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Cuando un bosque se quema...
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Cuando un bosque se quema...

Actualizado 25/07/2022 00:16
Concha Torres

En los años de la España en blanco y negro, un simpático conejito guardabosques de nombre Fidel, anunciaba en la televisión los peligros que acechaban al bosque y demás dehesas con una frase sencilla y clara (los genios de la publicidad se extinguieron en los ochenta, definitivamente): “cuando un bosque se quema, algo tuyo se quema”. Yo no era entonces lo suficientemente mayor para comprobar si la campaña publicitaria era eficaz o no; pero ahora sí soy lo suficientemente vieja para darme cuenta de lo bien hecho que estaba el anuncio, porque la frasecita me acompaña desde entonces y, claro que sí, cuando un bosque se quema, me duele como si fuera de mi propiedad.

Y en estos días, maldita sea, se está quemando un bosque que es mío, por salmantina que soy a pesar de los treinta años de expatriación. En esos montes de la sierra de Francia han transcurrido muchos años de mi niñez, y no pocos de mi primera juventud. Por aquellas laderas he correteado, recogido castañas para asarlas, subido y bajado cortafuegos y dormido a la luz de las estrellas, cosas que ahora las tiene que publicitar una agencia de viajes pero que a nosotros nos las daban gratis unos padres enamorados de lo mejor que tiene la provincia. Al monasterio de las Batuecas (como a tantos otros sitios) llegué hace mil años de la mano de mi padre que estaba fascinado por el lugar y por aquellos monjes que hacían voto de silencio; supongo que compartir su vida con cuatro mujeres en casa le hacía especialmente receptivo a las bondades del mutismo. En los regatos y riachuelos de aquellos montes me bañé muchos veranos de campamento en unas aguas gélidas que te cortaban la respiración al entrar y te tonificaban hasta el pensamiento; recogí piñas para adornar el Belén navideño y comí el mejor cabrito asado acompañado de sus correspondientes pamplinas; y más adelante, superado el síndrome de Peter Pan que reconozco padecer, he compartido con mis seres queridos y con cuantos han querido acompañarme, las bondades de esa sierra llamada “de Francia” porque franceses fueron sus repobladores allá por el 1200, pequeño detalle que si no fuera por la Wikipedia nadie se molestaría en saber y contar.

Salmantinos a quienes nos han quitado los trenes, las aceras para caminar que son simplemente una sucesión de terrazas sin sentido y sin clientes; el centro de excelencia en la enseñanza del español, lengua que algunos amamos de forma desmedida y que ilustres paisanos enseñaron y aun a día de hoy enseñan y cuidan como nadie más en España. Nos han quitado la tranquilidad de las noches de primavera, invadidos por solteros y solteras que festejan el dejar de serlo y han secuestrado a la Plaza Mayor, pobrecita ella, convertida en verbena permanente con escenario más de poner que de quitar, y tunos que no se callan ni debajo del agua. Ahora, además, el fuego (y la mano que lo alimenta o que no lo impide) nos ha quitado un buen trozo de nuestro pulmón verde, que va a ser tierra quemada durante unos cuantos años en los que, esperemos, no haya un listo que se dedique a comprar terrenos para hacer adosados, hoteles con desencanto o aberraciones similares. El despoblado en el que se está convirtiendo esta provincia va a ser un erial y ya no estará Raimundo de Borgoña al quite para remediarlo y enviarnos otra panda de franceses que se aposenten en un lugar al que ya ni los turistas van a tener ganas de ir. Un día de estos vendrá un jeque árabe y se llevará la fachada de la Universidad desmontada a trozos para reconstruirla en Abu Dabi, y alquilarán el patio de Escuelas para bodas y banquetes. Lo único que espero es que mis ojos no tengan que contemplarlo.

Y sí, cuando un bosque se quema algo tuyo se quema, como bien aprendí yo de los anuncios del conejito Fidel. Y a mí se me ha quemado la sierra de Francia a fuego lento y sin piedad y, lo que es peor, sin manera de apagarlo, porque parece ser que lo de extinguir incendios es cosa baladí y sin importancia presupuestaria. Como diría aquel, manda h…

Concha Torres.

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