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Leyendo a Carmen Martín Gaite: El otoño de la comunicación
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Leyendo a Carmen Martín Gaite: El otoño de la comunicación

Actualizado 20/09/2022 09:40
Álvaro Maguiño

Recuerdo muy bien cómo las palabras “soledad” e “incomunicación” acompañaban a la novela Entre visillos en la brevedad expresiva propia de apuntes literarios para la EBAU. “Tema seis: la novela de 1935 a 1975”. Palabras que se complementan, palabras que podrían ser un binomio, un estribillo y una medida perfecta.

La densidad del otoño incipiente en Salamanca está caracterizada por la masificación del regreso. Vuelven los residentes habituales, el proletariado peregrino, los estudiantes y las primeras lluvias. Septiembre es una celebración de la soledad entre tanta gente desconocida. Bien hizo Carmen Martín Gaite en ambientar su afamada novela antes nombrada en esta época. La novela tiene lugar entre la transición del verano pasajero y el inicio de un invierno desconocido. Entre visillos es un viaje en tren desde la introspección hasta el contacto con los demás. Narra la eterna rutina de los sentimientos y el duelo que eso conlleva. Abundan las urdidas voces femeninas sobre una poderosa primera persona masculina que no es más que un catalizador de lo cotidiano y figura de alborotada tranquilidad. Pablo Klein y Natalia se erigen como la vida en movimiento, mientras que los demás personajes sufren la desventura del tedio y la predeterminación. Es la narración del hastío, la melancolía, el spleen contagioso del que habla Elvira. Pese a ser una novela ficticia, es la realidad en sí de pertenecer a las distancias insalvables de las relaciones interpersonales. No existe cercanía, ni transporte directo a los demás, solo un muro frío interior, de ahí la soledad de personajes que comparten bares, cafeterías, casinos y una conversación líquida. Y cuando hay una conexión directa, ataca de nuevo la lejanía y la confusión. No puede existir tanta certeza en el runrún otoñal de una ciudad de provincias donde todos se conocen entre sí.

Los discos franceses y la fingida bohemia callan ese sentimiento del “encarcelamiento de la carne” del que quisiera huir Elvira, quizá encontrando en Pablo esa fisura por la que escapar. Elvira es la representación de los interiores, de la desidia de una vida actuada, pero ella es de la libertad y del sentir. En definitiva, del ansiado exterior y de no tener que medir los días por un calendario restrictivo. Porque Elvira es la única que se “sobrecomunica” para que todas sus palabras, sin significante ni significado, pero con el suspiro necesario, se topen con la incomprensión de aquel que parece entenderla. De ahí la incomunicación, del miedo a tropezarse con rocas sentimentales, de saber hablar, pero no cómo hacerlo. Mismo sufre Natalia, pensando en todo lo dicho, “en la conversación dejada a medias”. Porque el rasgo característico de esta novela es que nunca se terminan las conversaciones, la habladuría se tumba en las páginas y oculta las ansias de tener una verdadera comunicación.

La última característica que añado yo es la coincidencia. Los personajes nunca llegan a conocerse entre ellos. Saben datos aleatorios de sus vidas, rumores ruidosos que resuenan en las esquinas de la Plaza Mayor. Los personajes se limitan a coincidir, a fundir sus lugares mutuamente. Recuerdan haberse visto en los vagones del tren, con otras personas en el Casino o desde la ventana. Y lo que los mueve es el puro azar, el capricho de reconocerse en una calle abarrotada de gente. No es puramente física esta coincidencia, sino también mentalmente. Se descubren pensando en los demás y arrepintiéndose de su trato con ellos, padecen una misma suerte sentimental. No obstante, la coincidencia no es suficiente.

Recuerdo muy bien la novela este septiembre, también hablando con los estudiantes de fuera y su definición de Salamanca como un pueblo grande donde todos se conocen. Hay en Entre visillos la verdad sobre vivir en una ciudad de provincias, una única verdad inmutable vivida por personajes que, más que hablar, rellenan los silencios. Y en el medio no hay nada ni nadie.

“Sin mirarme vencía una cierta dificultad de comunicación.”

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