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Tras la verdad
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Tras la verdad

Actualizado 17/08/2022 09:21

la ciencia nada tiene que decir sobre la angustia de nuestra vida, pues excluye por principio las cuestiones más candentes para los hombres de nuestra desdichada época: las cuestiones sobre el sentido o sinsentido de la existencia humana

E. HUSSERL

No estamos indefensos ante la avalancha de desinformación de la posverdad. Aunque las mentiras son tan viejas como el lenguaje, también lo son las defensas contra ellas, sin esas defensas el lenguaje nunca podría haber evolucionado

S. PINKER

Hoy más que nunca en la sociedades tecnificadas y líquidas, entre la verdad y la mentira, la posverdad. El relativismo se ha vuelto muy dogmático y solo está dispuesto a que se transmitan sus valores postmodernos, con lo que es necesario reivindicar las verdades más elementales que están al alcance de todos. Recordamos a Ernesto Sábato, la versión integral de la realidad no es, como tantas veces se supone, el puro objeto, sino esa complejísima trama de lo objetivo y lo subjetivo que constituye la existencia. El pensar no desecha ningún planteamiento y ninguna pregunta le es ajena, llegando hasta lo más transcendente de ser.

Vivimos en un mundo en el que solo se valora la productividad, la eficacia y la rentabilidad económica, su razón instrumental amenaza los valores de los individuos y de las sociedades. Un capitalismo salvaje que quiere destruir todo lo que no es útil, también el propio pensamiento, la ocultación mora en la verdad y da paso al cálculo y la estadística. Vivimos en una banalización del pensamiento, donde la pregunta desde la perplejidad y la duda se torna secundaria, incluso molesta. Pero la pregunta, aunque no tenga respuesta, es necesaria para sobrevivir a la posverdad y, poder establecer unos criterios mínimos para distinguir lo que se debe de lo que no se debe hacer, lo que es prioritario de lo que es secundario. Quien pregunta busca, el interrogante es inquieto y necesario para no quedar atrapados en la rutina de la indiferencia.

Los positivistas que buscaban la verdad en las ciencias empíricas, se olvidaron lo que Dostoiewski denominaba la mitad superior del ser humano, ese complejo mundo de la interioridad personal. No se puede despreciar todo un inmenso mundo que a veces, las ciencias ignoran. La versión integral de la realidad no es, como tantas veces se supone, el puro objeto, sino esa complejísima trama de lo objetivo y lo subjetivo que constituye la existencia. Vivimos en una realidad global, con procesos cada vez más complejos, lo que ya se nos está haciendo inabarcables en muchos aspectos, una comprensión completa de la realidad.

No podemos olvidad, así hemos evolucionado, que los individuos rara vez piensan por sí mismos, piensan en grupo. Es lo que llamamos la intersubjetividad, nada puede considerarse objetivo si no forma parte por igual de la conciencia intencional de otros (Husserl). Ningún individuo lo sabe todo para construir una catedral, un avión o un satélite artificial. Se nos constituyó en seres humanos adaptados al medio, frente a otros Homo, el Sapiens supo adaptarse por su inteligencia social. Según avanza la historia, cada vez sabemos menos de forma general, es lo que Steven Sloman y Philip Fernbach han denominado “la ilusión del conocimiento”. La versión integral de la realidad no es, como tantas veces se supone, el puro objeto, sino esa complejísima trama de lo objetivo y lo subjetivo que constituye la existencia.

También los científicos se guían por el pensamiento grupal, un paradigma sustituye a otro en la ciencia. Estos confieren el marco de referencia conceptuales para la argumentación científica. El uso del término “paradigma” no es, sin embargo, unívoco en el célebre libro de Thomas S. Kuhn (Estructura de las revoluciones científicas –1962), como admite el mismo autor en la posdata que escribió en 1969. Kuhn reconoce dos usos muy distintos del vocablo “paradigma” en su obra: un paradigma sería la constelación de acuerdos compartidos por una comunidad de especialistas; pero, El sentido principal sería, sin embargo, el de “ejemplar compartido”.

Siguiendo a Y. N. Harari, el pensamiento liberal desarrolló una confianza inmensa en el individuo racional. Presentó a los seres humanos como agentes independientes. Por otro, el capitalismo de mercado libre cree que el cliente siempre tiene la razón y la educación liberal enseña a los estudiantes a pensar por sí mismos. Hoy sabemos, así lo han investigado los expertos en economía conductual y los psicólogos evolutivos, que el individuo se guía no tanto por análisis racionales, sino por reacciones emocionales y atajos heurísticos. Esto no solo afecta a las personas en su cotidianidad, también a políticos y dirigentes que nos administran la vida. Como nos recuerda Harari, el gran poder, es como un agujero negro que deforma el espacio que lo rodea.

Por otro lado, vivimos en un tiempo en que la verdad no importa, ni en los discursos, ni en política, ni en las redes. Entra en juego la posverdad, donde el “todo vale” está campando a sus anchas, estamos rodeados de mentiras y ficciones. Recordemos cuando las tropas rusas invadieron Crimea, Putin negaba de forma reiterativa que fueran tropas rusas, sino “grupos de autodefensa” espontáneos de nacionalistas pro-rusos. Por no citar a Trump, con sus noticias falsas o “fake news” en las redes sociales, o los negacionistas en plena pandemia. Un rápido vistazo a la historia nos muestra que la propaganda y la desinformación no son nada nuevo, han formado parte de los sistemas imperialistas y de las guerras. En el siglo XXI, en plena época del consumismo, las marcas comerciales también se basan en la ficción y las noticias falsas. La posverdad y el poder son buenos compañeros de camino.

La posverdad es lo que queda de la verdad en los tiempos posmodernos, donde se han vuelto líquidos los sólidos pilares que habían sostenido hasta entonces la identidad del individuo. Nos recordaba Gilles Lipovetsky, que la obligación ha sido reemplazada por la seducción; el bienestar se ha convertido en dios y la publicidad, en su profeta. En el ambiente se respira una aversión al deber moral y que incapacita para cualquier tipo de compromiso estable. Si la verdad fuera subjetiva, el violador, el traficante de droga y el asesino podrían estar actuando bien. Ese vacío dejado por el deber, contribuye a disolver el necesario autocontrol de los comportamientos y a promover un individualismo conflictivo.

Quiero terminar este artículo volviendo a Platón. El pensador nos recordaba que, en el asombro, uno sale de sí mismo y es capaz de situar el foco de atención en lo externo. La verdad comienza por los caminos del asombro dejándose sorprender por la cotidianidad de la existencia. El asombro se despierta desde una mirada honda, raíz de lo auténtico, que tiene que ver con esa capacidad que nos permite desvelar el interés por lo que es, la esencia más profunda de nuestra existencia. El asombro precede a la pregunta por todo lo que nos rodea: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me cabe esperar? ¿Qué es el hombre?.

En el fondo de la pregunta está la búsqueda de sentido, parte esencial de nuestro ser en el mundo, así lo recogía Platón en su Apología de Sócrates: “Una vida sin búsqueda no merece vivirse”. En estos tiempos de la posverdad no estaría mal desplegar un “conocimiento silencioso”, un conocimiento que no es representación, sino realización de la verdadera naturaleza de la existencia. Es un conocimiento que sume toda la larga tradición de experiencia fronteriza tan propia de la mística (T. Guardans)

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