Sonrisas de agua

La piscina comienza a enfriarse con el estreno del nuevo mes que, curiosamente, se inicia en verano y acaba siendo otoño, sirviendo de puente entre los sofocantes calores sufridos y la progresiva pérdida de melena de los árboles, cuando el viento hace volar sus hojas en zigzag.

Mientras todo eso llega, el agua sigue azul y tentadora, al menos para quienes no podemos prescindir de su abrazo.

Para el resto, la leve brisa de la mañana es sinónimo de desánimo, de frescor, de pereza, de evitación, dejando para mí todo el espacio lineal, toda la superficie, todo su volumen, todos sus brillos y reflejos del sol.

Hacer largos sin trabas es el mayor de los placeres, uno tras otro, de pared a pared, una y otra vez y volver a comenzar, sin respiro. Un húmedo firmamento a mi alcance, en el que la gravedad no existe.

Ver tanto espacio sin ocupar es aliciente que invita a dos niños a dejarse envolver.

Primero ducha. Cuando llego a una pared, veo al pequeño, en brazos del abuelo, abriendo y cerrando los ojos al resbalarle el agua por la cara y dibujando una expresión de sorpresa. Después viene la inmersión, poco a poco, como un bautizo arcaico, abriendo la boca y dejando asomar dos soles en la parte de arriba y dos perlitas en la de abajo.

Su sonrisa es líquida, fácil, envolvente, como agua.

Mientras llego nadando al otro extremo, oigo, entrecortadamente entre inmersión e inmersión, palabras recortadas del abuelo con tono de ánimo hacia su nieto al que sigue manteniendo sobre su brazo. Cuando paro para recolocarme las gafas veo en él expresión de frío al no poder moverse con el niño.

Desde la puerta del recinto camina el otro nieto seguido de la abuela. Va decidido a la ducha, se moja bien por todas partes, y entra en el agua sin titubeos. Rápidamente pone a nadar sus cinco años, impulsándose con un fuerte batido de pies que deja su estela blanca, como la de un avión.

Intenta hacer un ancho a base de brazadas y patadas espumosas, lo logra con esfuerzo y sonríe satisfecho, sonrisa líquida que se esparce e inunda toda la superficie azul, inunda todo el espacio entre el agua y el cielo, inunda todo mi corazón.

De un lado a otro, siguiendo con mi tarea, se me ocurre pensar en cuántas cosas aprenderán, cuántas diminutas metas, de gigante, como ésta, se propondrán, cuántos esfuerzos placenteros o no, y siempre sostenidos, irán haciendo cada día, para ser capaces y felices en todo aquello que se propongan.

Mientras tanto, esbozo una sonrisa, también de agua.

Dedicado a todos los niños y niñas que inician, en breve, el curso escolar, para que no pierdan nunca sus ganas de aprender ni sus bellísimas sonrisas.