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El mes de la Biblia
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El mes de la Biblia

Actualizado 28/09/2022 08:22

La existencia de la Biblia como texto para el pueblo es el más valioso bien que posee el género humano. Todo intento de menospreciarla constituye un crimen contra la humanidad

IMMANUEL KANT

Cada una de las páginas bíblicas puede convertirse en palabra para nuestro presente, puede renacer ante nuestros ojos. Es lo que supone, por ejemplo, Gauguin con su cuadro "bretón" de la Lucha con el ángel de Gén 32, tema clásico en el arte de todos los tiempos.

G. RAVASI

El mes de septiembre se dedica tradicionalmente a la Biblia. Por un lado, se recuerda aquel 26 de septiembre de 1569 que se terminó de imprimir la primera Biblia en nuestro idioma, la conocida “Biblia del Oso” de la Iglesia reformada. Pero por otro, el 30 de septiembre, se hace memoria de San Jerónimo, uno de los grandes precursores de la lectura de la Biblia por parte del pueblo, ya que traduce los textos hebreos y griegos al latín para que pudieran leerla los creyentes de su tiempo, la conocida Vulgata.

Durante los cuatro primeros siglos los Padres griegos, no conocieron otra fuente bíblica conocida como los Setenta. Fue la primera traducción del hebreo del Antiguo Testamento para la comunidad judía de Alejandría. Es una traducción bastante fiel, aunque en partes con claras interpretaciones con respecto al texto hebreo. Su alcance cultural fue enorme, ya que esa versión fue la que habría de ser usada y difundida por los primeros cristianos, con ella entrará en Occidente la espiritualidad del mundo hebreo.

Los escritos de la Biblia se nos presentan como una vida de fe condensada, como momentos de una historia convertidos en textos. Desde los comienzos Israel comprendió la historia como un encuentro con Dios, el Dios que ama al hombre y lo llama para que se una con él. Es el relato de un acontecimiento, pero en la historia del pueblo de Israel, como en nosotros, es el relato el que crea el acontecimiento, el que le da su sentido. Muchas cosas no se comprenden en el momento, se van comprendiendo, Israel fue desvelando quién era Dios y su relación de amor con ellos. Nosotros mismos, a lo largo de nuestra existencia, vamos aprendiendo lo que somos a través de nuestros encuentros y de lo que nos sucede, y es al final de nuestra existencia cuando hacemos balance y encajamos todas las piezas.

La Biblia no es un libro de historia, aunque hay libros que nos hablan de la historia de Israel, la intención o finalidad no es transmitir unos acontecimientos, sino transmitir una experiencia religiosa, una relación de Dios con su pueblo. Con una paciencia maravillosa Dios va tejiendo una historia de amor con su pueblo, a pesar de que el pueblo quiere apartarse numerosas veces de él (Os. 2, 15 -17). Pero, el amor de Dios es más fuerte.

La Biblia no es la obra de un único autor, ni de un solo escenario geográfico e histórico, ni tampoco de un tiempo reducido de composición, es una gran biblioteca muy variada y diversa. En ella podemos encontrar todo tipo de géneros literarios: narraciones religiosas, relatos históricos, poemas, relatos populares, crónicas, cartas, normas legislativas, refranes, etc. Es la aventura de fe de cientos de creyentes de diferentes lugares y culturas, intereses y lenguajes, que expresan su fe en diferentes formatos literarios y en constante evolución histórica, con una relación singular con Dios.

Israel no se alfabetizó hasta el siglo VIII a. C., pero se pueden rastrear muchos libros en una rica tradición oral. El Israel primitivo era una sociedad oral compuesta de pastores y campesinos que sólo llegaban a procurarse lo estrictamente necesario para subsistir. La tradición oral tiene una larga historia. Hoy se sabe que muchos de los libros de la Biblia vivieron por largo tiempo antes de ser escritos. La tradición preparó sus contenidos y hasta sus formas, antes de que los tomara en su mano un escritor. En ese estadio cultural no se escribían, ni se editaban, ni se leían libros con la facilidad de hoy.

La tradición oral guardó memoria de personas, de acontecimientos, de palabras; les dio las formas típicas que usa el pueblo al transmitir y los círculos doctos al retener e informar; formó coronas de sagas y leyendas, coleccionó sentencias sabias, dichos proféticos, memorias en torno a una persona. Al pasar esa tradición al estado literario, tenía ya su carácter.

La mayor parte de los escritos que hoy componen la Biblia se escribieron en épocas de crisis y de transición del pueblo de Israel, en las que se intensificaban la reflexión sobre el pasado en busca de su identidad, queriendo ser fieles a su ser de Pueblo de Dios. Ellos querían recoger y conservar todo lo que, de una manera u otra, expresase su conciencia de Pueblo de Dios, y que pudiese ayudarles a revitalizar y comunicar esa conciencia. Así se explican, en gran parte, las contradicciones, las repeticiones y aun las inexactitudes históricas o culturales. El interés principal de los escritos no era la exactitud fotográfica, fueron naciendo ocasionalmente, según caminaba la corriente de la vida, precisamente en los momentos más difíciles de ella, para poder observar mejor la dirección de la corriente e ir entendiendo el rumbo que tomaba. Así se volvía cada vez más claro y transparente el designio de Dios en la historia del pueblo y crecía en él la conciencia de que estaban en sus manos, movidos por Él para un futuro cierto.

En el nacimiento del Nuevo Testamento, no podemos prescindir de la resurrección de Jesús, es lo que permite a los discípulos comenzar a descubrir su misterio. Esto les plantea no pocas cuestiones. Para responderlas se remiten a los recuerdos que tenían de Jesús. Pero lo hacen a la luz de la resurrección. Esos recuerdos van tomando forma, y en un primer lugar, los discípulos predican para anunciar a los judíos y luego a los paganos que Jesús ha resucitado: es el grito de fe de los primeros cristianos. Además, los discípulos celebran al resucitado en la liturgia, sobre todo en la eucaristía. Pero también, los discípulos enseñan a los nuevos bautizados, recogiendo para ello los hechos y las palabras de Jesús. Cuando comienza a morir la primera generación de testigos, se empieza a poner por escrito todo el material recopilado, para que no se pierda el testimonio, siendo las cartas de Pablo a sus comunidades los primeros textos. Años más tarde, según las necesidades de la comunidad y siguiendo un plan teológico, comienzan a escribirse los evangelios.

También hoy, un creyente actual que lee la Biblia, hace nacer en él la misma pasión por Dios y por el hombre. Le hace mirar y comprender su propia vida cotidiana con los ojos de Israel, con los ojos de Jesús. En esa mirada, el creyente descubre que Dios sigue actuando y sigue hablando sin cesar. El Pensador J. L. Borges, comentaba que “La Biblia, más que un libro, es una literatura” ... “¿No es maravilloso? Es decir, obras tan dispares como el Libro de Job, el Cantar de los Cantares, el Eclesiastés, el Libro de los Reyes, los Evangelios y el Génesis: atribuirlos todos a un solo autor invisible”. Víctor Hugo, en su obra el prefacio a Odas y Baladas, sólo dos libros se han de estudiar, Homero y la Biblia…, en un cierto modo contienen toda la creación, en Homero a través del genio del hombre, en la Biblia a través del espíritu de Dios.

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