, 22 de diciembre de 2024
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Andrés, 36 años como quiosquero en Salamanca: “Los clientes ya son amigos, vienen para todo”
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EN GARRIDO

Andrés, 36 años como quiosquero en Salamanca: “Los clientes ya son amigos, vienen para todo”

Actualizado 27/07/2022 22:32
Vanesa Martins

Lleva toda la vida regentando el quiosco que se encuentra en la Glorieta doña Urraca con la Avenida Federico Anaya y, a punto de dejarlo, “me da no sé qué”

Andrés Sotelo llegó a Salamanca desde su pueblo con 26 años y desde entonces lleva regentando el quiosco que se encuentra en el cruce entre la Avenida Federico de Anaya y la Glorieta de doña Urraca. “Cuando llegué yo era un chaval de 26 años al que le salió la oportunidad de trabajar en el quisco y lo cogí”, cuenta a este medio de comunicación.

Ahora tiene 62 y a tan solo un año de jubilarse, emocionado y casi con lágrimas en los ojos, cuenta que lleva toda la vida en este quiosco, al que ha visto cambiar y reformarse en varias ocasiones. “Cuando llevaba tres años quité ese y puse otro más grande” para hacer frente a la demanda que había en ese momento. “Tantos años después, todavía tengo el primero guardado por los recuerdos que me trae y el cariño que le cogí”, explica visiblemente emocionado. En el año 2002 cambió de nuevo al que actualmente existe, más grande y con más capacidad.

Sin embargo, no todo ha sido un camino de rosas. Hace unos años sufrió un accidente por el que tuvo que dejar el quiosco. Lo regentó otra persona y, cuando falleció, volvió a manos de Andrés. Hasta ahora, que día tras día sigue regalando sonrisas, y vendiendo diferentes productos, a los clientes de toda la vida.

En un año se jubila y él mismo dice que le da “no sé qué” dejarlo. No solo por lo que ha construido durante toda su vida, sino por todo lo que va más allá de vender una revista o un paquete de gominolas. “La gente ya me conoce, es la de siempre. Viene uno, viene otro, te piden favores, charlan contigo y es eso una alegría que nadie me quita”.

Pero los tiempos cambian y cada vez hay menos quiscos. “Esto cada vez va a menos, vendemos cuatro revistas y poco más. He pasado de no saber dónde poner las cosas porque no tenía sitio a que me sobre sitio”.

Recuerda con una sonrisa las largas colas de niños que se formaban a mediodía, cuando tenían clase por la tarde, e iban a comprar gominolas. “Teníamos que estar mi mujer y yo porque no dábamos abasto. Venían con cinco pesetas pidiéndonos cinco gominolas para esa tarde”. Ahora sigue comprado la gente “de toda la vida”, aunque también viene gente joven, pero “más a por tabaco, alguna que otra bolsa o alguna bebida”

Pero todavía le quedan varios meses por delante hasta despedirse del quiosco, meses en los que seguirá vendiendo revistas y gominolas, charlando con clientes que ya son amigos y viendo cada día, como gracias a personas como él, todavía quedan quioscos en diferentes puntos de la ciudad.