Partimos de toda una vida dedicado a la familia, con montón de amigos y casi siempre rodeado de gente.
Muchas organizaciones, muchos planes, mucho estudio, muchos itinerarios de vida para estar integrados en la sociedad.
Muchas luchas en nombre de la justicia social. Muchas vidas con las chicas y chicos de Santiago Uno.
Pienso que este año con mis hijas más mayores y después de venir de Marruecos me he refugiado en la lectura y algo en el campo.
Me he dado cuenta que tengo prioridades distintas a mi mujer o a algunos amigos de toda la vida. No me emociona lo mismo. No soy mucho de atardeceres. Tampoco de la diversión por decreto y bastante enemigo del mundo de la noche.
Me aburre soberanamente la frivolidad envuelta en conceptos grandisonantes. Me molesta la supremacía moral de los correctos.
Me asombra el propósito claro del sueño de una niña maltratada que dice : “ Ser independiente y feliz”. No habla de dinero, motos o viajes. Le asustan sus sentimientos y más las emociones de los adultos.
Recorremos el mundo buscando las mejores emociones. Pero para encontrarlas a veces no hay que moverse del sitio. No es cuestión de hacer parapente o subir una montaña. Es más entregarse a personas . En esa reciprocidad esperada es donde surge en muchas ocasiones el dolor insoportable que acaba en oscuridades y distintas formas de evasión.
La política y la educación exenta de pasión no tiene futuro. Pero tampoco la familia.
Muy lejos del baile de la jota. Me refiero con la sensibilidad a flor de piel y el egoísmo desvirtuado. Imágenes anodinas en las redes de una superficialidad insultante.
Las cansinas repeticiones de las televisiones adormeciendo las emociones y sembrando el anestésico miedo.
Por eso la tentación de la burbuja con unos cuantos elegidos: Los excluidos, los últimos, no los malos, ni los peores. Los que parten en desventaja y les bloquean con las etiquetas y profecías autocumplidoras.
Con la prioridad de amar la vida tiene sentido, puede ser más difícil e incluso imposible pero eso es la vida que para algunos merece la pena.
Es gratis compartir la vida con los desheredados.
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