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El enfado de José Sánchez Rojas por el honoris causa de Santa Teresa
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ALBA DE TORMES

El enfado de José Sánchez Rojas por el honoris causa de Santa Teresa

Actualizado 07/10/2022 13:08
Redacción

A los cien años del doctorado “honoris causa” salmantino de Teresa de Jesús

¡O Doctor Optime! (2)

Manuel DIEGO SÁNCHEZ, carmelita

De nuevo, nuestro colaborador, el carmelita Manuel Diego, reflexiona sobre esta fecha conmemorativa tan importante. Pero analizando la posición de un personaje albense muy conocido y discutido, y del que entonces no se podía esperar una reacción semejante.

*Agradecemos a la “Revista de Espiritualidad” de Madrid, 2022, que nos permita reproducir las pp. 358-360 y 362-364 del artículo de M. Diego que lleva por título: “Que nos alimentemos de su celestial doctrina”. La coyuntura y utilidad del tercer centenario de la canonización de Santa Teresa (1922-1923)”.

* * *

“A la decisión del doctorado, en general y sin más detalles, respondió enérgicamente un antiguo universitario salmantino, periodista entonces ya muy conocido no sólo en este ámbito, sino también en aquel académico, ya que había sido alumno de aquella universidad en la Facultad de Derecho y luego becario del colegio de San Clemente en Bolonia; además también había mantenido una cierta amistad con don Miguel de Unamuno, del que se consideraba un alumno admirador. Nos referimos al periodista José Sánchez Rojas (1885-1931), cuya trayectoria literaria y política era bien conocida en Salamanca y Alba de Tormes, de donde era nativo; así como igualmente era sabido su modo independiente, cuando no discordante, de juzgar la realidad. Pero sobre todo era un gran admirador de Santa Teresa, por encima de credos y partidismos (“nadie me gana a mí en cariño, devoción y en hondo y consciente respeto a Santa Teresa”, decía en 1922), algo que nadie desconocía, como ya lo hemos demostrado en otra ocasión (La pasión teresiana de José Sánchez Rojas, 1885-1931, en Monte Carmelo 115 [2007] 53-83. Pepe Sánchez Rojas había sido miembro muy activo en la comisión local del anterior centenario teresiano del 1914, pero en el 1922 ya no estaba en Alba, no le quedaba familia allí, y sus últimas andanzas le habían alejado del pueblo, aunque no separado afectivamente de su villa natal.

Desde Madrid le llegan noticias de cómo se está preparando el centenario teresiano en Salamanca, y serían confusas y hasta contraproducentes (procedentes desde diversas fuentes), por lo que adopta una posición muy crítica respecto al asunto del doctorado “honoris causa”, llegando a niveles altos de reacción y hasta de violencia verbal. A mi parecer, le faltó la cercanía y el estar fuera del ambiente salmantino; más todavía, a estas alturas ya estaba alejado del mundillo universitario, por lo que nos parece la suya una opinión muy exagerada. En primera página del periódico madrileño “Heraldo de Madrid” (29-4-1922), y a doble columna, tiene un artículo de este título: “Santa Teresa, doctora”. Él, sin más contemplaciones, desautoriza el gesto salmantino tildándolo por dos veces de “mojiganga que preparan, tan poco respetuosa para el sentido de la obra de Teresa de Jesús”. También da la calificación de ser una sandez. Posiblemente conoce ya el resultado de la votación favorable del claustro salmantino (4-3-2022) y hasta piensa que será inminente el acto oficial, por lo que reacciona en este artículo del periódico madrileño un mes después (29-4-1922):

“Unos de estos días se celebrará en la Universidad de Salamanca una extraña ceremonia. Los doctores –algunos doctores- de aquel claustro pondrán el birrete y la muceta doctorales en los hombros monjiles y carmelitanos de la virgen de Castilla, Teresa de Jesús. Santa Teresa será, pues, oficialmente doctora por la Universidad de Salamanca. Se paseará la imagen por los claustros; los pollos bien y los doctores guapos de aquella casa, a la que llamó el mal educado Carlyle “asilo y fortaleza de la ignorancia”, se pasearán ufanos con sus mazas de plata, se hará una mojiganga cívico-académica-religiosa para tolerar tal compañía, o los doctores encaramarse muy mucho para ponerse a la altura de la neófita que hacen compañera suya, a su imagen y semejanza”.

