El verano en el que aún estamos, el de 2022, será una fecha que pasará a la historia de nuestro planeta Tierra. Quedará como marca del final de las ingenuidades, de las dudas y de los negacionismos de mala fe, o simplemente de temor desbocado, no queriendo mirar lo que acaba de suceder delante de nuestras narices.
Quizás a los que hablamos de lo que todo el mundo ha visto y sufrido en este interminable verano nos llamen catastrofistas, por hablar de la catástrofe vivida. Pero a los que se callen, y sobre todo a los que no sean partidarios de poner en acción todas las medidas posibles para evitar el colapso total habrá que llamarles imbéciles ( como una parte de la prensa les está ya llamando) o deseosos de la extinción de la vida sobre la tierra.
En España los aproximadamente 7000 incendios forestales ocurridos durante lo que va del presente año, suman cerca de 250.000 hectáreas calcinadas; esta cifra representa el 40% de toda la superficie quemada en Europa en el mismo período.
La catástrofe se ha extendido por todos los países europeos mediterráneos, pero no solo en el número de incendios, sino también en la sequía que sufrimos y bajo las altas y atípicas temperaturas que desde junio hemos vivido en la mayor parte del continente europeo.
En nuestro país es difícil que algún ciudadano no haya presenciado más cerca o más lejos algún incendio destructor, o haya evitado sufrir las altas temperaturas diurnas o nocturnas en algún momento de este largo y excepcional verano. Y como si el destino estuviera jugando con nosotros, europeos, con humor negro, el peor verano en cuanto a calor que hemos conocido ha coincidido con medidas de ahorro de energía derivadas de la guerra de Rusia contra Ucrania. Las sanciones europeas a Rusia como país agresor, se han vuelto como un boomerang contra la misma Europa, y sobre todo contra Alemania, que se ha quedado sin el gas que le vendía Rusia.
¡Mala conjunción para todo el planeta que a una situación de emergencia climática se una otra guerra en Europa, además de las que siguen aún en Oriente Medio!¡ Mala “suerte” que ni siquiera hayamos podido festejar el final de una de las peores pandemias que ha sufrido la Humanidad, después de dos años de muertes, contagios, lucha y relativa victoria! No lo podemos negar: nos hemos ido de vacaciones, deseosos y necesitados de un disfrute aplazado durante dos años, pero con el miedo aún en el cuerpo. No tanto ya por el Covid 19, sino sobre todo por los fenómenos climáticos que en gran parte han decidido las vacaciones y por las consecuencias de una guerra demasiado compleja en su origen, que no es el objetivo de este artículo entender sus causas.
Este presente, este verano del 2022, es uno de esos negros momentos de la humanidad en los que la mayor y única plegaria que nos sale del alma a la mayoría es “¡Virgencita, que me quede como estoy!”.
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