Fermín González da su opinión sobre los toreros de hoy en día y los del pasado
Uno de los síntomas más inequívocos de la mediocridad de una época es el abaratamiento de los logros, y las hazañas conseguidas. Hay veces que uno repara con vergüenza, o al menos con cierto escepticismo (y ahora hablo de toros), en que los toreros, finalizando suertes o faenas, se ponen de lo más “chulo” después de haber finiquitado un toro, de esos que hoy llaman nobles y con clase, es decir un animal que no puede con el rabo, que embiste con agalbanada y plomiza fuerza, que mantiene a duras penas su cuerpo en pie. Es muy cierto, que estos toros, son de los que más abundan y salen cada tarde por toriles, y hoy no queda más remedio que soportar lo que muchos dicen “es lo que hay”; evidentemente no trato de restar méritos. Pero muchos de ellos, picados, banderilleados y muertos a estoque en presencia pública, dejan mucho que desear para ostentar el título de “toro de Lidia”. - Y el abaratamiento del argumento-, es que los toreros cosechan, grandes éxitos, cortes de orejas, salidas a hombros ante estos animales. ¡…! ¡Han cumplido con su deber, de torear lo que ellos eligieron saliera por toriles…! Sí, pero saben en su fuero interno, en lo grande de la torería, y en su conciencia de triunfador, que su hazaña no ha sido rotunda, que falto la raza, el nervio, la codicia, la vibración, lo que muchos llaman “trasmisión”. En otro tiempo les puedo asegurar, que esto se les notaba los diestros, y no eran particípes de tanta euforia y entusiasmo en la hora de los triunfos, es lo mismo que en fútbol, (disculpen la semejanza), el equipo perdedor de tres goles, se le sanciona con un penalti, y el delantero vuelve a marcar, y, se arranca a pegar saltos con inusitado frenesí… ¿Dónde está la gloria?... ¿Dónde la hazaña?
Lo malo es que este mismo temple se observa en casi todos los ámbitos de la vida, claro que no es patrimonio de la fiesta de los toros, solo que servidor se deja ir, por los derroteros del espectáculo, que más siente, y en el mismo se dan este tipo de manifestaciones, que cuando ocurren en plazas de pueblos, pues uno mira para otro lado, cuando ocurren en plazas, en las que se supone, que al menos los asistentes tienen una base de conocimiento, lo cierto es que, como digo, da cierta vergüenza ver salir en hombros, jacarandosos y autocomplacientes, por haber dado muerte a unos toros sin pujanza alguna, de triste y melancólica raza, me parece de un abaratamiento superior.
Repito que esto no es exclusivamente taurino, ahora todo el mundo saca pecho por cualquier tontería, y ahí está el abaratamiento que menciono, incluso si uno repara en la televisión que se nos ofrece, a cualquier concursante televisivo se le pregunta, que sé yo, donde nació Pizarro y le das a escoger entre Trujillo, Badajoz, o Sevilla. Tras mucha duda y hasta con una consulta, el “señor” contesta que Trujillo, con la boca pequeña; y acto seguido viene una estruendosa ovación, desde el mismo hasta sus acompañantes, porque hoy la gente se aplaude a sí misma, se hace su propaganda, se ríe sus chistes. A quien recibe un premio “porque me lo merezco”. Servidor creía que esto no llegaría a la fiesta del toro, -o al menos no quería yo reconocerlo, ahora ante tanta falta de torería y humildad en nuestras centenarias plazas- pero...
No sé. Antes -pero no hace tanto- la gente sabía lo que encerraba merito, o no, de lo dificultoso, o lo más “fácil”, incluso silenciaba o se sinceraba por los logros conquistados con poca oposición en la tarea, y no consideraba como victoria, cuando no había tenido que sacar a relucir su destreza, su saber, su maestría. No se vanagloriaban del triunfo, porque restaban importancia a la faena conseguida, y eso es una cualidad que distingue a los unos de los otros.