El medallón de santa Teresa entre los grandes literatos, en la Biblioteca Nacional de Madrid

El texto es una auténtica sátira que pone en ridículo todo el proyecto salmantino que ha sido pensado por autoridades eclesiásticas y académicas, además de denigrar a la institución universitaria de entonces con no poco resentimiento, y llega hasta el límite del esperpento, porque lanza ideas acerca de la figura teresiana que no dejan de ser lugares comunes, frases hechas, más que elogios bien fundados: “Santa Teresa, digámoslo de una vez, es el espíritu antiuniversitario, entiescolástico y antisalmantino por excelencia, de la Universidad, de la Escolástica y de la Salamanca comunera y ridícula del siglo XVI, que lleva a la cárcel del Santo Oficio al único que tiene libertad espiritual en ella, al dulce autor de “Los Mundos [sic] de Cristo”, amigo de santa Teresa” (se confunde; el título verdadero de la obra de fr. Luis de León, es el de “Los nombres de Cristo”. Puede ser que haya sido un error de la tipografía, de los correctores del periódico, y no del autor, puesto que nos cuesta aceptar esta confusión por parte suya). Huelga todo comentario. A Sánchez Rojas le debe haber molestado (mucho), como en otras ocasiones, el que el vicerrector Unamuno no se haya opuesto abiertamente a esta decisión, es más, la haya dejado pasar sin más; pues sólo se negará a participar en los actos. Y el periodista albense quiere remachar sus ideas y justificar su posición intelectual ante esta decisión universitaria, cuando apostilla y toma partido: “Por estas razones quiero protestar públicamente del crimen de leso teresianismo que va a perpetrarse en Salamanca. Teresa no es doctora, ni académica, ni silogística, ni universitaria…”.

La dificultad que nos surge de inmediato es el poder entender esta oposición en un hombre tan identificado con la figura y mensaje teresianos, de sentimiento albense muy arraigado, aunque siempre crítico. No olvidar que este suceso tan desagradable (lo que se habrá comentado en Alba!) coincide con los años del ocaso del conocido escritor y periodista.

Para matizar todavía su posición reproducimos el final de dicho artículo, en donde emplaza a unos y otros, sobre todo a Unamuno, el antiguo maestro, al que –seguro- esta mención del discípulo no le agradaría tanto. Dice así: “Suponemos que el Vicerrector, Sr. Unamuno, y el obispo, reverendo Señor Alcolea, saldrán al paso de unos cuantos aturdidos para no tolerar esa sandez cívico-académico-religiosa, que santa Teresa no les agradecerá, seguramente”. ..

Ya sabemos que además de Sánchez Rojas, Machado se negó a participar en el acto literario teresiano organizado para el 7 de octubre, ante los reyes, en el teatro Liceo.

“Lo que sí parece evidente es que tanto en el caso de Sánchez Rojas, como en el de Antonio Machado, aparte de su ideario político y la idea que defendían del papel y rol de la universidad española en aquel momento, todo indica que hay una reacción orquestada (a lo mejor desde la misma Salamanca) que quiere tener su resonancia, al menos dentro del mundo intelectual laico, porque consideraban esta decisión académica como algo que le vino a la universidad salmantina impuesta o aconsejada desde fuera de ella misma, desde el mundo católico local y desde luego capitaneado por el obispo diocesano. Creo que por ahí pueden ir los verdaderos motivos de esta oposición; porque nunca rechazó a la figura de santa Teresa, sino más bien al método o camino recorrido para llegar a tal decisión.

Pero alguna reticencia se puede verificar también en Unamuno. Sin excluir que todavía se pueda encontrar alguna carta dentro de su epistolario que pueda ilustrar mejor la circunstancia de estos momentos, algo podemos adivinar de su posición ante el acto teresiano de aquellos días por medio de un artículo en la revista madrileña, Nuevo Mundo, en la que se expresaba de esta manera:

“Y en estos días en que se celebran fiestas a Santa Teresa en vez de estudiar los orígenes de su espíritu y, sobre todo, la españolidad –o iberidad- de su cristianismo místico-ascético y en que se la encasqueta un gorro –¡y metálico!- de doctora, apenas hay quien se acuerde del obispo que tuvo Ávila a fines del siglo IV y estudie si por una corriente subhistórica, acaso telúrica, soterraña, no se transmitió algo de Prisciliano a Teresa de Jesús. Por íntima sacudida perenne de las rocas de Ávila, acaso” (Nuevo Mundo. Madrid, 20-10-1922).

