Paso, caminando por la calle, ante un centro de salud, y leo, en una pancarta colada en su muro un sintagma que me resulta familiar: “Espacio de respeto”, que he leído, anteriormente, en hospitales y centros de salud.
Nuestros espacios sanitarios –esos que, de modo público y al servicio de toda la ciudadanía, velan por nuestra salud– han de ser, claro está, espacios de respeto. Y hemos de estar todos a esa altura de saber respetar al personal sanitario, a sus funciones, a los centros de salud y hospitales, así como a todos los recursos con que cuentan y están a nuestro servicio.
Pero no siempre ocurre así. Cuántas veces se agrede o no se trata bien al personal sanitario, tal y como recogen informes que, en tal sentido se publican, o informaciones en los medios de comunicación. Como falta de respeto al servicio público de salud es recortar sus presupuestos y volverlo cada vez más precario, como en tantas ocasiones denuncian esas mareas blancas con las que estamos familiarizados también.
Habría que hablar en plural. Tendríamos que convertir todos nuestros servicios, instituciones y ámbitos públicos en espacios de respeto. Nuestra sanidad, nuestro sistema educativo, judicial, nuestras plazas y calles… Tales ámbitos han de ser convertidos en espacios de respeto.
Y eso depende de nosotros. Pero no siempre es así, por desgracia. Vivimos en una sociedad exigente y muchas veces agresiva. Podríamos poner no pocos ejemplos de lo que decimos.
Ahora, por ejemplo, que comienza el curso escolar, diversos informes y reportajes en los medios de comunicación nos informan de que casi la mitad del alumnado no se siente seguro en los centros educativos; que uno de cada cuatro alumnos ha participado en el acoso escolar a otros compañeros y compañeras.
Esto no puede ser así. Hemos de poner toda nuestra atención social en que en los centros educativos no haya acoso escolar. En ocasiones, aparecen casos de niños y adolescentes acosados que llegan incluso al suicidio o a su intento.
Y aquí hay que cortar por lo sano. Se ha de emprender una acción, por parte de las autoridades educativas y de toda la sociedad, para cortar de raíz el acoso escolar; un acoso que, por otra parte, no solo afecta a los escolares, sino incluso a los adultos, como ocurre también en la sociedad y en otros ámbitos laborales y sociales.
Espacios de respeto. Un lema que no solo debiera estar como leyenda en carteles de los muros de los edificios sanitarios. Deberíamos tenerlo todos colgado en los muros de nuestra moralidad, de nuestra ética, de nuestros comportamientos cotidianos.
Que todo lo convirtamos en espacio de respeto. Una utopía, en una sociedad como la nuestra, tan marcada por las polarizaciones, por los desencuentros, por los insultos, por los sectarismos de todo tipo.
Esta mañana, cuando caminaba por la calle y me encontré, casualmente, con el centro de salud que, en un cartel fijado a uno de sus muros, me hablaba en silencio de “Espacio de respeto”, me fijé en él, lo asumí y me propuse pronunciar sus sílabas, que tanto merecen la pena, en este espacio destinado a quienes, de modo atento y responsable, creen que merece la pena recorrer la andadura hacia una sociedad más digna.
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