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Mañana soleada
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Mañana soleada

Actualizado 07/10/2022 09:48
Mercedes Sánchez

El vientre de la calle tiene una herida.

Grande.

Profunda.

Larga.

Unos trabajadores están allí metidos, en esa zanja en la que se ven los intestinos, un tubo ondulado azul, un tubo ondulado rojo. Se oye hablar, con distintos acentos, un español de allende los mares bajo los obligatorios cascos protectores. En algún momento se pondrán de acuerdo en cuál de los conductos irá arriba o abajo.

Doscientos metros más allá se acerca andando un chico, no llega a cuarenta años, con atuendo casual. Conduce sin ojos un cochecito de bebé con ambas manos apoyadas sobre él a la vez que va escribiendo en la pantalla del móvil, de la que en ningún momento quita la vista. Creo que la expresión que más adecuadamente lo define es que va “ensopado”. Camina, digamos, empapado por todo lo líquido que sale de su móvil, sin descanso.

Sin respiro.

Sin tregua.

Cuando faltan apenas quince metros para llegar a la valla que señaliza y delimita la zanja abierta en la acera, reacciona al escuchar las disquisiciones de los empleados y la bordea, volviendo en breve al quehacer anterior.

Más allá hay unos padres con dos niños sentados en un banco del parque. Mantienen una animada charla y hacen planes y propuestas. A la niña, de cuatro años, le gusta mucho la idea de ir por el caminito hasta el estanque de los patos. El pequeño, de dos, se pone muy contento repitiendo patos, patos, y dando palmadas.

La niña quiere ir hasta la fuente a lavarse las manos, muy sucias de jugar con la tierra. Su madre la acompaña.

El niño se sienta en las rodillas del padre, que le coge en volandas y le da una vuelta en el aire recalando en su hombro, produciéndole una emoción por la aventura que le hace reír a carcajadas. El hombre le pregunta si lo que quiere es mucha risa, a lo que asiente sin dudar, encogiéndose para evitar las cosquillas y mostrando abiertamente su diversión.

Besos, canciones, caricias, arrumacos, complicidades unen a ambos en un rato ameno, compartido, como tantos, se intuye, que pasan a menudo.

A cada pregunta, una respuesta; ante cada duda, una propuesta; a cada palabra una frase, a cada objeto un nombre; a cada mirada, otra; a cada beso una cosquilla, a cada broma una risa.

Un mundo de interacciones, de mensajes, de saberes, de oportunidades, de exploraciones, de inquietudes, de amor del grande.

Cuando llega la hermana hablando con la madre de sus dedos relucientes, se encaminan hacia el estanque los cuatro cogidos de la mano, disfrutando juntos de esa soleada mañana de sábado.

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