Miércoles, 08 de enero de 2025
Volver Salamanca RTV al Día
La ciudad de arriba, la ciudad de abajo
X

La ciudad de arriba, la ciudad de abajo

Actualizado 24/06/2022 14:04

Las ciudades se inventaron, allá por el 3000 a. de C. porque la gente decidió que quería vivir junta, e incluso revuelta, en lugares donde tenía fácil acceso al agua y la alimentación. De ahí en adelante todos los inventos fueron para mejorar lo que eran las necesidades básicas, y evitarle al hombre el fastidio de ir de un lado para otro cazando lo que se comía. Un gran invento, la verdad, que cinco mil años después aun funciona visto que unos cuantos millones de terrícolas queremos vivir en ellas.

De la ciudad de arriba no les cuento más porque a la vista la tienen ustedes: sucia o limpia, ruidosa o bucólica, monumental o llena de hormigón, libre o no de despedidas de solteros y solteras, turística u olvidada de Dios y de los hombres; sobre ella todo se ha dicho ya. Pero hay una ciudad de abajo que no todos conocen y que no existe en todas partes, solo en aquello lugares donde la acumulación de personas montadas en sus coches obliga a emplear un ingenio llamado metro, inventado por los ingleses en 1863, que es más allá del siglo pasado.

En ciudad de abajo (que he vuelto a frecuentar desde que la pandemia es menos agresiva) hay una población que entra cada mañana bostezando y se dirige automáticamente a la puerta y a la altura del andén que le conviene para ganar un minuto de sueño matinal. Gente que se precipita a pillar asiento para dormirse la primera siesta del día o que, en otros tiempos, leía una novela en edición de bolsillo y ahora juega con su móvil a cualquier cosa con colorines o consulta las noticias del día que a esas horas casi nunca son buenas. En ese gusano que devora túneles van montadas las esperanzas de que el día de hoy sea mejor que el de ayer y quizás algo peor que el de mañana; y en su recorrido vespertino, lleva muchas veces esas mismas esperanzas derrotadas de vuelta a casa, donde a veces hay hasta un par de brazos y una sonrisa esperando su llegada.

En la ciudad de abajo, pandillas de adolescentes se besan entre parada y frenazo, y niños sin el carnet de adolescentes aprobado se aferran a la barra con el abono del transporte como primer salvoconducto para la libertad, sin la tutela de sus mayores. A mediodía la tercera edad se encamina al centro y los párvulos, con chaleco amarillo y de la mano por pares suben de un brinco al vagón bajo la atenta mirada de sus maestros, que aún tienen la moral de llevarlos a un museo. Según el gusano se desplaza, suben y bajan los ciudadanos de arriba con sus carritos llenos de verduras, sus maletas impecables que parecen ir vacías, tal es el aire que les dan sus dueños o sus manos en los bolsillos porque el día es una sucesión de horas que llenar sin hacer nada, por culpa de una guerra, de una crisis, o de la maldita mala suerte que siempre se ceba con los mismos.

En la ciudad de abajo se mezclan las churras con las merinas, los elegidos con los parias, los de sangre azul con los de la sangre roja como Dios manda y a todos les pesa el calor y el aire cargado y enrarecido, tanto como la ausencia de desodorante del vecino o el perro mal colocado que restriega su hocico contra el abrigo nuevo del señor de al lado. A veces suben dos zíngaros con talento musical extraordinario y a veces un pobre mendigo que rasca una guitarra con tanto empeño como poca melodía. A veces hasta hay un colchón arrimado a la pared que alguien usará en algún momento no solo como cama, sino como hogar. Cuando una cruza la ciudad de cabo a rabo basta prestar un poco de atención a los viajeros para saber por dónde se pasa sin fijarse en el nombre de las paradas. La ciudad de abajo es el reflejo en el río de la ciudad de arriba, ese Narciso que a veces se enamora de su propia imagen, por fea que pueda parecer.

Hace unos días hice un viaje larguísimo (veintidós paradas) por la ciudad de abajo. Venía contenta de un médico que confirmaba que mis análisis son buenos y no llevaba un libro a mano. A mi alrededor, iban sucediéndose sin pausa historias para ser contadas, frases memorables sin necesidad de tender mucho la oreja, caras que solo con mirarlas ya te están relatando su vida y hasta te piden atención simplemente arqueando las cejas una décima de segundo; ceños fruncidos y carcajadas memorables; todo en poco más de media hora. A veces me pregunto cómo hacen ciertos autores para escribir novelas sin pisar el metro de sus ciudades…

La empresa Diario de Salamanca S.L, No nos hacemos responsables de ninguna de las informaciones, opiniones y conceptos que se emitan o publiquen, por los columnistas que en su sección de opinión realizan su intervención, así como de la imagen que los mismos envían.

Serán única y exclusivamente responsable el columnista que haga uso de nuestros servicios y enlaces.

La publicación por SALAMANCARTVALDIA de los artículos de opinión no implica la existencia de relación alguna entre nuestra empresa y columnista, como tampoco la aceptación y aprobación por nuestra parte de los contenidos, siendo su el interviniente el único responsable de los mismos.

En este sentido, si tiene conocimiento efectivo de la ilicitud de las opiniones o imágenes utilizadas por alguno de ellos, agradeceremos que nos lo comunique inmediatamente para que procedamos a deshabilitar el enlace de acceso a la misma.