Jueves, 12 de diciembre de 2024
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De nuevo la gente de mi barrio
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De nuevo la gente de mi barrio

Actualizado 27/09/2022 07:24
Charo Alonso

Vivía la poeta cubana Reina María Rodríguez, mi amiga de versos y atalayas, en una Azotea que se convirtió en refugio de un periodo especial cuyas carencias aún recordamos usando una bolsita de té para varias tazas, comunión de poesía y de encuentro sin nada que llevarse a la boca salvo la palabra. Reina María era la imagen de la generosidad del que nada tiene allí sobre la esquina de San Nicolás y Ánimas, sobrevolando sus gatos y su mirada intensa a la gente de su barrio a quien dedicó el título de uno de sus más hermosos libros de poemas.

Pienso en esa gente de barrio cuando salgo al mío y recalo a por el periódico, el pan de cada día, el arreglo del zapato de saltar cualquier obstáculo. La carne, el pescado, el pan nuestro de cada día están al alcance de mi mano y de mis pasos aquí en el trocito de barrio donde viven familias que guardan la memoria de una loma de barros, memoria de la casa baja, de la vaquería olorosa, de un tiempo de porvenir esforzado.

Vivían sobre el terraplén que era mi trocito de barrio los que llegaron del campo a trabajar en el tren, en la fábrica de zapatillas que contrataba a las mujeres. Los ferrocarrileros tenían voluntad de hierro y casas pegadas al suelo de barro, y más allá, al amor de las vías se ensanchó otro barrio con aquellos que trabajaban el paso de los vagones… el tren que se oía en la ciudad letrada y traía a los inmigrantes de la raya con su maleta de cartón de esperanzas ciertas, su costal de miserias, su férrea voluntad de prosperar.

Cerca de las vías, bajo la pasarela de hierro, se mueve ahora una mano entre cartones. Han hecho allí su nido no los gatos a los que alimentamos y pasamos lista mientras pasean los perros por la tierra de nadie, sueltos de sus amos y divertidos ante el insólito atrevimiento del gato callejero. Han hecho su nido allí los contertulios de la lata de cerveza que se apostan en un rinconcito del jardín, dispuestos a dejar que les pique el sol los ijares, tiempo que pasa en el banco compartido antes de aposentarse, cada uno en un rincón, al trabajo de la espera. Son los que habitan los márgenes de la vida cotidiana… uno se acompaña de su perro querido, otro lleva un hermoso gato blanco y negro sobre el hombro herido de la intemperie. Y de noche, alguno de ellos habita el hueco bajo la pasarela, dejando ver al paso de los que vamos al trabajo, una mano que acomoda el cartón de sus paredes.

Es el tiempo de otoño que aún sigue siendo clemente en las noches y seco en los asideros del sin techo, sans abri, sin abrigo como dicen en un francés que desgrana los sonidos que añoro. Mi barrio tiene esa cualidad cariñosa de la cercanía, pero allá en los márgenes de la vía la nota dolorosa me deja, todas las mañanas, el alma herida que se arrebuja ya en una chaqueta de entretiempo. Es el dolor del otro quien, sin embargo, parece contento con su suerte de espera, o eso quiero creer cuando pienso en la gente de mi barrio, el título evocador del libro de mi amiga la poeta, allá en la atalaya de su genio.

Charo Alonso

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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