Empecé la escuela en Villadepera donde eran maestros mi padre y mi madre en una escuela unitaria. Jugábamos al alto por las esquinas y dábamos patadas a un balón, unos con más fortuna que otros.
Las primeras amistades y una tele en blanco y negro. Ir a por agua con un carretillo con cántaros a la fuente de manga el pilo. Hice de monaguillo y celebramos todos los sacramentos desde el bautizo, comunión, confirmación y matrimonio. Me queda la extrema unción.
Todavía había alguna vaca en las cuadras, los cercos de la matanza y llevaba los burros a pastar al valle donde empezaron los primeros amores.
Llegó la hora de irse a un internado a Salamanca a estudiar. Algunas lágrimas de desubicación. Volvía en los veranos y siempre me gustó dar manojos, cargar sacos, trillar, segar con la segadora, hacer leña con la motosierra, etc. Fueron muchos buenos momentos de trabajo con mi padre, abuelo, primo y amigos.
Ahora sigo con el huerto, intento mantener los conocimientos de los oficios perdidos incorporándolos al currículum de mis alumnos.
Pero todo ha cambiado, en Moralina sólo queda un bar. Ya no se queda para jugar la partida o ver el fútbol. Se hacen fiestas, se hacen homenajes, se hacen verbenas, se hacen ferias. No sé, tengo la sensación de pueblos robados. Me parece que la globalización ha absorbido parte del viejo Sayago. La piscina de Villadepera tipo Ibiza y discotecas móviles con diyeis locales. Oficios o aficiones muy nuevas para estos lares. Han llegado también depresiones y ansiedades.
Me consideran una persona muy positiva y sin embargo vislumbro una muerte anunciada por alguien.
La gente de Sayago siempre fue muy realista. Trabajaban para comer y criar los hijos y el ganado trabajando una tierra que conocían y respetaban.
Ahora buscamos amaneceres y atardeceres. Vamos a ver las estrellas, paseamos para rebajar el colesterol y los muy avanzados salen a correr. Se va con casco en la bici y con todo tipo de vestimentas reflectantes.
Yo nunca me he orientado bien pero no reconozco los sentimientos vividos. Me pierdo hasta el punto que se me hacen largas las vacaciones en el pueblo. No acepto ver un pueblo fantasma o ficticio.
Cuando encuentro las últimas abuelas y abuelos auténticos parece que todo revive en mi memoria y en mi nostalgia.
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