Más explícito no ha podido ser, pues se refiere al acto albense de la imposición del birrete doctoral de Granda costeado por las damas españolas. Él tampoco comparte la necesidad de aquel gesto académico del doctorado honoris causa del 8 de octubre del 1922 en Alba de Tormes”.

Esta fue la contradicción que se hizo sentir en aquel momento desde la posición intelectual de tres renombrados personajes y, claro está, tuvo su resonancia en determinados círculos.

El enfado de José Sánchez Rojas por el honoris causa de Santa Teresa | Imagen 2“La verdad es que esta hostilidad intelectual no dañó el estilo y la brillantez del acto, también por la prudencia de Unamuno que no sabemos se implicara de lleno en el asunto, quizás para evitar la polémica, sino que prefirió callar y eludir toda alusión directa a esta decisión, y así lo quiere demostrar con su ausencia reiterada en las varias ocasiones que estaba presente la Universidad, pero sobre todo por su oposición política a la monarquía. Y, por eso, aun pudiendo intuir que debió haber otras posiciones de idéntico estilo, esta corriente de pensamiento no marcó para nada ni la concesión en sí misma, ni tampoco los actos públicos que la hicieron efectiva. Y desde luego, entre los organizadores, no se filtra ni huella de esta línea contraria (se tomarían sus precauciones). Y en el caso de Sánchez Rojas, lo cual es muy significativo, nadie advierte su ausencia de los actos (ni siquiera en Alba), y desde luego, conociendo claramente su posición, ninguna autoridad local le iba a invitar a hacerse presente, aunque solo fuera desde una intervención meramente literaria. Este acontecimiento –repetimos- coincide con los años del ocaso del conocido escritor y periodista.

El rastro que ha quedado de esta contradicción no fue determinante, también porque otros exponentes del mundo literario (Emilia Pardo Bazán) tenían sentimientos más favorables; pero esta adversidad intelectual convenía reflejarla para darse cuenta del ambiente con el que ha ido adelante y se ha fraguado esa idea del doctorado teresiano de la Universidad salmantina.

Por eso, un escritor y profesor salmantino, Juan Domínguez Berrueta (1866-1950), que tanto trabajó en pro de este centenario y, seguramente, fue un acérrimo defensor de la concesión universitaria a santa Teresa, al final de todo lo vivido en aquellos días memorables de octubre de 1922, ante las críticas de algunos, escribe expresamente a favor de aquellos actos y gestos tan simbólicos cumplidos públicamente:

“Nada de ridiculez ni asomos de mascarada hubo en aquel acto, más que solemne, histórico. Ni podía suceder otra cosa. Una investidura de doctor es ya algo de por sí grave y lleno de nobleza, aunque lo simbólico del espectáculo tenga que revestir la invisible y espiritual sabiduría de insignias materiales, que hablen a los ojos del pueblo de la dignidad intelectual.

Si la persona, aunque sea efigie, doctorada, es la escritora de Ávila, cuyo escribir era “la misma elegancia”, y son regias manos de egregia señora las que imponen el simbólico birrete, el acto lleva consigo todas las excelencias del buen gusto, selecto y prócer…

Puede estar satisfecha la Universidad famosa del acto histórico realizado.

Es un acto de aristocracia mental, reconocer a la doctora mística como escritora egregia, digna del máximo honor universitario” (Basílica Teresiana 7 [1922] pp. 417-420.

No es difícil intuir quién era el blanco de estas palabras. Él de sobra sabe y ha estado al corriente de las posiciones contrarias de Sánchez Rojas y Antonio Machado, como también de lo reflejado por Unamuno muy de paso en algún foro. Todos más o menos se mueven en el ambiente universitario, y como persona más directamente implicada en el tema trata de defender lo ya realizado, incluso el apartado ritual o simbólico del acto”.