Viernes, 26 de abril de 2024
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La nación en estado
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La nación en estado

Actualizado 18/07/2022 09:05
Francisco López Celador

Cuando usamos la expresión “estar en estado” sin añadir adjetivos, aunque no sea muy empleada, estamos refiriéndonos, generalmente, a una mujer embarazada. En ese caso, pasados los primeros momentos de haber conocido la noticia, todo el mundo admite que comienza una etapa en la que deben tomarse precauciones, si no se quiere correr riesgos.

Pedro Sánchez acaba de asistir, como presidente, a su primer Debate sobre el Estado de la Nación, que ha servido para acabar de confirmar las sospechas de quienes nos temíamos lo peor. En estas páginas, más de una vez he manifestado mi convencimiento de que Pedro Sánchez no es socialista, si entendemos como tal al político adscrito a la actual corriente socialdemócrata, tan extendida en países que se tienen por demócratas. Es cierto que hay gobiernos tan populistas y radicales como el nuestro, pero nunca han engañado a su pueblo antes de acceder al poder. Esos votantes, abducidos por consignas oxidadas y nefastas, sabían lo que querían y, a pesar de las graves consecuencias de su decisión, querían afrontar el experimento. Ahí están los ejemplos de naciones sudamericanas que eligen a gobernantes formados en la escuela marxista bolivariana y acaban convirtiéndolas en verdaderos polvorines de la subversión, la dictadura, la miseria y el derramamiento de sangre.

Nuestra verdadera desgracia es que Pedro Sánchez llegó al poder bajo la bandera de un PSOE -bien es verdad que en claro declive desde que se destapó la vergonzosa corrupción en Andalucía y la posterior llegada del inepto Zapatero- que había guardado las formas respetando el espíritu que alumbró a los gestores de nuestra Constitución y establecido una barrera con quienes nunca admitieron ese consenso, y aún siguen esperando aquella ruptura de la que aún no han renunciado. Sánchez ha venido a dar al traste con el régimen del 78, para volver al del 31. Y ahora se permite el lujo de hacerlo a cara descubierta.

Terminado el debate, la primera impresión que me asalta es que el estado de nuestra nación es el embarazo, pero ese que los médicos llaman ectópico y los profanos llamamos extrauterino. No soy médico, pero no es difícil interpretar los textos. Nuestro embarazo necesita urgentemente el tratamiento adecuado, porque es algo que no permite hacer la vista gorda. La hemorragia es segura y la probabilidad de muerte de la embarazada muy alta. Confirmado el problema mediante ecografía, conviene actuar rápidamente para disolverlo. Si se deja aumentar, habrá que intervenir para extirparlo.

Acabamos de comprobar que, para Sánchez, es más importante mantener su sintonía con quienes le facilitan su continuidad en el poder que intentar solucionar los gravísimos problemas que amenazan nuestra estabilidad. Antes de nada, hay que garantizar la continuidad de la legislatura hasta las próximas elecciones generales y para ello habrá que sobrepasar todas las líneas rojas que establece la democracia.

Los que con más osadía que conocimientos nos atrevemos a opinar en política, solemos simplificar las ideas. Así, por ejemplo, afirmamos que el termómetro que mide nuestro grado de democracia juega con dos parámetros: las libertades y el grado de bienestar. Se podrán citar más, pero siempre serán ramificaciones de estos dos. En la España de Sánchez prevalece una diaria contienda que asegure los apoyos mutuos necesarios para que unos gobiernen y otros se cobren esos apoyos en especie. Poco importa cuál sea la dura realidad. No se gobierna para la colectividad; se trata, simplemente, de machacar a quien no piense lo mismo.

En el reciente debate no se ha profundizado en las razones de nuestra verdadera situación. El gobierno se ha disfrazado con el uniforme de Robin Hood y ha montado otra cabalgata de Reyes para repartir a los niños unos caramelos envenenados. En el nuevo coliseo romano que es nuestro Congreso, el emperador ha dirigido para abajo su pulgar y pretende condenar a muerte a dos musculados gladiadores: la Banca y las industrias energéticas. Para ellos decreta un nuevo latigazo, amenazando cualquier intento de protegerse con su escudo. Como si fuéramos un rebaño de incautos, la ministra de hacienda tiene la fórmula para que los impuestos que se apliquen a bancos e industrias energéticas no repercutan, como siempre, en el sufrido contribuyente. Por mucho que aplauda la plebe, esa letanía ya no vale. Lo que sí va a misa es que, si algún día se hace realidad, las arcas del Estado verán aumentar sus reservas para cumplir las palabras dadas a los que aseguran la continuidad de unos y otros. Conviene recordar que la política es, ante todo, economía.

La otra medida de nuestra democracia, la libertad, pende como espada de Damocles sobre la cabeza de Sánchez. El título VI de nuestra Constitución deja bien clara la función e independencia del Poder Judicial. Tan clara que en poco espacio de tiempo ha tumbado alguno de sus decretos. Con Sánchez no cuenta la razón sino la artimaña. En contra de lo que dictamina esa Constitución, ha sacado de la manga una burda disculpa para conseguir acabar con esa independencia. No está dispuesto a sufrir un nuevo revés y pretende colocar en el Tribunal Constitucional los elementos necesarios para alterar la actual mayoría que no comulga con las intromisiones del ejecutivo. La cosa es tan descarada que la Comisión Europea “sigue de cerca” los intentos de modificar la fórmula de cubrir las vacantes del CGPJ. Llega, incluso, a amenazar a nuestro gobierno con sanciones económicas si persiste en su empeño. No estamos como para que hipotequen parte de los fondos adjudicados por la Comisión para nuestra recuperación económica.

No está tan lejana la espantada de Zapatero, cuando descubrió que nuestra economía no estaba en la Champions, más bien habíamos descendido a segunda. Dejó España convertida en un solar. Sánchez va por el mismo camino. El embarazo extrauterino es cada vez más notorio y no se aprecian medidas apropiadas para evitar el fatal desenlace. Hará cualquier cosa menos dar marcha atrás. No es socialdemócrata; ha ocupado el espacio artificial que había creado Iglesias a su izquierda, porque ha sido la única fórmula que le ha garantizado su exagerado ego. ¿Hay algo más ruin que pactar con los responsables del asesinato de compañeros y con los que dieron un golpe de estado y están dispuestos a repetirlo? Si España se muere, que la entierren. Mientras tanto, ya encontrará algo que proteja sus espaldas.

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