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Los niños de las mochilas
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Los niños de las mochilas

Actualizado 11/07/2022 14:36
Charo Alonso

En el frescor recién estrenado de la mañana, salen los niños de las mochilitas a la espalda al campamento de verano, con su leve peso de bocadillo y bañador, salpicados de sueño y de alegría. Es el horario laboral de los padres que dejan a la puerta la prisa del trabajo, la esperanza de que se diviertan, el olor a cloro de una piscina donde refrescar la mañana. La tarde tiene persiana a medio cerrar, piso recién fregado para que esté fresco y postre de helado. La casa del pueblo, profunda y de gruesas paredes, está al alcance de quienes siguen teniendo abuelos de campo y tiempo de siega. El horizonte se mueve con el calor de la siesta, arde el asfalto y el coche quema. Son días de verano, de nevera en el maletero, de viaje que acaba demasiado pronto, de playa tan lejana que no da tiempo ni a mojarse los pies de la posibilidad bendita de unos días.

A la puerta del colegio, mediado septiembre, el ruido de las rueditas acuna la llegada de los niños. La mochila de mis alumnos en el instituto cae hasta más allá de la espalda, con desgana, como si no tuviera peso. El día que vi a un alumno de primero arrastrando las rueditas de su mochila de cole a la puerta del centro supe que estaba todo perdido… tan tiernos, tan pequeños, tan temerosos o deseosos de llegar a la secundaria. En la puerta de la facultad, hay una funda de Tablet, una bolsa con el portátil que apenas pesa. La carpeta donde se amontonan las hojas y las bolsitas de plástico se abre para dejar de tomar apuntes, enchufar el cable y abismarse en el vacío mientras habla un profesor que no sabe si alguien le escucha al otro lado de la pantalla. Y en la pizarra, palabras e imágenes que sustituyen a la tiza que cubría las paredes infinitas de las aulas de ciencias. Es el paso de los años que no pesan, nada que pase, nada que pese decía Valñery en un poema ligero como la bebida fría al son que más calienta.

Hace calor, el verano se estira como un animal palpitante, denso, pesado e irritable. En el patio crujen las hojas que caen de una planta que bebe de la tierra. En el campo, es la paja seca de la geometría de las alpacas. No sé lo que es el oceánico verdor del norte, no sé lo que significa el agua que corre por la sierra, y el mar bienhechor baja la canícula donde acaba la playa, arena ardiente que pisar con cuidado. Verano de siesta y de niños con mochilas de descanso, horarios escolares, abuelos entregados, casas de pueblo donde descubrir el mundo que se detiene después de la comida. Y los segadores que ya no están y la sandía que se abre con un crujir de dientes. Es verano. El estío tórrido, inclinado sobre la tierra. Es verano y tiempo de siega. Bendita espiga rendida a la espera de la cosecha.

Fogografía: Fernando Sánchez Gómez.

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