Tal vez demasiada gente piensa que la corrupción es cuando los demás se saltan la ley… pero si lo hacen ellos es idiosincrasia… O peor, es que “yo no querría, pero así son las cosas”.
Claro que el problema es la corrupción, en México y en muchas otras partes; el peligro es que la entendamos como algo ajeno, algo que no nos incumbe porque nosotros somos buenos y puros y la corrupción es el chanchullo/transa de otros; y ya, nos quedamos a gusto.
Sin embargo, creo que debemos pensar también en eso que no consideramos corrupción, en esos “permisitos”, “vistas gordas” que nos damos, tan personales e intransferibles: las/los hay de pensamiento, palabra, obra y omisión (en sentido laico, claro, aunque en el religioso, podríamos decir que fariseos ha de haber hasta entre los budistas) y algo deberían preocuparnos.
La vida cotidiana ofrece ejemplos variados: el conductor que se arriesga al rozón por no dejar pasar a otro coche; el vecino que pone su música a cualquier hora, o baja la basura que no toca o cuando no se debe; o… ¿todavía hablo de algo que no tiene que ver con nosotros?
Un escalón más arriba está, a mi entender, quien acepta un trabajo a sabiendas de que no está ni por asomo capacitado para el puesto y que es un enchufe… Y viceversa, claro: conozco demasiada gente brillante en puestos de medio pelo, subordinados a jefes/as que nunca llegarán a su brillantez y, por lo mismo, les hacen la vida de cuadritos (mexicanismo de hoy); no hay mucha diferencia con el/la burócrata que se siente menospreciado de manera ancestral (con algo de razón, probablemente) pero que entiende su ventanilla, el podercito que le da, como una venganza también ancestral... y se chinga a todo güerito (o prietito, o del grupo que considere antagonista) que se le cruce, cayendo en lo mismo de lo que se queja.
Mención especial tiene la hipocresía que se suele encontrar asociada a estos asuntos; si le puedo poner la etiqueta “del equipo contrario”, a darle con todo; por eso, hoy se manifiestan para conmemorar el 68 gente que aplaude la militarización (o a Putin) y quemarían en leña verde (bueno, no, solo quemarían en Twitter, que eso de la leña no parece ecológico) a más de uno que conoció Lecumberri (o Carabanchel) en los años en los que yo andaba naciendo. Se le dice "cultura" de la cancelación.
En México, hay personas que, si son honradas, deberían reconocer que nunca habían sufrido menosprecio o ninguneo; gente que trabajó y creció en gobiernos con los que no comulgaba ideológicamente, pero que ahí estaban, ahora son poco menos que rosasparks o robinhoodes, adalides de los pobres... y de la pobreza, amén de sus portavoces. Uno, incluso, ha llegado a presidente.
Los pobres y los ninguneados, ahí siguen, viviendo al día y, a veces, manipulados, como antes, como siempre; por sus líderes, tan radicales y activistas ellos; tan ortegas o tan bolsonaros...
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