Tener hijos es fácil. Se trata de un proceso sencillo, para el que no se necesita formación. Nuestro propio cuerpo ya desde sus edades primeras nos va a avisando y preparando para ello. De hecho, la evolución del ser humano ha continuado gracias a esta acción, que hasta ahora ha necesitado de la intervención de un hombre y una mujer (sí, hasta ahora). Hay muchas expresiones para nombrar ese acto sencillo y prehistórico y en general nos referimos a él con la palabra general de “sexo” y con una forma más cursi “hacer el amor”. También hay otras formas más groseras o grotescas para referirnos a eso, que no voy a nombrar por pudor. Pero lo cierto es que ese acto sencillo está al alcance de cualquiera, incluso del más tonto. Es verdad que hay personas que convierten un sencillo acto en un arte auténtico, pero no es ese el tema sobre el que quiero disertar. Realizar ese acto sin medidas preventivas, puede llevar consigo el fabuloso milagro de la vida nueva a través de la unión entre un óvulo y un espermatozoide, ¡casi nada! Y esto, desde los tiempos de Cromagnón, Neardental y demás. Es decir, desde los tiempos en los que éramos primates sin complejos, no como ahora, que seguimos siendo primates con ropa de Zara, teléfono móvil en una mano y una hipoteca en la otra.
La madre naturaleza, sabia ella, prepara tu cuerpo para esta posibilidad. Pero una cosa es eso y otra el ser padre y madre. ¡Ay, ser papis! Eso es mucho, muchísimo más difícil que el simple acto para tener un niño, al alcance de cualquiera. Lo de ser padres y madres es ya para toda la vida y requiere conocimientos y formación continua, esfuerzo y dedicación, es decir, aptitud y actitud. Y ahí es donde tenemos el desafío: no es lo mismo tener hijos que ser padres.
Ciertamente, me atrevo a aventurar una hipótesis que vengo hace tiempo rumiando: estamos ante una generación de niños y niñas muy blanditos porque hay papis y mamis muy blandiblup. Esta afirmación necesitaría mucha tinta para explicarla, pero en este pequeño artículo solo dejaré algunos apuntes.
Niños y niñas que no quieren salir de su zona de comodidad, de su burbuja. Niños y niñas que prefieren estar con un móvil y una tablet a las relaciones directas y reales con otros iguales. Niños y niñas incapaces de soportar un límite, una orden clara de un adulto….porque enseguida se enfadan o se ponen a llorar. Al final, tenemos niños y niñas que no tienen herramientas para gestionar un conflicto o sus propias emociones. Sus padres siempre se adelantan a satisfacer lo que el niño o niña necesita y se lo dan sin esfuerzo, sin diálogo y sin contraste.
Niños y niñas que no saben comer de todo y comen de casi nada. Siempre a caprichín o a la carta, que no valoran el pan de cada día ni el esfuerzo de quien se lo prepara.
Niños y niñas que no saben pronunciar la palabra “Gracias”, ni “Lo siento” y que son pequeños tiranos que mandan y deciden.
Niños y niñas que no saben hacer casi nada por sí mismos y que necesitan continuamente al papi o la mami para hacérselo. Obviamente, todo va en progresión según las edades y circunstancias.
Niños y niñas que no viven el valor del esfuerzo, el trabajo y la dedicación constante a algo. Que hacen lo mínimo. A los que no se les puede reñir ni cuestionar. Que en cuanto el profesor les llama la atención, van sus papis a ver por qué se ha reñido a su hijito, tan inocente y angelical.
Niños y niñas que tienen actitudes racistas y machistas. Que no respetan al que es distinto. Que se dirigen a los inmigrantes de forma despectiva. Que tienen muy marcados el rol de hombres y mujeres. Que funcionan dando tortas o insultando cuando algo no es de su agrado. ¿De quién habrán aprendido eso?
Niños o niñas que admiran a youtubers, blogueros, tiktokers y futbolistas con gorra de medio lado. Que quieren ser como ellos: guapos, ricos y famosos. Y que se miran a sí mismos y no se gustan: no les gusta su cuerpo, su cara, su vida…. Niños con problemas mentales, frágiles, con la autoestima por los suelos….con miedos a casi todo….
Al final, niños y niñas con hambre de ser escuchados y queridos. Con hambre de ser valorados. Los papis, llenando de cosas a los pequeños pero escaseando a veces de abrazos y besos y tiempo para la escucha y el juego. Quizá reñimos demasiado, gritamos demasiado y menos veces valoramos, damos las gracias o motivamos. Quizá queremos suplir nuestras carencias como papis, nuestra falta de tiempo y de dedicación, con cosas y más cosas. ¡El arte de dar autonomía y de acompañarla, de poner límites y de abrazar, de corregir y de decir “te quiero”, de dar lo necesario y quitar lo que sobra, de ejercer la autoridad y de reir juntos a carcajada!
La tarea de ser padres y madres es también tarea en “equipo” (cuando es posible). Pero si el niño o la niña tienen papi y mami, éstos deben ser del mismo equipo. Y eso implica diálogo constante, confrontación, escucha activa, discusión y toma de decisiones compartida. A veces (solo a veces), parece que uno de los dos ha hecho su donación genética y la educación es cosa de la otra o del otro. Si no se da esta tarea conjunta es como si en alta mar, uno va achicando agua y el otro va haciendo agujeros en la barca.
Ser padres y madres es tarea difícil, pero preciosa y apasionante. Tener un hijo está chupao (lo puede hacer cualquiera y a las pruebas comprobatorias por la observación se puede constatar). Pero ojo, que al final, puede que venga una generación muy blandita, tan blandita como aquel blandiblup con el que jugábamos antaño. ¿Tendrán los papis y mamis algo que ver con semejante horizonte?
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