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A vueltas con lo religioso
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A vueltas con lo religioso

Actualizado 07/09/2022 08:15
Juan Antonio Mateos Pérez

Todo se puede sofocar en el hombre, salvo la necesidad de Absoluto, que sobrevivirá a la destrucción de los templos, así como también a la desaparición de la religión sobre la tierra.

P. CIORAN

La religión implica que el orden humano sea proyectado en la totalidad del ser

PETER L. BERGER

Hace tiempo que no escribo sobre lo religioso de forma directa, aunque desde el pensamiento siempre estamos dando vueltas sobre la búsqueda de Dios. Siempre hablamos no desde la secularidad del mundo en que vivimos, sino desde dentro, entre Atenas y Jerusalén, con lo que nos movemos en las dimensiones de filósofo, historiador y creyente.

Se ha hablado mucho de la crisis de lo religioso y el fin de los dioses, pero mientras haya humanidad habrá religión. Es cierto que se ha secularizado amplios espectros de lo religioso, pero el Misterio y el silencio seguirán fascinando. Aunque la práctica religiosa, al menos en Europa ha tenido un fuerte bajón, no tanto en zonas como Asia o África, que sigue aumentando de forma significativa. Si por un lado hay crisis de las religiones tradicionales, por otro, se aprecia nuevas formas de lo religioso, no como formas etéreas, sino comunidades vivas que desvelan en su vida una realidad misteriosa y transcendente.

Como nos recordaba Martín Velasco, el hombre no sólo es; no se contenta con vivir; quiere ser bien; aspira a una vida buena. Necesita incluir en el hecho de vivir, para que su vivir sea humano, que éste valga la pena, que tenga un sentido. La pregunta por el sentido aparece a lo largo de la historia estrechamente ligada con las religiones y con el Misterio al que todas ellas remiten. La religión acompañó al ser humano a lo lardo de su historia, en los primeros momentos el anhelo por lo transcendente acompañó a los primeros Sapiens. No es un estadio entre lo mítico a lo científico que superar, ha formado parte de su definición como ser arrojado en el mundo y buscador de sentido.

La religión no brota de la indigencia y la precariedad, sino de la vivencia con el Misterio. No es una proyección humana, es algo más que percibir el eco de la propia voz, es un hecho objetivo en el que alguien se encuentra con Alguien, o al menos, con Algo. El hombre necesita transcender más allá del poder y la sexualidad (V. Frank), más allá de la materia, está necesitado del Misterio y de lo espiritual. En esa confrontación con el Misterio, el hombre despliega la doble conciencia sintiente y racional (Zubiri).

Lo religioso humaniza al ser humano, le hace saber que es más que un puro producto natural o social, más que su hacer en el mundo, es la pregunta por el todo, la comprensión de toda su existencia. La pregunta por el Misterio que está más allá del mundo, pero que da sentido y esperanza, es algo que fascina y estremece (R. Otto).

Así desde la historia de las religiones, desde la fenomenología de la religión, el hecho religioso, sería una actitud específica del hombre ante un ser ontológicamente superior. Definiendo la religión desde el Misterio y experiencia de lo sagrado o lo santo, se trata de un hecho humano específico que consiste en el reconocimiento y aceptación por parte del hombre de una realidad suprema que confiere sentido último al mundo, al hombre y a la historia. Es la última respuesta al interrogante del hombre sobre sí mismo y sobre el mundo.

Más allá de la búsqueda de sentido del ser humano y establecer el lugar en el cosmos, la religiosidad ha sido y es un elemento cultural de primer orden. La religión capacita al hombre para el obrar social, ayuda a mantener la sociedad (Talcott Parsons, Peter L. Berger). Por otra parte, lo religioso salvaguarda el proceso de la formación de la identidad, al preservar al individuo de desaparecer por completo en la sociedad. Le posibilita el poder preservarse a sí mismo frente a la pretensión social de totalidad.

Estamos inmersos en una profunda secularización propio del tiempo en que vivimos, en ella se va borrando el horizonte divino de lo ético, lo espiritual, lo humano y lo social, desarrollándose al margen de lo religioso. Todo ello va desembocando en el rechazo de lo religioso, secando el alma y produciendo una incapacidad para la apertura a Dios.

En medio de la confusa crisis de lo religioso, hay una búsqueda de lo espiritual incluso de forma más radical, volviendo hacia formas politeístas y precristianas, sin gran orden, pero fuera de lo institucional. Ahí está la incapacidad de la modernidad de hacerse cargo de sus promesas concretándolas históricamente, no ha podido ser ese “cielo en la tierra” que prometían ciertas ideologías políticas. Es cierto, que muchos buscadores de espiritualidad ven en las religiones institucionalizadas y oficiales un obstáculo a las fuerzas liberadoras del espíritu.

Tal vez vivamos en una época donde prolifera una “religiosidad sin Dios”, no sólo por estos movimientos espirituales difusos, también en nuestras sociedades del hiperconsumo, vivimos realidades fuertemente sacralizadas como el dinero, el poder, la violencia, las estrellas del celuloide o del futbol, la ciencia, la técnica o la pura ideología. Hoy todo parece decir, religión sí, Dios no. Pero lo cierto, es que el hombre requiere del sentimiento religioso para hacerse un lugar en el cosmos y de su propia identidad. La ciencia no cubre todos los anhelos, la religiosidad puede dar un sentido, aunque sea débil, en un desierto ilimitado e indemostrable.

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