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Olvidar en defensa propia
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Olvidar en defensa propia

Actualizado 26/08/2022 08:19
Manuel Rodríguez Fraile

La tendencia a olvidar y la vertiginosa velocidad del olvido son, para desventura nuestra, marcas aparentemente indelebles de la cultura moderna. Por culpa de esa adversidad, tendemos a ir dando tumbos, tropezando con una explosión de ira popular tras otra, reaccionando nerviosa y mecánicamente a cada una por separado, según se presentan, en vez de intentar afrontar en serio las cuestiones que revelan. Así lo dejo escrito el sociólogo y filósofo polaco de origen judío Zygmunt Bauman.

A la pandemia del COVID se ha sumado la guerra en Ucrania, lo que ha hecho caer en el olvido todas las que se continúan librando desde hace décadas en el continente africano y asiático ¿por qué?. Será porque nos pillan lejos, porque no tienen interés económico, porque carecen de rendimiento informativo (salvo cuando se produce alguna masacre que no se puede ignorar), porque se trata de conflictos religiosos o étnicos, porque afecta a personan que no hablan idiomas, sino dialectos; que no hacen arte, sino artesanía; que no tiene cultura, sino folklore, que no son seres humanos, sino recursos humanos, que no tienen caras, sino brazos; que no tienen nombre, sino número… En definitiva, porque afecta a esos a los que Eduardo Galeano llamó, ya en 1940, 'los nadies' o, tal vez y simplemente, porque creemos tener ya bastante con lo nuestro ¡Vaya usted a saber!

Níger, Malí, Somalia, Yemen, Etiopía…; y así hasta no menos de 12 países africanos sufren los efectos de largas y cruentas guerras, aunque les llamemos 'conflictos armados', un eufemismo para que nuestros delicados oídos no sufran demasiado y nuestras conciencias no se sientan muy inquietas. Pero todo ello ha quedado eclipsado por la guerra en Ucrania que, por si fuera poco, añade una fuerte crisis alimentaria a la catástrofe humanitaria que ya venían sufriendo. Los africanos han sido abandonados a su suerte porque de ese continente únicamente interesan los enormes recursos naturales que posee y que las multinacionales y los países ricos desean ansiosamente, razón por la que miran hacia otro lado, corrompen a los dirigente locales y financian, con armamento o dólares, a las guerrillas que más les interesen, mientras millones de africanos, tratan de sobrevivir en perpetuos y gigantescos campamentos de refugiados cuya sola existencia debiera sonrojarnos.

Son guerra que los medios, y nosotros con ellos, han invisibilizado porque sus presencia resulta incomoda, porque no suman audiencias, porque nos coloca frente a nuestros fracasos como Humanidad, porque nos acusa de un pecado de omisión y eso no nos gusta ya que hemos aprendido a consideramos, así nos lo repiten día tras día, gentes generosas y solidarias.

En caso de una gran tragedia humanitaria nos volcamos, eso nos dicen, pero ¿cuánto dura esa ayuda, más originada por un fugaz sentimiento emocional que por una firme creencia en la justicia social? El tiempo nos va apaciguando para ir relajando nuestra conciencia (con algún donativo) y lo vamos cubriendo de olvido. No se equivoquen, no se engañen, la mayoría de nosotros no somos solidarios convencidos, no somos generosos por naturaleza, somos solidarios fugaces, ayudamos por efímeros impulsos del mismo modo que terminamos por consumir lo que la publicidad de dicta a nuestra sinrazón.

La guerra en Ucrania ya se nos empieza a hacer larga porque comienza a tocar nuestra economía. Como pasó con Afganistán, donde, por cierto, las mujeres han vuelto a ser obligadas a abandonar las escuelas y a colocarse el burka, cuando en El Corán no existe ningún requisito que obligue a las mujeres a cubrir su rostro con un velo o cubrir su cuerpo con esa prenda[1], pero respondemos con el silencio. Como se nos hace ya larga lucha de los palestinos o de los saharauis por el reconocimiento de su territorio, la hambruna de Somalia, la crisis humanitaria en Yemen o se nos hace largo el continuo goteo de pateras y cayucos en nuestras costas y los refugiados sirios en la Isla de Lebos.

Pues de igual modo todo lo relacionado con Ucrania y sus expatriados, más pronto que tarde, se nos hará largo. ¿Cuánto tiempo resistiremos cuando haya que reducir la calefacción o el aire acondicionado o cuando la inflación empiece a ponernos problemas a la hora de acabar el mes por la subida de precios de todo? El paso del tiempo juega a favor de Rusia, que ha hecho de la energía una potente arma de guerra (siempre lo fue) y en la Comunidad Europea ya empiezan a aparecer conflictos de intereses entre ciertos países ¿Cuánto tiempo tardarán sus ciudadanos en empezar a protestar y presionan para poder conservar su estado de bienestar sea como sea?. Así que lo más probable es que las buenas intenciones iniciales vayan dejando paso, una vez más, al olvido en defensa propia.

En la conocida novela Farenheit 451 del escritor estadounidense Ray Bradbury, podemos leer esta advertencia: Cuando en la oscuridad olvidamos lo cerca que estamos del vacío —decía mi abuelo— algún día se presentará y se apoderará de nosotros, porque habremos olvidado lo terrible y real que puede ser. Y ese día no está demasiado lejos. Y es que, parafraseando al gran historiador irlandés Peter Brown, podríamos decir que no hay nada más trágico que un Humanidad que ha perdido la memoria.

[1] Esta prenda tiene su origen entre los habitantes de los desiertos antes que llegara el Islam y tenía dos funciones. La primera de protección frente a los fuertes vientos y las tormentas de arena y la segunda dificultar la identificación de las mujeres en edad de procrear, frente a los frecuentes raptos por parte de tribus rivales fuertes.

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