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La memoria de la piedra
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La memoria de la piedra

Actualizado 19/09/2022 18:49
Charo Alonso

¿Guardan las piedras el recuerdo de las pieles que las lucieron? ¿Recuerda el dintel de la puerta el sudor de quienes lo levantaron? Vuelve la carne al polvo del olvido y queda la diminuta espadaña de la iglesia velando la fe de los ausentes, la casa vacía que se va quedando sin techo protector, la viga maestra que se cae con un quejido… y entonces, el saúco, la zarza, el olvido, el gato que se refugia llenan las estancias vacías de ecos desaparecidos.

Muere la mujer que porta la joya y esta sigue brillando con la vida de la piedra preciosa, engastada en el tiempo que pasa y deja herederos de su gracia a quienes vienen después. Y en el reparto de la casa, en el desgajar del recuerdo, sentimos que palpita la memoria de aquel que pagó con sudor y con sangre el reloj que ahora cobijan unas manos reverentes. Es el recuerdo que quizás acabe en la almoneda, en la cueva de los tesoros del anticuario que acumula la pérdida y la deuda. Dónde la piel que se perfumó para el collar, el pendiente que cuelga de una exquisita caracola de la oreja. Suenan las sonajas de las sortijas que ha atado mi madre con un hilo para que no se le pierdan, y recuerdo a mi hermana y a mí abriendo los cajones del secreto, las almohadilladas cajitas donde se guarda la belleza. A mí hija, sin embargo, no le atraen los collares traídos de América, los pendientes donde la plata se ennegrece, el recuerdo modesto de mi abuela queridísima. Ella dejó cerrar la marca con la que nos hacían a las niñas apenas nacidas y sus diminutas mariquitas de oro que le compré con tanto empeño languidecen en alguna caja con esa medalla que nos regalaban a todas en la Comunión que nos convertía en niñas de reloj que ya sabían leer la hora. Grababa el joyero en el envés de la hoja dorada el nombre de la infanta, la fecha de su fiesta, y la madre guardaba la medalla y la frágil cadenita para lucirla en las ocasiones especiales, que no se pierda, que no te la roben, que no la extravíes con tu dejadez…

Guarda la piedra la memoria del interior de la tierra. De los ocasionales viajes al mar volvemos acariciando el canto de la playa. Del pozo que hizo con su sudor, conservó mi padre las piedras mercuriales que le recordaban la profundidad del agua que buscaba. Tiene la tortuga de mi hija en el fondo de su poza conchas y piedras, la porosa negritud de los volcanes. A ella no le interesan ni el brillo ni el engarce, mi hija ama la piedra plana, el asiento del Jálama donde contemplar países y regiones que se juntan en las lindes de la Raya. Amamos en esta casa la materia eterna con la que están hechas las casas viejas, las paredes secas de la dehesa, y me pregunto si la mujer que muere desea que se quede, enredado en su engarce, la eternidad de ella.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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