El 40,8 por ciento de los contratos de empresas de trabajo temporal durante el inicio de la campaña de verano los firmaron jóvenes de entre 16 y 29 años
Hay un pacto implícito que los estudiantes aceptan desde las primeras etapas del proceso formativo, en el colegio: estudias, luego durante el verano descansas. Sin embargo, a medida que se acercan a la mayoría de edad y aunque continúen formándose, muchos chocan con que las cláusulas del contrato han cambiado. Toca esforzarse en las clases durante el curso académico y después seguir con el esfuerzo en la época estival para poder continuar cualificándose. Esto se refleja en los datos del Ministerio de Trabajo y Economía Social: en mayo, mes en el que empieza a prepararse la campaña de verano, el 40,8 por ciento de los contratados por empresas de trabajo temporal fueron jóvenes de entre 16 y 29 años.
Alonso Fernández tenía 17 años cuando comenzó a trabajar en un bar en verano para “probar la experiencia laboral” y conseguir “un colchón económico que poder usar cuando termine la carrera”. Ahora tiene 21, estudia Periodismo y ha extendido su calendario laboral al año completo, tiene contrato indefinido como teleoperador y compagina su mañana en la facultad con seis horas por la tarde durante las que atiende llamadas. Estudia por las noches y en los fines de semana, la mitad de sus días libres se van en los periodos de exámenes.
Forma parte del 8,63 por ciento de los menores de treinta años que accedieron a contratación indefinida durante 2021, según el Observatorio de las Ocupaciones del SEPE. La temporalidad es cualidad del otro 91,37 por ciento, que o bien la busca en épocas libres de responsabilidades académicas, o bien no puede acceder a un trabajo con garantías de estabilidad. Es el caso de María González, de 21, que lleva años encadenando horas sueltas como profesora particular, canguro, monitora de eventos, de campamentos y de programas de conciliación familiar en colegios. Su contrato más largo ha durado nueve meses pero para acceder a él ha tenido que salir de España con un convenio universitario para ser profesora auxiliar en París.
A esta lista interminable se suma su nueva adquisición veraniega, un puesto como cajera y reponedora en una cadena de supermercados. Ha estudiado Magisterio y aunque comenzó a trabajar con 19 para “ser útil”, ahora tiene claro el destino de sus ahorros: poder cursar en septiembre la mención en Educación Física y un grado superior de Técnico de Educación Infantil. Sabe que si no lo hiciera sus padres podrían cubrir alguna de las matrículas bajo el mantra “para estudiar se saca el dinero de donde haga falta”, pero a ella no le hubiera gustado que “invirtiesen tanto dinero”. También está motivada por la precariedad que prevé. “Como maestra no sabes muy bien dónde vas a estar y si me llaman para hacer una sustitución quiero tener dinero ahorrado”.
Sara Bouichou tiene pensado financiar su especialización en Traducción Jurídica con su trabajo de dependienta en un establecimiento de comida preparada. Lo consiguió en junio, mientras terminaba el último año de carrera. “Y también si me sobra dinero me gustaría comprarme un ordenador para poder empezar a trabajar de lo que yo he estudiado, que es a lo que realmente yo me quiero dedicar”. Ella, como María y Alonso, encaja en el prototipo de sector al que se dedican los jóvenes españoles, el 70,84 por ciento de ellos lo hacen en el sector servicios según los datos del SEPE de 2021.
Todos coinciden en los problemas de comenzar a trabajar cuando otros estrenan sus vacaciones: perder tiempo con familia y amigos, la imposibilidad de viajar o no tener tiempo de descanso. También sacan lecciones de entrar al mundo laboral desde jóvenes que María cree que sabrá aplicar en el futuro. “Al principio me daba mucha vergüenza pedir dinero por las clases particulares. Es algo que me gusta, es mi oficio, decía: no quiero pedir mucho. Con el tiempo he ido valorando que es mi esfuerzo y mi tiempo”. También ha aprendido a enfrentarse a conversaciones “más serias” con sus jefes o los padres de los niños y a trabajar en equipo “con personas que no son tus amigos y la mayoría ni tienen tu edad”.
Para Sara, lo mejor es dejar de depender económicamente de sus padres, ganar experiencia y madurar. Alonso destaca que gracias al trabajo, ha aprendido “responsabilidades que para un futuro laboral son muy importantes” y entendido “lo que significa depender de ti económicamente”. Aunque también se ha “desengañado un poco” en lo que respecta al mercado laboral en España. “Vas un poco curado de espanto cuando salgas de la Universidad. Muchos jóvenes se llevan una decepción cuando salen y se dan de bruces con que no van a encontrar un trabajo muy bien remunerado en base a sus estudios y van a tener que conformarse durante un periodo de tiempo con un trabajo que no se corresponde con lo que ha estudiado”.