La pasada semana me tomé la licencia de retratar la actual situación empleando el símil de una reunión un tanto particular del Consejo de Ministros. Para no hacer el tema demasiado farragoso, decidí cortarlo en un determinado momento, alegando una supuesta avería técnica. Como hay algún lector que me reprocha mi excesiva crítica a este gobierno, quiero repetir que, aunque no lo entienda, estamos en democracia, y el artº. 20.a) de nuestra Constitución deja bien clara la libertad de expresión. Por lo tanto, mientras el gobierno no rectifique, no tendrá más remedio que soportar mis críticas, con la misma “deportividad” que muchos españoles debemos soportar sus barbaridades. Por mucho que yo me empeñara, nunca conseguiría convencer a quienes creen en Sánchez “a pies juntillas”. Que sigan con su obstinación, hasta que aguanten. Eso mismo hacemos los demás.
La verdad es que vamos de mal en peor. Si no teníamos suficiente con la llegada de un gobierno dispuesto a desmembrar –no exagero ni un pelo- nuestra nación, con la aparición del puñetero covid-19 la ley de Murphy se ha cumplido hasta la última coma. Sequía, incendios, volcanes y ahora el arrebato de Putin, se han puesto de acuerdo y han dado lugar a tal estado de cosas que, como consecuencia de la escalada de precios que pende sobre nuestras cabezas, se tambalea el estado de bienestar en todo el orbe. Nada, salvo el gobierno de Sánchez, es igual que hace tres años.
Semejante rejonazo ha recaído en todo el mundo. En función de los recursos de cada cual, las consecuencias también serán distintas. Para unos, serán insoportables las carencias sobrevenidas - por los medios de comunicación ya lo estamos viendo. Para otros, por disponer de materias primas o por pertenecer a organizaciones internacionales de ayuda mutua, las consecuencias serán más llevaderas. Lo verdaderamente triste es el caso particular de España. En contra de la burra que quieren vendernos, nuestro gobierno no ha sabido aplicar las medidas necesarias para paliar la situación. Basta mirar a nuestro entorno. Tenemos el gobierno más torpe de la clase y, no obstante, pretende sacar pecho en el recreo, sin darse cuenta que ya no engaña a nadie, ni dentro ni fuera del colegio. Por un momento, nos recuerda los versos de Calderón y quiere que nos conformemos viendo a otros pobres que van recogiendo lo que nosotros arrojamos. La teoría de la izquierda: igualar a todos, pero por abajo.
Cuando Sánchez recurrió a Podemos para formar gobierno, y a ERC y Bildu para sacar adelante lo que él llamó progresismo, todo apuntaba que tal coalición acabaría como el rosario de la aurora. No hemos tardado mucho en comprobarlo. Unos y otros, desde el principio, dejaron muy claro a Sánchez que, si pensaba salirse de las condiciones pactadas, duraría muy poco en La Moncloa. Ya he manifestado otras veces que fue en ese momento cuando España dejó de ser una democracia “de facto”. Una a una han ido saliendo a la luz todas las exigencias pactadas con socios y colaboradores. Se ha bordeado nuestra Constitución –otras veces se ha olvidado sin disimulo-, o sencillamente se ha gobernado sin tener en cuenta los intereses de todo el que no presta su apoyo. Sánchez tiene sus reales asentados en La Moncloa, y huye de medidas que puedan poner en peligro su status actual.
Sin buscar ningún ardid para saber cómo se desarrollan los Consejos de Ministros, es suficiente atender a manifestaciones y desmentidos de unos y otros. El gobierno suele lanzar sus globos sonda antes de adoptar cambios. La oposición está en su derecho de criticar todo lo que sea contrario a las leyes o al bienestar de la mayoría, y a nadie debían extrañarle esos reproches. Como también es normal que los ministros de la partida Podemos-IU, una y otra vez, se opongan también intentando ser consecuentes con su credo. Es decir, los Consejos de Ministros, tal como los imaginamos los españoles de a pie, deben ser como las contiendas salmantinas en la llamada Guerra de los Bandos. Bien es verdad que aquí se enfrentaron a dos familias, y la de Sánchez es una guerra de tres frentes: el “sanchismo”, Podemos-IU y los independentistas. En el siglo XV salmantino hubo derramamiento de sangre; lo que ahora nos llega a todos es sudor y lágrimas.
