Nuestros pueblos esconden tras sus nombres la historia de la repoblación medieval, la herencia de la lengua leonesa, y la posterior evolución hasta los nombres actuales.
Puede que nos resulte un hecho curioso, pero lo cierto es que buena parte de los pueblos del noroeste salmantino tienen un nombre derivado de elementos vegetales, ya sea haciendo referencia a árboles o a plantas.
No obstante, este hecho no debe resultarnos extraño si tenemos en cuenta que en los procesos repobladores emprendidos por la monarquía leonesa en época medieval dar un nombre alusivo a elementos vegetales fue una práctica común. Y es que, en ocasiones, para la creación de nuevas poblaciones acudir a elementos vegetales o del paisaje fue un recurso muy empleado.
De este modo, en alusión a los fresnos nos encontramos en nuestra zona con La Fregeneda (originalmente denominada “La Frexeneda”, es decir, la fresneda), mientras que en alusión al hinojo nos topamos con Hinojosa y Pozos de Hinojo, originalmente denominados como “Finoiosa” y “Pozos de Fenoio” en los primeros documentos que recogían su existencia en época medieval, que tendrían su origen en el “finoyo” o “fenoyo”, esto es, el nombre leonés para designar el “hinojo”.
Por su parte, Ahigal haría referencia a la higuera, aunque con una defectuosa castellanización del elemento original leonés. Y es que tanto Ahigal de Villarino como Ahigal de los Aceiteros se denominaban originalmente “La Figal”, vocablo leonés que sería el equivalente a “la higuera” en castellano. No obstante, este nombre no fue traducido, sino que su castellanización en la Edad Moderna se limitó a eliminar la “f” inicial leonesa para sustituirla por la “h” castellana, de modo que la evolución del vocablo fue La Figal > La Higal > Ahigal, misma evolución registrada en el Ahigal existente en la provincia de Cáceres.
En cuanto a Encinasola de los Comendadores, inicialmente el nombre de la localidad aparecía registrado como “Erzinasola” en el siglo XIII, haciendo alusión a la “ercina” o “encina”, que también se registra en el municipio leonés de La Ercina o los salmantinos de La Encina y La Encina de San Silvestre (este último, por cierto, recogido como “Erzina de San Silvestre” en los registros más antiguos que la recogen), mientras en la Sierra de Huelva nos encontramos con otro Encinasola.
Y precisamente respecto a la Encinasola de Huelva, esta localidad se encuentra en una zona reconquistada por Alfonso IX de León en 1230, habiendo corrido la repoblación de la Sierra de Aracena a cargo de gentes del Reino de León, existiendo la teoría de que podría haberse desplazado un contingente de repobladores desde la Encinasola salmantina a la onubense, la cual, por cierto, es un reducto en el que se conserva el pandero cuadrado, compartido con la salmantina Peñaparda, la pacense Aceúchal, o el valle leonés de Laciana.
Por su parte, Sobradillo tendría su origen en el alcornoque, denominado “sobro” o “sobreiro” en gallego, y “sofrero” o “sobrero” en leonés, de modo que Sobradillo se traduciría como “alcornocalillo”. En este aspecto, nos encontramos con otro Sobradillo en Zamora (Sobradillo de Palomares) y en Orense un Sobradelo (con la finalización –elo más típica del gallego), mientras que en León, Orense y La Coruña nos topamos con varios Sobrado con presuntamente el mismo origen de referencia vegetal.
Respecto a Saucelle, Cerezal de Peñahorcada, Cerezal de Puertas, La Zarza de Pumareda, Olmedo de Camaces o El Manzano, resulta obvio el origen toponímico de sus denominaciones, alusivos también a árboles y elementos vegetales como los sauces, las cerezales (los cerezos), las zarzas, los olmos o los manzanos, como también resulta obvio en el caso de Carrasco o de Robledo Hermoso (originalmente “Robredo”).
En cuanto a Bermellar, documentado como “Marmellar” en la Edad Media, su origen parece estar enlazado al vocablo leonés “mermellar” o “marmellar”, cuyo significado sería el de membrillo, si bien parte de la filología sostiene la tesis de que el nombre vendría directamente del de “bermeyar” (de “bermeyu”, rojo en leonés).
También en el Abadengo, cabría hacer mención al caso peculiar de Bogajo, cuyo nombre no vendría de un árbol o planta, sino de un elemento concreto del roble, que en leonés se denomina como “bogayu” o “bogalla”, una excrecencia que poseen estos árboles de forma esférica y con ciertos picos, que habría dado nombre a la localidad, tras castellanizarse la “y” o “ll” leonesa primigenia por la “j” castellana, derivando en Bogajo.
Por último, tenemos un caso más que peculiar en el nombre de Peralejos, que nos llevaría a equívoco, ya que, aunque nos induciría a pensar que procede de peral, lo cierto es que en realidad la filología apunta que haría alusión a lo pedregoso del terreno (de “petre” > perre, esto es, piedra), denominándose en el documento más antiguo que lo recoge, de 1169, como “Perrelegio”, y en el siglo XIII como “Perreleios de Yuso” (Peralejos de Abajo) y “Perreleios de Suso” (Peralejos de Arriba).
En todo caso, los árboles y elementos vegetales poseen un gran protagonismo y relevancia para que hoy podamos denominar a nuestros pueblos con los nombres con los que los conocemos. Un origen toponímico que frecuentemente pasa desapercibido, pero que esconde tras de sí el pasado de nuestra zona, en una mezcla de un proceso histórico como el de la repoblación medieval, mezclado con la herencia de una lengua hoy casi perdida como es la leonesa, y la posterior evolución de los nombres hasta sus denominaciones actuales. Y es que nuestros pueblos también esconden en sus nombres parte de la historia de nuestra comarca.