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Paisajes y cantares
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COLES DE BRUSELAS, 36

Paisajes y cantares

Actualizado 22/08/2022 07:55
Concha Torres

Principios de julio, Barajas, gente corriendo por todas partes, maletas que no se han perdido (¡Aleluya!) y doscientos kilómetros por delante, polvo, sudor y hierro, servidora cabalga acompañada de su familia camino del alto soto de Tormes, atravesando una estepa castellana que empieza a oler a chamusquina. Como siempre, veinticinco kilómetros antes de llegar, por la carretera de Madrid aparece recortada la silueta de la catedral que, incluso a casi cuarenta grados, me arranca la sonrisa del que sabe que lo bueno está por venir.

Hola y adiós; el cambio climático que algunos niegan por ceguera, sordera y falta de termostato interior, nos empuja hacia la costa donde al menos el viento del Atlántico refrescará nuestras noches, o así pensábamos equivocadamente porque no las refrescó en absoluto, aunque nos dio semanas de horizonte azul, churros en el desayuno y reencuentros felices con amigos y conocidos de muchos años veraneando en un pueblo que, si yo no tuviera ya uno de nacimiento, quisiera que fuera el mío. Ahí, justo donde el Guadiana pierde su nombre, hay un rincón donde la gente vive sin prisa, que es un gran mérito por su parte y una cualidad difícil de cultivar y a la que yo me aplico una vez al año. El sitio de mi recreo, que es como el de la canción: “donde el viento que en su murmullo parece hablar y mueve el mundo, y con él el escenario de mi hogar”, incluso en años como este donde ni sopla el viento. Por cierto, camino de ese paraíso, primer incendio a un lado de la carretera con llamas como rascacielos y aviones de la protección civil que son ya, por desgracia, parte de nuestro paisaje.

Los herederos nos abandonan a mitad de viaje porque así está escrito; que madre no hay más que una pero a veces es mejor perderla de vista un rato. Aprovechando el nido vacío y haciendo camino al andar (que en realidad es rodar con una gasolina que dicen que es cara pero va con descuento) llegamos a Portugal. Sí, ese país que se sitúa a nuestra izquierda mirando a los Pirineos, y que los españoles tenemos la habilidad de hacer como que no existe. Por el camino, tierra quemada de nuevo y aviones que echan agua para apagar unas brasas rebeldes que nunca debieron haberse encendido. Portugal es remanso de paz, silencio gratuito y buscado sobre todo cuando se viene del país donde el ruido es un derecho humano; es amabilidad y templanza después de pasar varias semanas acompañada de mis compatriotas que son, entrañables, queridos y añorados, pero con un punto de exaltación que me resulta cada vez más difícil de entender.

Cruzamos la raya cantando “Ay Portugal , porque te quiero tanto” cual si fuéramos de la estudiantina portuguesa y aparecemos en Orense, convencidos de que en Galicia caerá esa lluvia que tanto esperan en todas partes y que no cae porque existe el cambio climático a pesar de sus negacionistas y pensando que algo refrescará, que para eso estamos en Galicia y es verde …Sin éxito ambas cosas; aunque hemos descubierto el cañón del rio Sil, una maravilla de la naturaleza, acompañados por la banda sonora de una excursión de jubilados almerienses que gritaban y se gritaban entre ellos como si no hubiera un mañana (Ay! Portugal por qué te quiero tanto…) y descubrimos igualmente la viticultura llamada “heroica” de la Ribeira Sacra y a sus viticultores que, en cuanto se enteraron que veníamos de Bruselas, no tardaron ni medio minuto en echarnos la culpa de todos sus males.

Vuelta a Salamanca tierra mía, que cantaba aquel, que de arte y sabiduría es joya sin igual y que para llegar a ella hay que atravesar la provincia de Zamora, ahora tierra quemada, de raíces retorcidas, matorrales calcinados y árboles como radiografías. Los aviones regadera ya pasaron, y por allí transitábamos nosotros como fantasmas en una película de Buñuel, impresionados por aquel páramo ennegrecido. En la joya de arte y sabiduría, el calor consiguió atontarnos lo suficiente para no ver las antenas parabólicas y cables varios que decoran los edificios históricos y ver, eso sí, muchas novias y novios casándose, que deben de ser todos aquellos que en mayo celebraban el abandono de su soltería a grito pelado y disfraz insultante (díganme qué otro adjetivo se le puede dedicar a ir en grupo todos disfrazados de vendedores de la ONCE).

Como se hace camino al andar, e incluso al gastar gasolina, volvimos por donde habíamos venido para mezclarnos en mitad del puente con unas hordas de pasajeros desbocados en busca de su avión:” Será maravilloso volar hasta Mallorca”, que es es la canción que le pega a ese momento, aunque a mí me gusta la que decía: “no me pertenece el paisaje voy sin equipaje por la noche larga, quiero ser peregrino por los caminos de España”. Tres mil quinientos kilómetros y cinco semanas por un país despendolado, ruidoso, sediento, en llamas… Y hermoso. Y resulta que es el mío.

Concha Torres

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