Estos tres “bandos”, por no decir bandas, tienen sus propias reglas de juego. A Sánchez ya sabemos lo que le mueve y lo poco que le importan los que no le apoyan. No se parará en barras para lograr sus propósitos. Dispone de los medios de comunicación, está puenteando al poder judicial y tiene en su mano la máquina de hacer billetes. De cara a cualquier elección, con el Presupuesto y los fondos europeos puede convertir en apoyos o en votos lo que nunca alcanzaría por procedimientos regulares. Poco importa que el déficit aumente si a él nunca le exigirán reponerlo. Los independentistas, por su parte, también lo tienen muy fácil. O pasa por el aro de sus prebendas, o debe enfrentarse a unas súbitas elecciones. Así están consiguiendo socavar poco apoco los pilares que sustentan nuestra identidad como nación, los servicios públicos universales, el idioma y, en una palabra, el bienestar de los españoles.
El caso del ala más a la izquierda de este gobierno merece rancho aparte. Cuando uno escucha sus postulados le entra complejo de “pesetero”. Parece que ellos hicieran ascos al dinero; como si sólo estuvieran preocupados por el de los demás y hubieran entrado en política de forma totalmente altruista. Tal vez no tienen necesidades en sus hogares, o han terminado algún módulo de anacoretas y aborrecen el dinero porque envilece. Pero claro, esto no concuerda con su conducta a la hora de aprobar subidas en sus retribuciones. En ese momento se convierten en mortales y no rechazan ninguna. ¡Qué desengaño! Para colmo, se aprecian los primeros roces internos en la fracción abiertamente marxista. La proximidad de las elecciones acelera las inquietudes y todo el mundo quiere agarrarse a la tabla que pueda salvarle del naufragio. Unos tantean la creación de nuevas formaciones políticas, otros se acercan a puertas giratorias y los demás, sin disimulo, se arriman al sol que más calienta.
Tampoco la derecha está para tirar cohetes. Como la campaña electoral lleva abierta tres años, se aprecia la angustia en muchas formaciones y los empujones para entrar o salir están a la orden del día. La última voz de alarma ha surgido tras la decisión de la Junta de Andalucía de suprimir el impuesto de patrimonio. Si no era suficiente el “sorpasso” de Madrid, los andaluces han dejado de confiar en Sánchez y su nuevo gobierno, en poco más de un año, ha transformado una autonomía que ocupaba el farolillo rojo en muchos registros en una nueva locomotora de la creación de empleo y riqueza. Y todo a base de la fórmula que todo el mundo entiende menos el progresismo español: bajar los impuestos. Al gobierno no le vale que se recaude más porque se queda sin excusa para subirlos. En Madrid y Andalucía, por ejemplo, el ciudadano de a pie paga menos impuestos, tiene más dinero en su bolsillo y sus gobiernos recaudan más que antes. Y digo yo, si la recaudación ha subido y, según la izquierda, los más ricos pagan menos ¿de dónde ha salido el dinero? Ha entrado el pánico y se ha desatado la campaña contra ese “sacrilegio”. “La derecha es insolidaria”, “La derecha sólo se preocupa de amparar a los ricos” “Fuera de España, nadie baja los impuestos” y otras lindezas que, sabiendo que no son ciertas, hay que extenderlas para tratar de cortar la hemorragia de simpatizantes. Ante la supresión del impuesto de patrimonio, la cuadrilla de voceros ya está anunciando un nuevo impuesto “sólo para los ricos” ¿Será para los ricos que no paguen el impuesto de patrimonio? Si es para todos ¿Los que ya pagan impuesto de patrimonio, lo pagarán dos veces? A la izquierda se le ve el plumero y se queda sin argumentos para seguir desplumando a los de siempre. ¿Por qué no quieren comenzar reduciendo gastos y dejar de repartir millones a quien no los necesita?
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