Parece que hoy en día, para muchos, hacer la revolución es desobedecer la ley por el mero gusto, sin que haya beneficio aparente… Y, claro, en el reino del “porque puedo”, tan importante como no respetar la ley es quejarse cuando lo hagan otros.
La semana pasada, por fin, nos atrevimos a volver a un espectáculo “masivo”; era en la Sala Nezahualcóyotl (perdón por escribirles nombres que allá les parecen ilegibles por impronunciables); es una sala de la UNAM, actuaba Ute Lemper con la orquesta de la propia Universidad… el riesgo era escaso…
El paso del tiempo era el traicionero… Porque ya sentaditos en nuestra butaca de precio asequible y además con descuento porque Pilar tiene derecho a él, nos dimos cuenta de que se ha exacerbado el “si me lo prohíben, lo hago”: por favor, no se quiten el cubrebocas implica que demasiadas personas se lo quitaban, casi siempre uno no terminaba de entender por qué; “está prohibido tomar fotos o video” (como fue aquí, solo lo escribo en la pronunciación autóctona, allá pueden leer vídeo, no hay problema); oye, el señor de delante, de edad provecta, en modo millennial total, grabó hasta que se le acabó la batería…
Me recordó algo que ya casi no veo en el cine… porque por ello casi no voy: esos celulares (móviles) con la luz pantallar a todo lo que da y las letras bien gordas en manos de personas que ya no se cortan a la hora de contestar… o de leer sus guasapes… Las películas lentas o aburridas son carne tanto de adolescente ensimismado como de adulto mayor empantallado.
Por lo demás, Ute Lemper, si no la conocen es, como dijo una amiga de mi amigo Ernesto: “una de las últimas”, “una de las pocas que quedan”: una cantante que habla y actúa, aunque apenas tenga espacio en el escenario; con un sombrero, o quitándoselo, nos llevó de París a Berlín, de ahí a Londres o a Nueva York… De Piaf a Brel, de Piazzola a Kurt Weill…
Sobre todo, nos mostró que la música y la inteligencia son el reino de la libertad, tal vez, también, como Ute, uno de los pocos que quedan… Y es mejor que los cuidemos, que no demos por supuesto que nunca van a acabarse.
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