Llevo varios días escuchando y leyendo por todas partes a gente que se queja del uso que, algunas políticas y políticos, hacen de la expresión “topar los precios”, pero no acabo de entender dónde está la polémica.
Porque digo yo, si utilizamos la expresión “poner topes”, y en mi humilde opinión (que no soy yo precisamente erudita), está bien dicha, pues a ver por qué no se va a poder inventar una nueva acepción de la palabra “topar” que indique precisamente eso: poner topes.
Por un lado, inventos más raros ha visto la RAE que no solo no han creado tanta polémica, sino que se han acabado admitiendo. Sin ir más lejos, al deporte rey le llamamos “fútbol” por degeneración de la palabra inglesa, en vez de balompié, que seguramente a la RAE le parecería más correcto.
Otro ejemplo es la expresión “hacer lo propio”, que la inmensa mayoría de la población admite como sinónimo de “hacer lo mismo”, aunque dudo mucho que la RAE haya llegado a admitir este nuevo significado.
También hemos aceptado “pulpo como animal de compañía”, selfi, populismo, escrache, …. o en la línea del vocablo que nos ocupa: tuitear, tiktokear, guglear… A algunas, la RAE las acaba aceptando con el tiempo, a otras no llega a aceptarlas nunca pero la gente de a pie las seguimos usando. Las hay que no, las hay que dejan de usarse antes de que la RAE se pronuncie sobre ellas. E incluso hay palabras que la RAE admite décadas después de que su uso decaiga, como es el caso de la segunda acepción de la palabra “tronco”, que efectivamente la usábamos mucho en los 80, pero que desde entonces ya nadie ha vuelto a usarla. A fin de cuentas, la RAE es una institución formada por personas, que aunque sobradamente eruditas todas ellas, no dejan de ser personas, o sea, con sus luces y sus sombras, por lo que la RAE, como todo lo que tiene que ver con lo humano y no con lo divino, tampoco es perfecta, tampoco tiene el don de la infalibilidad.
Y a fin de cuentas, el castellano es una lengua viva (aunque solo sea por contraposición al latín y al griego, que se estudian bajo el epígrafe de “lenguas muertas”), y ya sabemos que todo lo que está vivo nace, crece, se reproduce y muere, así que el castellano, si seguimos queriendo que siga vivo, tendrá que seguir creciendo. Lo cual, en mi humilde opinión, no solo no lo estropea sino que lo enriquece, como le ha venido ocurriendo desde la caída del imperio romano para acá.
Y a fin de cuentas, la lengua la hacemos quienes la hablamos.
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