente sea una de las frases mas repetidas de la historia: “nadie lo podía imaginar, porque era un hombre, una mujer (o un chico muy normal)”… Descubren que el dependiente de una ferretería es un pedófilo terrible y nadie lo podía imaginar porque era un hombre normalísimo, correcto y educado que saludaba a sus vecinos… Detienen a un ama de casa, con su carrito de la compra que ha envenenado a medio vecindario, y todo el mundo se queda patidifuso, porque parecía una señora normal como cualquier otra… Comprueban que un octogenario tiene el jardín sembrado de cadáveres, y el barrio se hace cruces porque era un abuelito, bonachón y muy simpático. De cuando en cuando, en muy raras ocasiones, el violador, o la asesina en serie son personajes de la vida marginal y comportamiento extraño. Pero esto es verdaderamente inusual. Lo habitual es que los violentos nos hayan parecido tan normales hasta el momento mismo que se descubre su fechoría y su barbarie.
De modo que la frase es una tontería y no refleja la verdad, pero no cesamos de repetirla porque es una especie de conjuro contra lo espantoso. O para ser más exactos contra lo siniestro, que, según Freud, es el horror que palpita y se arrastra bajo la tersa apariencia de la cotidianidad. Si frente a cualquier exceso brutal y cualquier tragedia sangrienta, repetimos y repetimos el mantra de que eso “no es normal”, entonces no podrá ocurrirnos a nosotros. Ni como victimas ni como verdugos. O eso es lo que queremos creer.
Pero la vida se encarga de demostrarnos lo contrario, todos los días. Los humanos somos caóticos, paradójicos, indefinibles, un autentico enigma incluso para nosotros mismos. Y por eso mismo debemos preguntarnos ¿No ha perdido usted nunca el control en su vida? ¿Y no ha sentido miedo de perderlo? - Nada de lo humano me es ajeno-. Es cierto; dentro de nosotros llevamos un ángel y un monstruo, un canalla y un héroe. Esta reflexión te viene a la mente, día sí, día también, cuando escuchas los tristes y escalofriantes relatos, de individuos, que matan a un puñado de personas, chicos, estudiantes o quien liquida a hachazos a su familia, y luego ocurre mayormente que el “trastornado loco” se suicida. Es el mismo individuo, que hace unas horas había, o unos días atrás había sido una persona abnegada, ejemplar, atento y simpático.
Cuanto infierno cabe en una sola cabeza. Si tiempo atrás, le hubieran dicho al asesino lo que iba a terminar haciendo, es probable que le hubiera parecido un total disparate. Pero lo cierto es que ya son demasiados casos terribles, con los que cada día nos encontramos, y la fina película que nos recubre, es tan quebradiza y leve, que desde luego no nos protege ni nos libra de nuestras infinitas incongruencias. Luego están los disparates individuales que uno puede cometer en un momento determinado, esa especie de enojo, enfado o exabrupto de la personalidad que te pueden arruinar la vida entera. Por lo tanto, independientemente de los sucesos que se reproducen, bien podemos reflexionar, sobre ¿Qué te puede pasar en la vida para que un día llegues a casa, al aula, al supermercado etcétera y te pongas a disparar a todo aquel que se cruza por el camino? Cuantos excesos, cuantas enormidades pueden caber dentro de cada uno. “Nadie lo podía imaginar” - siempre me ha parecido una persona “normal”, salía y entraba en casa, el mercado, era de una amabilidad sin igual, nunca hemos visto nada en él que nos hubiera hecho sospechar, lo cierto es que me parece imposible, aun me cuesta creerlo y sin embargo, en su cabeza, en su soledad, se debatía ese infierno cruel y siniestro, en ese laberinto, que ese día exploto, y la tragedia fue inevitable… Nadie lo podía imaginar…
Fermín González, salamancartvaldia.es, blog taurinerías
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