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En Rolls-Royce, por la calzada romana
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En Rolls-Royce, por la calzada romana

Actualizado 25/07/2022 00:14
Francisco López Celador

Superada la etapa de la escasez y los sacrificios, consecuencia de nuestra guerra civil, España comenzó a despegar intentando mejorar aquellas infraestructuras que denunciaban un claro retraso con los países de nuestro entorno. Antes de la llegada de la democracia, y dentro de nuestras escasas posibilidades, ya se dieron los primeros pasos, alguno de los cuales sigue hoy contribuyendo a la mejora de nuestro bienestar. Sin embargo, el verdadero despegue se inició en la década de los 80, uniendo nuestros recursos a los de la Unión Europea. Con luces y sombras, hemos llegado a la situación actual.

Dice el refrán que en todos los sitios cuecen habas. Puede que sea demasiado simplista, pero tengo la impresión que aquí se cuecen muchas más. Por ser maximalistas, los españoles empleamos demasiado el papel de fumar. Dada nuestra escasez de recursos energéticos accesibles, siguiendo el ejemplo de los países más desarrollados de nuestro entorno, España construyó sus primeras centrales nucleares en la década de los 60, hasta completar siete reactores. Nunca llegamos a ser autosuficientes. Centrales hidroeléctricas, térmicas y nucleares no bastaban para dotar de energía a nuestra industria en clara expansión. Tampoco acababa de solucionar nuestro problema el uso de energías alternativas. Como a tantas otras naciones que carecen de ellos, tuvimos que invertir demasiados fondos para importar combustibles y electricidad..

Democracias más asentadas que la nuestra comprobaron que la energía procedente de las centrales nucleares era mucho más rentable que las demás y no tuvieron inconveniente en utilizarla. Por razones simplemente geográficas, nuestras centrales están tan próximas a Francia, como lo están las suyas de nosotros. Allí y aquí hay políticos y ciudadanos de a pie con ideas de izquierda y derecha. Mientras los franceses, para no perder competitividad con el resto del mundo, se afanaron en aumentar su número, aquí comenzó la caza de brujas apelando a la peligrosidad de esas instalaciones, mucho antes del accidente de Chernóbil. Desde juego, no existe ningún fanático capaz de negar la peligrosidad de la energía nuclear. Conocedora de ese peligro, la sociedad se ha encargado de establecer una serie de medidas que hagan muy difícil el accidente. De hecho, la mayoría de ellos han sido originados por el incumplimiento, o la negligencia, de alguna de ellas. Analizadas ventajas e inconvenientes, han estado funcionando esas centrales – y continúan construyéndose en la actualidad- con unos rendimientos fuera de toda duda.

Por desgracia, no pocos de los procedimientos que emplea el ser humano para aumentar su bienestar llevan intrínseco algún grado de peligrosidad. El tráfico aéreo y terrestre, las herramientas de los diferentes sectores de la industria, o alguno de los procedimientos empleados para la transformación de componentes, están de actualidad por los accidentes con víctimas que ocasionan, con más frecuencia de la esperada. No por ello la sociedad decide dejar de emplear alguno. Sin embargo, la bandera contra las centrales nucleares ha sido enarbolada por la izquierda y no cesará en su empeño, porque es lo que marca su hoja de ruta. En España ya se ha cerrado alguna y, desde entonces, debemos importar energía eléctrica de Francia, procedente de sus nucleares. Hasta las denostadas centrales térmicas, están volviendo a ponerse en funcionamiento porque, de momento, es una forma de subsistir Los españoles seguimos siendo diferentes.

Cambiemos de tercio. Un nuevo banderín de enganche al que se apunta buena parte de los partidos de izquierda es un desmedido amor por los animales, hasta el extremo de sobreponerlo, en algunos casos, al de las personas. Como consecuencia de una mal entendida ideología animalista, estamos asistiendo a verdaderos despropósitos. Desde que este mundo está habitado por personas, buena parte de animales y plantas han constituido la base de su alimentación. Aquello que la naturaleza ha proporcionado durante millones de años, no puede ser todo contraproducente. Es cierto que se deberá favorecer lo que, siendo imprescindible, corra peligro de desaparecer. Ahí están las campañas para mejorar el medio ambiente, acabar con los graves trastornos que sufren nuestros mares por el mal uso de los plásticos y nuestros montes por incendios -fortuitos e intencionados-, o las normas para la salvaguarda de especies en peligro de extinción.

Pues bien, para algunos partidos políticos tiene más importancia, por ejemplo, declarar al lobo especie protegida que hacerlo con los fetos humanos. Y no estoy hablando de las creencias religiosas de cada uno –cuya libertad está reconocida en nuestras leyes-, me refiero a lo que mi madre definía como tener mala entraña. Estamos en una región duramente castigada por los ataques del lobo a la cabaña ganadera y, sin embargo, por “sostenella y no enmendalla”, se tiene más consideración con el lobo que con ganaderos, agricultores o cazadores Igual que el jabalí ya ha invadido los espacios urbanos, no tardaremos en padecer algún ataque del lobo a personas. Los encargados de proteger estas especies no parecen mostrar la misma obstinación a la hora de velar por un rápido abono de las indemnizaciones, muchas veces injustas. Conseguidas las primeras reivindicaciones, ya hay políticos que nos dicen qué alimentos podemos, o no, consumir; qué partidos debemos, o no, votar; incluso a qué medios de comunicación debemos, o no, prestar atención. A este paso, lo próximo será establecer por ley la prohibición de pensar distinto que el gobierno. ¿O ya está en vigor?

Una política viciada por la retórica y por un falso progresismo hace que se olviden los verdaderos problemas y peligros para tratar de afianzar una imagen artificial. El tsunami que ha trastornado los cimientos del actual PSOE, ha puesto a Sánchez en el disparadero. Ya se permite el lujo de llevar la contraria a Bruselas en muchos de los aspectos que le ponen en entredicho. Ni se da por enterado con la obligatoriedad de velar por la independencia del Poder Judicial, ni está dispuesto a apretarse el cinturón en el gasto, cuando las circunstancias más lo aconsejan. Intenta lavar su imagen acudiendo a inauguraciones de trenes rápidos que no lo son; a calamidades que siempre son responsabilidad del cambio climático -aunque haga uso de un exagerado e innecesario despliegue de medios de transporte- y, a ser posible, resguardado tras la presencia del Rey para evitar su rechazo. Todo por la foto.

Algo muy serio está amenazando las perspectivas de Sánchez para que haya acabado de quitarse la careta. La subida de precios, la inflación, el paro, el lobo, el campo, la industria, los animales y las personas, le importan un comino. Para no apearse del burro, está dispuesto a subirse en un Rolls-Royce, aunque tenga que desplazarse por una calzada romana.

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