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Historia sagrada
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Historia sagrada

Actualizado 25/07/2022 22:24
Charo Alonso

Entre las páginas frágiles del misal de mi abuela reposan los recordatorios de comunión de niños grandes, los oscuros heraldos de la muerte de los seres queridos y las delicadas estampas de la historia sagrada que se hacían vida cotidiana con su pincelada costumbrista, su sentencia breve, su imaginería ingenua y delicada. Cae de un libro de segunda mano el dibujo delicioso de una mujer en pos del cordero “Piedad, divina pastora, que soy la oveja perdida” y reposa en el correr de los tiempos una forma de fervor cercana e infantil, trémula y limpia como un salto de agua entre las piedras. Es el rumor de un tiempo pasado, pueblerino, sencillo, sin preguntas, de fiesta de pueblo y traje colorido, de procesión y Misa a Santa Ana, la madre de la Virgen niña que se inclina a leer la historia edificante en el regazo donde se abre el libro.

Son los tiempos de aquellos tomos de Bruguera con la historia contada en forma de cómic que desgranaban las aventuras de la literatura juvenil, los relatos de Lourdes y Fátima, la pasión romana de “Quo vadis?” o la más cercana de Fabiola. Eran los libros del desván de las casas de pueblo que hemos vivido en veranos tórridos de lecturas en las horas de la siesta de cuyas páginas caían las estampitas coloridas de los niños que siguen al ángel de la guarda; las Marías que acunan al niño con la corona de espinas. Láminas de colores vivos que las abuelas ponían en las alcobas de profunda intimidad, sobre la cama en la estancia como celda de monje. Casas habitadas en el silencio del verano, ocultas a la luz, muro grueso que nos protegía de la intemperie por la señal de la Santa Cruz. Eran los años de la lectura del Corazón de Edmundo d´Amicis, de los tomos delicados de la historia sagrada, misal cerrado, recuerdos de un tiempo pasado que la tradición guarda hasta el día de la fiesta.

Y es María, mi compañera de trabajo de Candelario la que me recuerda por Santa Ana e olor a incienso de la historia cercana de madres y abuelas, niños entregados al regazo de las fiestas patronales, bordada tradición sobre el lienzo de los tiempos. Y lejos del fuego, de la modernidad dolorosa, del trabajo fuera del pueblo, María niña sigue leyendo la historia edificante en el regazo de Santa Ana. San Joaquín y Santa Ana, los niños de fiesta, la calle engalanada, el mantel bordado de mi madre en el cajón donde se guarda la mantilla de ir a misa, atravesada como un corazón de Jesús con el alfiler que luce una perla y que nunca le vi puesta. Divina Pastora. Agosto es el mes de la fiesta que estrena un fervor que arde, y es el calor el gusto del sudor de la patrona, el recién llegado, la casa abierta. Abuelos en el paso de las páginas amarillentas de un misal olvidado, estampas de un tiempo pasado que caen entre mis dedos. El pueblo que celebra el fin de la cosecha si aún no se han quemado sus campos y sus huecos, y el libro que se abre, celebración de lo eterno.

Charo Alonso. Fotografía de María del Castañar García Aliseda

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