Viernes, 26 de abril de 2024
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La España cainita
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La España cainita

Actualizado 20/08/2022 18:40
Francisco López Celador

Más de una vez he sostenido que España se aleja del modelo de nación más extendido entre los países europeos modernos. Unas veces por su situación geográfica y otras por influencia de particulares corrientes políticas, hemos sido el verso suelto entre unos pueblos que han evolucionado con el discurrir de los siglos. Ese específico enclave, extremo de tierras conocidas y, a la vez, puerto de salida hacia otras desconocidas, es el motivo que explica las constantes invasiones que sufrió nuestra Península por parte de pueblos aventureros en busca de nuevos recursos, unas veces, otras, con el deseo de establecerse en posiciones más estratégicas. La historia ha hecho de nosotros una raza muy especial, fruto de sucesivas fusiones, que, por propias experiencias, no siempre está dispuesta a seguir la norma establecida por nuestros vecinos.

No somos sumisos por naturaleza. Al mismo tiempo, esa continua desconfianza ha sido determinante para que tampoco nos fiemos de nuestros propios conciudadanos. La normal convivencia, por encima de convicciones políticas, que se respira en otros pueblos es menos frecuente en España, donde sigue intacto el afán destructor y cainita que con tanto acierto reflejó Goya en su “Duelo a garrotazos”. Para encontrar pueblos que practiquen estos hábitos, hay que penetrar en lugares donde no haya llegado la civilización. Llevamos demasiados siglos intentando olvidar el pasado, esperando que pasen otros cuarenta años para la revancha y el ajuste de cuentas. Es inútil. Nos ha durado muy poco tiempo el soplo de reconciliación. Se ve que aún quedan cosas pendientes desde hace ochenta años. Da la sensación de que aquí nunca llegaremos a considerar normal lo que en otros sitios sí lo es. El sectarismo, la intransigencia, el populismo, la arrogancia, la pedantería y, por supuesto, la falta de sentido común, tienen la culpa de que unos y otros lleguen a la política para servirse y no para servir.

Salvo contadas excepciones, las democracias arraigadas –dejamos aparte los casos de democracia popular- han dejado de ser gobernadas por partidos que se alternan en el poder cada determinado número de años. Son más frecuentes los gobiernos que logran la mayoría suficiente a base de coaliciones de partidos con programas lo suficientemente próximos como para poder llegar a pactar acuerdos de gobierno.

Hasta en eso hemos conseguido diferenciarnos de nuestro entorno. Nadie está gobernando apoyado en partidos que buscan acabar con el Estado. Es muy triste dejar a nuestros descendientes una España que en nada se parece al pueblo que fue capaz de superar el pasado sin tener que ajustar cuentas pendientes. Estamos volviendo al precipicio por el que cayeron generaciones de españoles empeñados en dejarse vencer por el pesimismo. De nuevo, cuando habíamos enfilado el camino correcto, vuelven a hacerse presentes los duendes de nuestra historia, que repetidamente consiguen condenarnos al retroceso. Es como si nos sintiéramos incómodos viviendo en paz y armonía. Lo mismo somos capaces de grandes hazañas que demostramos mayor rencor y afán de autodestrucción que cualquier otro país. Somos un pueblo capaz de asumir los mayores sacrificios, a la vez que demostramos nuestra indisciplina. Damos constantes muestras de descontento y cada uno de nosotros tenemos la fórmula para gobernar el país. Hay una cosa clara: nadie dice la verdad cuando manifiesta aquello de “Perdono, pero no olvido”. Por supuesto que no estamos hechos para olvidar. Cuando salió a la luz la Constitución del 78, fue por el esfuerzo de quienes fueron capaces de dejar de lado las heridas del pasado. Mucho me temo que hoy sería imposible aquel acuerdo. La política, mejor dicho, los políticos han perdido categoría. No olvidan, pero tampoco perdonan, si el reo no es de su cuerda. Su mensaje ha calado en algunas mentes hasta creer en todas las ventajas de una época de progreso y desarrollo y, cuando llega la crisis, no están dispuestos a admitir que hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades. Quien predique el esfuerzo y el sacrificio será el malo de la película. Por eso estamos sumidos en el pozo de quienes no están dispuestos a perder votos por reconocer la verdad.

Todo el que se atreva a criticar al gobierno será considerado enemigo de la nación. La oposición y los medios de comunicación independientes serán continuamente expuestos a la vergüenza pública si no apoyan siempre cualquier ocurrencia de un gobierno que no sabe lo que quiere. Mejor dicho, que sí lo sabe, pero no está dispuesto a admitirlo. La solución a nuestros problemas no está en el pasado. Dejemos ese pasado de una puñetera vez, porque encierra excesos de uno y otro bando, y tratemos de llamar a las cosas por su nombre. Gastar más de lo que se ingresa, es un problema de ahora; gobernar con quienes pretenden deshacer esta nación, es un problema de ahora; permitir – y alentar- el trato desigual entre Autonomías, es problema de ahora; negarse por sistema a dar información obligatoria en el Congreso y fuera de él, es problema de ahora; mirar para otro lado cuando algunos políticos se niegan a cumplir las leyes, es problema de ahora; mantener toda una legislatura en campaña electoral, es problema de ahora; acudir al indulto como forma de pagar favores o lavar la cara a condiscípulos, es problema de ahora; colocar instituciones -reconocidas por la Constitución como independientes- al servicio del gobierno, es problema de ahora.

Todo esto y algo más, por desgracia, es verdad y hay que admitirlo, pero no se debe decir porque en este gobierno todo es perfecto y España va muy bien. Es bueno que exista la crítica, pero nuestro cainismo nos impide admitir que también existen cosas malas. Lo verdaderamente grave no es que pueda haber ciudadanos que por desconocimiento, o por tener que agradecer alguna prebenda, desconozcan la verdad. Lo grave es que muchos políticos, de primera o segunda fila, sí que conocen la realidad, pero el sectarismo y la intransigencia los obliga a negarla. Tienen siempre levantado el garrote para descargar el golpe en quien los lleve la contraria y no están dispuestos a perder el poder, aunque para ello tengan que traicionar a propios y extraños.

Señores del Gobierno, España va muy mal y no podemos imitar al avestruz. Por una vez, quítense la careta y busquen soluciones posibles -que las hay- aunque para ello deban apoyarse en quienes sepan más que ustedes -que los hay-. Cualquier cosa menos seguir acercándose al precipicio. De seguir así, caeremos todos, ustedes los primeros.

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